Una vez más (y comenzando su segundo año), esta bitácora convoca a su concurso mensual. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:
Instrucciones:
1) Suponer que la imagen ilustra una historia.
2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, qué momento se anuncia, por qué, quiénes están allí, qué hacen.
3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción), en los comentarios de esta misma nota.
El ganador de cada mes será elegido tomando en cuenta la opinión de quienes decidan opinar, y recibirá un trofeo virtual. (Los concursantes deben dejar una dirección válida de correo electrónico, para poder recibir su premio.) La fecha límite para hacer propuestas es el 24 de noviembre.
Quedan invitados…
27 comentarios. Dejar nuevo
Divina criatura yacente
Vio en el fondo de su mirada el perfil que definía el signficado de todo ser sobre la tierra, nada anunciaba el absoluto que se hizo presente al mirarlo, o quizá sí, cierta rigidez, cierto aire de “ya no más”…
Él ya no aspiraba a nada, como el que yacía, con un atardecer gris brillando en la mirada que ya no miraría.
Fue inevitable, fue sucesivo: mirarle e iniciar un desfile de preguntas en su mente, una suerte de homenaje que le bulllía en la sangre, aunque música monótona le envolviera, él reconoció la figura de rasgos concretos, fuertes, y guardó silencio.
No es para hoy la revelación, no pronunciaría ni una sílaba, pues bien se sabe: “dos gotas no te curan, y una puede matarte”, igual sentiría el paso de millones de arañas ascendiendo por su garganta si algo se atreviese a articular: palabra o sollozo, ruido metálico o silbido. Sólo se concretó a mirar, oscuramente comprendiendo.
En su silencio había un conjuro: si guardaba para siempre lo que al mirar supo, tal vez el gélido viento de esa tarde gris donde la figura miraba hacia el mar cubierto de hielo no lo tocaría. Precisó entonces desaparecer, se transformó en el sonido monótono que penetraba en sus oídos en ese instante, y envuelto en las volutas del humo de un cigarro que sus manos, poco antes de dejar de serlo encendieran, salió por la ventana y fue aspirado por un gato de pelaje pardo, dentro de sus pulmones habita, oculta su existencia, oculto su secreto para siempre.
Me has sorprendido de nuevo. Nunca aprenderé a caminar por el negro abismo de tus ojos. Pero esa mirada tuya es tan diferente a las demas, esa luz que irradias ahora justo al fin.
Mi musa del agua, mi sirena.
No te muevas pequeña, ellos no te llevarán a ningún sitio al que tú no quieras ir y yo no los dejaré. Solo confía en mi, déjame acariciar con mis manos tus cortos sorbos de aire, porque seré yo quien te deje en el blanco suelo donde has de reir ahora y para siempre. Pero no dejes de mirarme así, porque me siento afortunado entre tus semejantes al recibirte en mi alma.
A ellos…. perdónalos. Aún tienen mucho camino por recorrer y no ven más allá de su ambición. Son presos de la envidia que mueve sus hilos. Manchan sus cuerpos con la sangre y así se sienten vivos, nada más lejos de la verdad, de esa verdad que tu y yo conocemos; la verdad de tu mirada.
Tienes frío amiga mía, ven que te cobije y te de calor. Duérmete aqui entre mis manos, gasta tu último aliento y marchate en paz.
Ahora me toca sufrir a mi, ahora que llevo grabada en el alma la calidez de tu mirada.
El Ojo se había paseado durante días, solo, dejando en el otro hemisferio del cráneo para que también hiciera lo que le placiera al otro ojo, su pareja. Y había visto la luz levantarse en sol venir a reconfortarle aquel cuerpo ajeno, sobre cuyas plumas y por casualidad se hallaba incrustado; y al que pagaba renta con un doble oficio: como acechador de gusanos y centinela de mil peligros; era un explotado sin vergoña en beneficio de un estomago y para la protección de una entidad indefendible, aquel aviario esqueleto quebradizo.
