En su novela La ignorancia (2000), Milan Kundera concluye la historia de Josef –uno de sus protagonistas, exiliado checo que vuelve a su país para darse cuenta de que ya no puede vivir en él– con una imagen terrible: Josef piensa que el cielo estrellado es un techo, porque las estrellas son inalcanzables y (en vez de sugerir las ideas convencionales de infinitud y libertad) de hecho ponen un límite infranqueable a todas las aspiraciones humanas.
La propuesta es inventar parecidas metáforas deprimentes: encontrar un sentido doloroso, malévolo, espantable a algo que se observa cotidianamente.
Abajo el entusiasmo
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Las Historias es un sitio de Alberto Chimal, escritor mexicano. Contiene una antología virtual de cuento en constante crecimiento y otros contenidos en archivo.
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Ejercicio literario: invente imágenes deprimentes. http://bit.ly/5BNFKs
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Pese a lo que pueda decir T.S. Eliot, muchos consideramos a noviembre como el mes más cruel. Sin embargo, el poeta tampoco estaba muy equivocado, ya que cada mes suele ser más cruel que el anterior. Y lo peor es que es imposible escapar de ellos, ya que siguen sucediéndose los unos a los otros.
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Abajo el entusiasmo http://bit.ly/5BNFKs Excelente consigna del taller de Alberto Chimal
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¡Hola, Alberto Chimal!
Échale por favor un ojo a mi blog:
http://gueroenguayabera.wordpress.com/
se trata de coleccionar epígrafes para narraciones y textos que aún aguardan por existir…
¡Saludos!
G. en G.
Abajo el entusiasmo http://bit.ly/5BNFKs
Los niños pepenaban de sol a sol entre la basura, la inmundicia y las miasmas. Se vieron en la necesidad de desarrollar una mutación; ahora son polimerófagos, sólo tienen que separar los plásticos light, para no engordar.
Soño siempre con la libertad, su perfecta libertad, no tenia planeado aun que haria con ella, pero la conseguiria de un modo u otro, seguia diciendome, mas sabia bien que jamas pasaria, los dias de hambre, la muerte a sangre fria de sus padres, no eran nada comparado con la carcel donde vivia, su propia carcel… el limite intangible de los que fueron sus sueños, rompiendose en pedazos al ver que no podia huir esta vez de su prision… el miedo que él mismo se habia impuesto, el miedo al monstruo que era… el monstruo que todos llevamos dentro, despues de todo… «nunca mas» me dijo y me dio miedo sentir que tenia razon «no vale mas la pena soñar»…
(fragmento de Fantasy Anime)
¡Claro que la amaba! Todos los días me levantaba muy temprano, para que cuando ella despertara, encontrara servido el desayuno. La procuraba, cuidaba de ella, le tenía su ropa limpia y disponible, cuidaba hasta el detalle más insignificante para que ella estuviera feliz. Y es que cuando estaba contenta se hacían dos pliegues muy monos a un lado de su sonrisa y sus ojos bailoteaban. Entonces me decía cosas lindas y se portaba agradecida. Una vez la vi desnuda y entonces lo supe. No había, de verdad que no había en este mundo una mujer más perfecta que ella, era imposible que una mujer así volteara a verme, se diera cuenta que estoy loca de amor por ella. Tanta belleza en una misma persona y yo no podría ni darme el lujo de desearla con esperanza. Por eso, señor juez, fue que tuve que matarla.
Go to hell
El placer que me produce manejar a alta velocidad desaparece cuando caigo en cuenta que estoy sólo en la carretera, rodeado sólo por coches anónimos, dirigidos por nadie.
La puesta del sol me cega más de lo normal porque la luz que se filtra por el parabrisas sucio de nieve, satura mis ojos de un reflejo formado por diminutas escamas doradas, tan hermosas como letales.
La milla que acabo de dejar atrás es idéntica a la que estoy cruzando, que a su vez es idéntica a la que me está esperando. Camino estéril de frutas, comida casera e informalidad.
Volteo a la izquierda y un bosque simétrico de torres de electricidad bordea la carretera y se pierden en el horizonte cableado. Ya es de noche aunque el cielo todavía es azul.
Los autos vacíos ya llevan las luces encendidas y no me sorprende darme cuenta que las luces blancas del lado izquierdo son las que van en dirección opuesta a la mía.