Un día, leyó –los ojos de pájaro también leen- la siguiente proclama: «Compañero trabajador, ¡rebélate! ¡Juntos y adelante! ¡Contra toda forma de explotación! ¡La del hombre sobre el hombre! ¡La de una parte sobre otra! ¡La del todo sobre la parte! «Y en la sucesión de frases, entre la exhuberancia de signos exclamativos, creyó leer: «Ojo de ave, ¡rebélate! Protesta, la huelga es la solución; demuestra tu dignidad al C.U.E.R.P.O.: niégate a trabajar, un día, una hora, un minuto. Fuera con el capitalismo corporal: un ojo tiene, como cualquier otro, derecho a cerrarse y a no ver. Que se entienda tu indispensabilidad y que requieres de mejores horarios, de un mayor reconocimiento y retribución, a empezar por vacaciones y descanso. A huelga, ojo, a clausurarse hasta no ver la aceptación sin concesiones de tus demandas.»
El Ojo –comunista de una nueva especie– planeó el paro: la huelga para ser efectiva debía de ser general, y llevó transacciones con el otro lado del cráneo, con su pareja. Ambos, hermanos de una misma lucha, se cerrarían en protesta, mañana al mediodía, durante tres minutos. En realidad y considerando su brevedad, se trataba de un simple acto simbólico, pero por algo se empieza.
Diez de octubre. El paro a las doce horas cumplidas. Los ojos se cerraron en los dos hemisferios –revolucionarios convencidos y sin concesiones– mientras el C.U.E.R.P.O. estaba en pleno vuelo. El ave ciega planeó todavía un minuto y segundos antes de dar contra el suelo. Entonces y en el estertor que sacudía al pájaro por los nervios, se abrió un ojo, el derecho.
– Burgués, suspiró a punto de muerte el izquierdo.
Lo maté porque no soportaba su mirada.
Ahí estaba de nuevo, volvía a verme con la misma intenció de todos los días. Sin expresión pero con nubes en los ojos que parecían oscurecerlos aún más. Diario estaba ahí sin excusa alguna, simplemente me veía desde que salía de mi habitación; podía sentirlo observarme en cualquier punto de la casa, solamente esperando a que estuviera cerca. «Atacar o morir» fue su último pensamiento, lo sé porque yo pensaba lo mismo. Odiaré a mi padre por colgarlo en medio de la pared de la sala. Que horrible manera de convertirme en un hombre.
Nadie supó, porque nadie lo vio morir. Habiamos ido a nadar en aquel lago que cada año estaba mas seco -ahora solo es una charca veraniega- Era julio… no, era agosto. Por esos dias aun se vendian niños en canastas de fruta, mi papá habia comprado un hermano para mi porque lo habia estado pidiendo meses antes y mama por fin habia aceptado cumplir mi capricho.
Nunca habia visto animales con ojos tan grandes y nunca los he visto de nuevo, lo picamos con unas baras y despues de un buen rato de hacerse el muerto volteo para decirnos algo sobre un arbol de chiles cerca de la cabaña donde dormiamos. «Hay un arbol cerca de la cabaña donde duermen, es de chiles», nos miramos estupefactos unos a otros, incluso mi hermano recien comprado estaba atento desde su canastita frutal, con esa miradita ingenua que tienen los que aun no saben hablar.
Luego de discutirlo, decidimos invitar al animalejo a cenar, le servimos pure de papas y camarones en salsa dulce a la vinagreta, se comio solo la salsa y el jugo de alfalfa y se fue casi a media noche despues de la interesante platica de sobremesa (hablamos de cerezas silvestres y helados de nuez).
En la mañana aparecio en el mismo lugar donde nos habia contado lo del arbol de chiles, decidimos pasar de largo para dejarlo descansar pero cuando regresamos, al atardecer, intentamos hacerlo despertar picandole la barriga con la misma bara que usamos un dia antes, pero ya no estaba jugando, esta vez habia tomado su papel muy en serio.
Declaración
-Ya no hay nada qué hacer.
Lo digo como si fuera, esa, la verdad sobre todas las cosas en este momento: la muerte de ese animal tirado de lado con el otoño interpuesto, y también la muerte de un ‘nosotros’, aunque no sea eso lo que se haya dicho. Es ‘nosotros’ como el reflejo vidrioso y desaguado en ese ojo. Los ojos de ella también lo entienden así. Puedo ver el mercurio frío de sus pupilas, puedo ver la sacudida que provoca al escurrirle por las vértebras anunciándole ‘nuestra eutanasia’. Puedo ver el blancuzco de su saliva, el resabio amargo del miedo tejido en las corvas de sus labios. Puedo leer sobre la mirada sus pensamientos. Sé que piensa. Es preciso el engranaje de sus elucubraciones: la mirada dada al suelo, las pupilas trenzando entre las hojas y el animal tirado. Se muerde el labio y cierra su mano exprimiendo las palabras que ha oído. Y yo espero. Me ha mirado un momento y sus ojos se vertían, como se ha vertido la muerte en los ojos del pobre animal acabado. Espero su llanto. Si llora estamos salvados, la muerte nos vendría bien y no tendríamos que seguir fingiendo que nos queremos, Así que espero.
Se ha quedado viendo fijamente al animal, sé que dirá que llora por él, pero bien sabe que entenderé que se ha acabado. Lo he dicho: “no hay nada qué hacer”. Y levanta la mirada desde abajo, entorna sus cejas en dos arcos tensos y perfectos, ha liberado su labio y se derrama en él un rojo intenso y azulado, un pequeño temblor acompaña su expresión vulnerable, tiene frío. Ahora me ve fijamente y sostiene los labios húmedos y oscilantes en una sonrisa horizontal brevísima. Una sonrisa que lo pierde todo, una sonrisa que la descubre crasamente quebrantable, huérfana, desabrigada, débil, y me ata mil nudos al cuello, y me desarma, me quita las agallas de cuajo. Ya lo he matado a él, me descubro un asesino. Sus ojos están limpios y sus cejas ahora piden compasión, la compasión hacia el pobre asesino miserable que soy. Cómo dejarla ahora. “No soy un homicida”. De pronto hace un frío infame, ella sonríe y tiembla, inclina su cabeza. Leo a través de sus ojos de nuevo, son claros y dicen: “no lo eres”. Es mi médula la que acude, es mi facción la que la besa, son mis brazos los que la cobijan ahora. “No soy un homicida”. Es mi garganta la que me ensordece y vibra:
-Te quiero.
Moribundo, le miré y traté de decirle en esa mirada quién era yo, transfigurado, convertido. Decirle que lo había logrado, que tras años y años de intentarlo, lo había logrado, que era un nahúal.
El me miró extrañado y supongo que algo entendió porque al apuntarme para acabar conmigo, cerró los ojos para no ver esa mirada en mis ojos antes de disparar. Y ahí estoy ahora, con mi mirada y su ceguera. Sólo me pregunto que forma tendrá mi cuerpo, cuando mi alma escape al inframundo y si alguien, a parte de mi, sabrá que lo logré.
>Este ojo que mira…
…con tristeza al caminante desde quién sabe qué recóndito paraje natural, ¿es de animal?, ¿de personaje incógnito?, ¿de celeste tripulante de una nave espacial llegado recién del planeta rojo?
No mira con enojo, no hay ira en este ojo intrigante que despieza el talante más indómito. Mira bien, no mira mal. Mira y mira a quien lo mira con coraje y entereza y lo deja de una pieza, al borde del vómito, para el reciclaje lo deja.
Y eso es normal porque el ojo se queja, se queja atónito del despojo bestial del paisanaje, se queja de esta vida y su crudeza tan borde y doliente. Mi vieja, al emprender el viaje, tenía una mirada semejante, acorde con la del ojo del personaje, sea viajante sideral o animal sufriente.
Mis ojos
¿Serán grises como el resto de mi cuerpo?
MICROSCOPÍA
Dicen que los ojos son el espejo del alma. Y como todos sabemos que el alma tiene memoria, basta un pequeño ejercicio de observación para poder notar, a la entrada, un pequeño y curioso cervatillo, de patas torpes. Tres medidas más adentro, podrá usted percibir un ciervo joven, jugando al amor con una venada cola blanca y pasos cortos, que no le hace gran fiesta. Milímetros al lado, más al fondo, una pelea de ciervos adultos, ganando respeto. Detrás, la mirada fija y experta del cazador que apenas respira. Si tu paciencia es grande, y puedes incrementar la graduación (ya podemos tutearnos, ¿verdad?), podrás obtener la absoluta imagen de alguien que lee a una persona mirando un animal muerto.