Soy yo y todos los coches con mi misma dirección, los de luces rojas, los de los carriles derechos, los que aceleramos apresurados por llegar al infierno.
Hay formas de caminar que no soporto, sobre todo el de esas personas que mientan la madre a cada paso. Casi nunca son peatones sino conductores que bajan apurados a comprar cigarros, señoras que bajan de enormes camionetas para recoger a los niños o maridos que abren el portón para guardar el carro después de un largo día de trabajo. Patean el suelo sin ton ni son, como niños mimados en pleno berrinche, escucharlos es insoportable uno no puede ser indiferente. Entran a la casa con rápidos e insufribles pasos, beben un vaso de agua, apurados a punto de asfixiarse y aunque para ese momento estamos deseando verlos atragantarse, nos levantamos del asiento, les pedimos se sienten ellos y procedemos a retirar sus calzados, masajeamos sus pies y cada caricia es pedir perdón al suelo, que los disculpe el camino, que hagan las paz con el mundo. No es culpa de ellos que la no vida deforme nuestros pasos, que el danzar de los pies se haya transformado en un tras tropezar de chinga de tu madre.
Aún no la he leido, pero la temática se parece un poco a su novela «La Broma», en la cual Kundera explora esos caminos que toma la vida apartir de situaciones absurdas y lejos del control del individuo, tambien es un regreso en el tiempo dentro del mismo mundo del personaje, en la que conviven dos dimensiones paralelas, la ensoñación de vivir en el «si no hubiera pasado», y la real, la palpable, la que es posible de manera irremediable, gracias por la recomendación, iré por ella, saludos.
«¿Las estrellas brillan todas igual? ¿Toda la gente tiene el derecho a su propia libertad? si fuera asi ¿Por que estamos nosotros en pena mientras otros rien a nuestro lado?
Vacas y peces de mar
¿por que hay vacas en éste mar azul y helado? ¿o son los rostros de los habitantes de ésta ciudad?…Me he perdido, estoy extraviada en éste caos. Lo que debería ser una calle llena de vida y luces, alegre de transitarse, con mil milagros de consumismo tras los cristales, es una lánguida culebra arrastrándose entre los pies de éstos peces y éstas vacas…Me he extraviado…pienso con un principio de pánico y deseo que el sueño termine, porque aún no aparece tu rostro y comienza a volverse una pesadilla. Allí están los comercios y sus maniquíes, hay botas en la zapaterías y cositas difusas en las paredes de las tiendas de electrónicos. Todas las tiendas están mezcladas como la gente y sus cabellos. Las aceras están sucias, acumulan plastas de mugre y hay cientos de carteles de colores chillones, desordenados, estridentes como la música de banda que sale de los comercios. La basura repta por la acera hasta que recibe algún pisotón inadvertido y luego sigue su paso. Por la orilla de la vía corre un interminable hilo de agua pestilente, nunca he sabido de donde proviene, pero huele a carne que se pudre, no sé si va o viene del mar, tampoco me gusta verlo. No hay líneas amarillas para que crucen los peatones, cruzan entonces por donde pueden, entre los autos que se les vienen encima. Camino a prisa, más aprisa de lo que puedes imaginar. Quiero salir de allí. Me empujan. Éstas mujeres de grandes dimensiones y caras de muñeca. Nadie pide una disculpa, tampoco saben el significado de por favor, es más , creo que han olvidado el idioma de la gente, puede ser que sea porque son peces…¡Despiertame mugroso! ¡despiertame! que no veo tu rostro, ni encuentro tu sonrisa. Examino las nubes allá, tras los cables del alumbrado, del telecable, del teléfono, de el hilo que conduce la vida…no hay árboles aquí y no veo tu sonrisa ni tus sienes de plata…en mi memoria están, pero aquí no hay nada. El muro de agua, el local de las baguettes, un pedazo mordido que alguien tira a la orilla del arrollo de agua pestilente y un indigente, uno de los casi 600 que deambulan hablando solos por éstas calles llenas de luces y de gente indiferente. Los han vacunado, estoy segura de que alguna vacuna que a mi me falta les han puesto. Una vacuna contra la sensibilidad, una vacuna que les impide sonreír, una vacuna contra el tiempo que se pierde entre letras llenas de palabras rosas, cursis, amorosas…o….yo estoy vacunada contra su enfermedad. El indigente recoge el último trozo de la baguette y a mi me sabe a agua enferma.