MILAGRO
…comadre, si le digo que ya era justo que la Santa Madre se viniera a asomar por estas tierras, de mujeres juertes, con bonitas trenzas, y hombres de palabra. ¡Alabado sea el Señor! El primero en darse cuenta fue el compadre Cástulo, cuando alejaba los perros rondando al bendito animal. Nomás miró su ojito, y dicen que lloró como tres horas, rece y rece, luego bajó a avisar al pueblo.
Yo fui desde ayer, y le juro que clarito la vi, si hasta parecía que la Santísima me contestaba la mirada con sus ojos buenos; ora ya hasta se organizaron por barrios pa’ dirigir los rosarios, pero el hedor ya no se soporta, y si no hacemos algo pronto, capaz que la Milagrosa no se vuelve a parar por aquí, por mal agradecidos. Y el padrecito nomás no nos da razón, quesque este asunto jamás había pasado. ¿Ora qué hacemos, comadre? ¿Se saca el ojo, o se santifica al burro?
SE-LECCIÓN
De paseo por el bosque con su padre, como casi cada mes, Taína lo encuentra atravesado en un risco. Lo mira a fondo, intrigada, pregunta: -¿quién es?.
-Ta, no se dice “¿quién es?”, se dice “¿qué es eso?”, -replica el padre. -Es un ciervo enfermo, no aguantó.
Y aprovechando para dar cátedra de vida, agrega: -Todavía eres pequeña, pero luego vas a entender. La naturaleza es tan sabia, que sabe definir sin miramientos cuando es necesario. Estos animales siempre andan en grupo, pero cuando saben que uno de ellos está enfermo lo dejan morir solo, para que no estorbe a la manada en caso de peligro. Y así es como las cosas a veces funcionan mejor.
Taína, que a sus ocho años aún no sabe qué quiere decir “miramientos”, algo entiende de lo demás, pero principalmente le interesan esos ojos brillantes y muertos, que si bien todavía no se quiere dar cuenta, son tan parecidos a los de su padre cuando duerme. Y que anteayer tuvo gripe, por cierto.
En paz
Ahora ya sabes lo que se siente ser observado. Estos instantes son gloriosos: mueres y yo gozo, celebro, agradezco que me mires por última vez.
Es que no soporto más estas ojeras porque tú eres el responsable de mis desvelos. Sí, cada noche era estar con los nervios en tensión. Nadie puede imaginar lo que es despertar a media noche y tener encima a un animal mirándolo a uno.
Fueron tantos años los que me seguiste, los que me contemplaste a todas horas. Esos mismos fueron los que yo te huí y me escondí… pero ves que no eres más fuerte que yo.
Nunca quise ser cruel contigo, sólo que me provocaste. No aguanté más que estuvieras viéndome y te llamé en forma cariñosa. Tú corriste feliz a mí, entonces aproveché para amarrarte y atarte las extremidades, luego, te apedreé.
Ahora, me pregunto qué sentirás al ser observado y no poder descansar en paz. Pero no te preocupes, que los dos ya podremos descansar en paz.
Ese ojo que huia del apocalipsis, ahora lo mira de frente con la seriedad de la impiedad. El bosque huyendo de las pulsiones y escopetas de la vida le hace guiños al absurdo.
Nunca podrás amarme. De ser así morirás.
Era esta la primera ves que abría la ventana derecha de su cuerpo, admirando hasta el mas mínimo detalle desde ese lugar que lo mantenía inmóvil. Impactado con su abrir y cerrar, movía el circular músculo hacia puntos diferentes con los que disparaba un pensamiento distinto; el dolor de sus extremidades trataban de opacar el reciente descubrimiento, pero era desde este momento que el reloj iniciaba su resta, se fortalecía pensando en gozar de este sin fin de cosas que observaba poco a poco.
Pensaba sin saber sobre eso, preguntas que invadían su mente, pero ya no podía hacer nada al respecto, esta nueva ventana que mas que al placer, lo llevaba a su muerte, de tanto ver, pecado tras pecado lo fueron consumiendo.
Año tras año su mente se enegrecía, el dislumbre de aquel primer día, ya había caducado, tras un cielo nublado, la ventana volvio a cerrarse, para dejar ahora de ver tanta maldad que absorbiendo su vida, lo llevó al lado oscuro, donde no hay ventanas ni puertas, ni caminos, ni luz.
DE NUEVO MONTERROSO
Cuando Bambi pudo despertar…El auto aún estaba ahí; también habían llegado Green peace, cámaras de TV. , los mirones, fotógrafos amarillistas, peritos de la policía, activistas, agentes de tránsito, una peregrinación que iba a la Basílica de Guadalupe, aves carroñeras, perros, vendedores ambulantes, documentalistas, narradores, una gitana, dos trotamundos, cuatro publicistas, un editor.
Pero Monterroso, el conductor del auto, ni sus luces.
EL NECIO
Y cuando despertó…
Mataciervos
Primero fue la mataviejitas: Juana Barraza Samperio quien ya hasta aparece en Wikipedia y es protagonista de un libro: «Ruda de Corazón. El Blues de la Mataviejitas». Pasó a la historia por ultimar entre 24 y 48 mujeres adultas mayores.
Después fue el matagays: Raúl Osiel Marroquín quien mató según reportes a cuatro homo-
sexuales.
Antes de ellos nos dio la bienvenida al primer mundo hace años un exmilitar que a semejan-
za de algunos veteranos de Vietnam en los Estados Unidos se puso a disparar su pistolita en un vagón del metro de la Ciudad de México.
Pero el caso del Mataciervos no es lo mismo ¡No señor!
Como una muestra de lo que puede ser la especialización en nuestros días el Mataciervos
solamente mata eso: CIERVOS y a diferencia de la mataviejitas o el matagays al parecer nunca será capturado. Es demasiado hábil. Se oculta en la oscuridad, llega silenciosa-
mente hasta la presa elegida y cuando uno escucha: ¡PUM! ya se ha escurrido de nuevo entre las sombras para no ser encontrado. Así de fácil, así de sencillo…Nos quedamos con un cadáver de ciervo en nuestros brazos el cual tiene un hueco de bala detrás de la cabeza y una nueva alma acaba de recibir su pasaporte para ingresar al cielo de los ciervos, sin escalas.
Los noticieros no dan cuenta de ello para no alarmar a la población pero si uno sale a
correr en compañía de su ciervo debe andar prevenido ya que al escuchar una detonación es más que probable que termine corriendo solo y si regresa a ver a su compañero de ejercicios lo encontrará muerto pero no de fatiga sino literalmente muerto con el susodicho agujero de bala en la cabeza y la mirada perdida seguramente con la imagen del Mataciervos grabada en su mirada, imagen que por lo visto jamás conoceremos.
Yo creía al principio que eran sólo rumores, ya saben, en las reuniones no faltaba quien
entre sollozos aceptara que habían matado a su ciervo. Otros, más discretos quizás, comenzaban su relato con el clásico: «Yo tengo un primo o un vecino al que le mataron su ciervo» siendo que su expresión los delataba y nos decía: «Yo soy en realidad ese primo o ese vecino…y extraño horrores a mi pobre ciervo»…. Pero la primera vez que experimenté un ataque del Mataciervos fue… ¡en un cine! Sí, el Mataciervos tuvo ya a esas alturas la desfachatez de atacar dentro de una sala de cine. Como si no tuviéramos suficiente con los que narran las películas atrás de nosotros y cuentan chistes bobos en las salas de cine y los que fastidian con sus celulares durante la proyección de las películas, ahora tenemos una nueva plaga que aguantar: ¡los ataques del Mataciervos durante la función!
Les decía: el otro día mientras veía una película de acción se escucharon varios disparos,
alrededor de cinco seguidos…BANG…BANG…BANG…BANG y … BANG. Como coincidían con los balazos de la película nadie se inmutó, pero al momento de finalizar la proyección, cuando encendieron las luces todos gritamos horrorizados porque ahi entre las butacas había cinco … sí CINCO (uno, dos, tres, cuatro y CINCO)…cadáveres de ciervos todos y cada uno con su respectivo balazo en la cabeza.
Más adelante descubrí que a pesar del anonimato y, al parecer la complacencia de las auto
ridades o quizás gracias a eso mismo el Mataciervos es IMPLACABLE. Termina con todo lo que le signifique un ciervo. Me explico: La estatua de un ciervo a la entrada del metro Polanco apareció un día en el suelo con un gran boquete en la cabeza ¿adivinaron quien fue? Claro, nuestro viejo conocido: el Mataciervos. Las autoridades dijeron que fue el ataque de un malviviente como en el caso del águila del Hemiciclo a Juárez ¡JA JA! nos chupamos el dedo …todo mundo sabe quien fue.