Su sonrisa era una sinfonía, ver sus dientes perfectamente alineados, blanquísimos era el sueño de todas mis noches; no existía seguramente nada mejor en el universo. Deseaba acompañar a mi madre a su trabajo en el hospital sólo por el gusto de poder asomar a medias la cabeza entre la cortina para alcanzar a ver un pequeño trozo del hoyuelo en su mejilla: siempre reía, como adivinando que yo la miraba… Prefiero recordarlo así, por que saber que la chica quemada nunca recuperaría del todo su belleza y su boca aparecería en su rostro eternamente sonriente, me hizo tener pesadillas demasiadas noches.
Éste es otro de esos ejercicios que dan frutos. Me alegro, y me callo, para que sigan haciendo sus propuestas. Gracias a todos.
He conocido el mundo de antes… la historia de los libros me lo dijo, pude sentir la nostalgia que nunca antes había vibrado en mi ser, desearía llenar los segundos de mi vida con el cielo que ellos vieron y la felicidad que alguna vez tuvieron en sus manos. Daría la mitad de mi vida para revivir la otra, para quitarme esta máscara y poder caminar hacia adelante, sin que este aire me asfixie…
Puedo sentir la libertad, ojalá fuera con un soplo de vida.
Y nos ignora, por que se agrietaron sus ojos y los buitres se comieron sus salivas.
Nos ignora, a nosotros, a los niños, al forastero que quedo varado en ningun lado. Por que en su pecho se hizo yesca la sangre que fuera una vez hierro al rojo.
(Esto de usar ordenador ajeno.)
Y nos ignora, por que se agrietaron sus ojos y los buitres se comieron sus salivas.
Nos ignora, a nosotros, a los niños, al forastero que quedo varado en ningun lado. Por que en su pecho se hizo yesca la sangre que fuera una vez hierro al rojo.
Aquellos sabios te dijeron: «tú tienes el poder de cambiar tu destino, tu poder mental es tan fuerte que es posible obtener lo que quieras»
Perfecto, te sientas en el escritorio y comienzas a escribir una serie de deseos que cumplirás al siguiente día, con ahínco, con tantas ganas de cambiar. Colocas el despertador a las 6 de la mañana. «Sí, haré muchas cosas, será un nuevo día»
6:00 hrs. Suena el despertador repetidas veces, lo apagas y piensas que hace frío, que otros cinco minutos serán suficientes.
12:00 hrs. Te levantas con olor a sábana, con ese peculiar sabor lechoso en la boca, con los ojos hinchados y con el animo socavado. Caminas y te paras frente al espejo: Inevitablemente miras a ese monstruoso ser al que has intentado derrotar durante años, ese que te ataca a cada hora, el que se come tu voluntad y te ordena regresar a la cama cada mañana.
Esa coraza de gavetas, esas columnas interminables conformadas por hojas de cálculo y carpetas ancestrales: un laberinto creado en automático.
El escritorio indica el centro de aquel laberinto, es una civilización perdida que no ha dejado ver su madera, es la pirámide heredada plagada de celulosa procesada– un cáncer de selva descontrolada crece en su lomo–. Y la silla, trampolín sedante, casi corcho, ni siquiera tiene ruedas para girar de vez en cuando sobre el propio eje, y así, girando, ver como el blanco se desvanece. Ni siquiera hay rastros de esponja, ni siquiera indicios de que sea real.
Tantas cosas odia de su oficina, tantas cosas que quisiera desaparecieran, como quisiera que otro fuera el prisionero, sin embargo, fuera de ese cáncer… no hay más que comer.
Saludos y gracias a todos.
Milton, te escribo pronto. Gracias por tu otro mensaje.
Ramiro sacaba sus mocos para pegarlos en la pared, en su mente de seis años no encontraba más placer en otra actividad como en esta, tarareaba el campanero mientras se deleitaba hacíendo bolitas de moco para estirparlas en los muros, de repente su canción fue interrumpida por las risas que llegaban a ese alejado rincon del salón donde, abriendo sus ojos, Ramiro descubrìa las miradas de rechazo de sus compañeros, que recriminaban sus actos.