El colmo de su ataque implacable fue el siguiente: hace unos días en un parque cercano, sí, el que colinda con la calle de Morelos, inauguraron un busto de ese héroe de la Independencia sólo que las autoridades, con la buena ortografía que les caracteriza, no repararon en el error de la persona que realizó el busto quien colocó en ella la leyenda siguiente: » A LA MEMORIA DE MORELOS, EL CIERVO DE LA NACIÓN». Craso error. Al día siguiente apareció el busto en el piso, con un boquete en la nuca, parecía que la pañoleta que le cubre la cabeza había sido colocada para impedir que sangrara. Un espectáculo deplorable, tenía una expresión de angustia en el rostro… Si…Si pudieran examinar sus ojos tal vez en relieve pudiésemos tener la imagen o … no sé… alguna pista del Matacier-
vos. Pero no, las huellas fueron borradas en cuanto las autoridades se percataron del pánico que podría cundir, negándonos para siempre la posibilidad de identificación en ese caso.
Ayer, para no ir más lejos, tuve el ataque más cercano. Mientras miraba la televisión escuché un disparo. Esbocé una sonrisa. No podía ser mi ciervo. A mi ciervo lo sacrifiqué cuatro días antes. De la misma forma: un disparo en la nuca…y…¡ADIEU! A mi nadie se me adelanta, menos un psicópata pervertido… Y estaba yo por ello muy tranquilo. Hasta satisfecho me atrevería a decir… Fui al refrigerador y cuando abri la puerta cayó un cadáver… un cadáver de ciervo….con un agujero en la nuca… sólo le faltaba un letrero que rezara: CARNE FRESCA DE CIERVO…
Imbécil Mataciervos…¡Yo soy ovolactovegetariano…o-vo-lac-to-ve-ge-ta-ria-no! ¡Ignorante de mierda!..ovolactovegetariano, igual que lo era mi ciervo (que en paz descanse). Le tomé una fotografía al cadáver. Tenía la mirada perdida y una imagen en sus ojos, misma que por unos instantes me pareció la de alguien conocido pero no estoy del todo seguro.
De lo que sí estoy completamente seguro es de que el Mataciervos esta entre nosotros…
Y definitivamente llegó para quedarse.
Carta póstuma
A quien corresponda:
Cúlpese a Tánatos, hijo de Nix (la noche) y gemelo de Hipnos (el sueño) de mi muerte
Atte: El Ciervo
El insomnio no fue peligroso para Chotolo sino hasta la noche que (rechoncha como un ojo fotografiado por un gran angular) la TV quedó encendida a quemarropa para devastar el sueño fulminante del Amo y su vigila perruna, a merced de infomerciales chocarreros (que son el soundtrack de la vida misma si-llamas-en-los-siguientes-veinte-minutos, perrito pendejo) el tiempo justo para que el lanudo Chotolo descubriera que no ha descubierto del todo su condición de perro, y que con toda seguridad cada frase elocuente de los anunciantes repetidos va dirigida a las orejas flácidas de su insomnio: por fin, la humanidad que largamente le ha negado la inconveniencia de la taxonomía, estaría al alcance de una llamada y una vuelta de correo.
Pero:
ni por usar el aparato para el abdomen de acero tendrá Chotolo pulmones de poeta,
ni por pedir el procesador de alimentos mágicos podrá Chotolo la sobremesa de política y canciones de Serrat y libros de Ángeles Mastretta,
ni por mandar mensajes al oráculo hembra encontrará Chotolo sus soledades de manos cogidas en el parque y tardes de celuloide probeta,
ni por desvelarse amanece más temprano, aunque se memorice la forma que el brassiere maravilloso da a la teta,
ni por aprobar uno y mil productos a ladridos se puede dar brillo del alma perruna a lo sapiens-sapiens que tiene Chotolo en la perruna testa,
ni hay insomnio suficiente para comprobar que los perros son perros y los amos Amos, aunque con tesón de pierna amada escupa Chotolo todas las babas nocturnas hacia un papel o una máquina sofisticada (¡es increíble!) para explicar a chillidos su intención humana y su merecida afrenta.
Sin saber nada de nada, el Amo sueña que Chotolo recibe el producto sagrado de los Dioses Ocultos del Llame-Ya, que bajan esta noche de su olimpo sin croquetas para tomar al perro por los ojos y dejarle sin pestañas y sin tregua, para hacerle la primera incisión que le deje bien claro (¡es tan fácil que hasta un niño puede hacerlo!) que el insomnio y lo perruno es lo mismo a dos patas o a cuatro: que la noche sin sueño no es vigilia (cuidado con el perro), a pesar de los infomerciales y las maravillas y los anhelos y los cuentos de Chotolo a modo de canción para la duermevela, sino el ojo que mira sin recelo el paquete (pedido, con garritas temblorosas, al teléfono en pantalla) que advierte que adentro (rechoncho como el ojo fotografiado por un gran angular a quemarropa) está el regalo sorpresa por haber llamado en los primeros cinco; que la vida se vive de infortunios y se mide en éxito inconcluso, como el producto milagroso, de noches surround-sound sin cortes comerciales, de Amos dormidos con un sueño definitivo como el homini lupus (canis), y que el control de la tele, con insomnio o con sueños maravillosos de humanos poderosos, sigue en las dormidas manos del Amo con pulgares opuestos, que justo ahora se arropa un poco temeroso, a la luz anhelante de los ojos de Chotolo.
Telegrama a una señorita en París
Andrée, dejé lo mejor que pude su departamento en la calle Suipacha.
Los cuerpos de los once conejitos me fue imposible recogerlos.
Una llamada de último momento me hizo venir a Ciudad de México.
Disculpe la brevedad del mensaje, aqui todo es caro.
Y el ambiente, muy contaminado.
No, ya no vomito conejitos.
Ahora toso y vomito un ciervo, indefectiblemente muerto.
Debe ser por lo enrarecido del ambiente.
Comenzaré por dejar el cigarillo.
Que interesante manera de hacer cuento. ¡Me gusta!
Envío el siguiente texto, espero que sea de su agrado.
Saludos a todos los del taller, conocidos y desconocidos…y claro a Alberto.
Abismo.
Alberto Paz
Cansado y maltrecho por la casería, dejó caer el cuerpo del animal sobre el piso de la sala. Dio pausa para recuperar el aliento perdido en la persecución, mientras por la ventana, observaba el reflejo de la noche sobre la laguna “del Toro”.
Al día siguiente, cuando se dispuso a quemar el cadáver en leña verde, única manera de acabar con “el hijo del Diablo”, se encontró en total imposibilidad de hacerlo; al toparse con aquella mirada profunda del cuerpo inerte, no pudo hacer otra cosa más que sentarse y perderse en ella.
Así pasó el tiempo y el hombre ya no pudo apartarse. En los ojos del cadáver se observaba a sí mismo, observaba el pasado de su vida, que extrañamente lo percibía siempre contemplándose en forma de animal: juegos en la niñez con cuerpo de pato, mañanas de pesca con reflejos de cerdo, paseos por el pueblo con la visión de una mosca.
Después de varios días de permanecer esclavo a esa mirada, sin comer, sin beber, sin provocar sonido o movimiento alguno, su cuerpo debilitado calló muerto…en ese instante, el nahual, el animal de la mirada profunda, se levantó lenta y frágilmente sobre sus cuatro patas.
Nota: Observo con horror que mi cuento tiene fecha y hora del 25 de Noviembre, cuando en realidad son las 11: 30 de la noche del 24. Espero que esto no me afecte en la participación del concurso. Gracias.
Hola Alberto,
Estaba viendo que si se entra a https://www.lashistorias.com.mx/blog/?p=18 , aparecen tachados dos pedazos de frases de mi cuento (§§ultimo y penultimo), hay alguna razon en particular?
Mil saludos,
Ana Xochitl
Hola, Ana Xochitl. Creo que lo que sucedió se debe a que pusiste guiones simples antes y después de las frases, y el sistema de publicación (atendiendo a ciertas reglas de «taquigrafía» electrónica que yo desconocía) interpreta eso como una orden de tachar el texto. La solución es usar dos guiones seguidos en lugar de uno. Un saludo.