He aquí un ejercicio que sólo es simple en apariencia: escribir un texto (puede ser un cuento completo o un fragmento de algo mayor) en el que un personaje sueñe a otro y el encuentro en el sueño lo deje, al despertar, sacudido genuinamente y por razones estrictamente realistas. Vale decir, nada de sueños proféticos ni de invasiones de otro plano de existencia. Lo que importa es imaginar el carácter de un personaje y cómo lo puede afectar algo tan intangible y tan frágil como las imágenes de un sueño. El ejemplo más obvio es que el personaje sueñe con alguien que acaba de morir, pero hay otras posibilidades.
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Las Historias es un sitio de Alberto Chimal, escritor mexicano. Contiene una antología virtual de cuento en constante crecimiento y otros contenidos en archivo.
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Él, la boca seca, la mirada errática, tratando de ubicar, de enfocar, determinar en qué lugar se encuentra. Los sentidos embotados, ausente. A lo lejos, la voz que le cuestiona acremente, y de súbito, la sensación de estar metido en severos problemas y la impotencia de no poder responder, mientras su cuerpo y su mente tratan de articular algo, una idea, tan sólo…
Entonces, despierta.
Poco a poco se descubre en medio de una importante junta de trabajo, y entre la voz ahogada de su jefe y los rostros distorsionados de sus compañeros que le miran con conmiseración, le invade la certeza de que esta vez, sí que lo despedirán por quedarse dormido en una reunión.
REENCUENTROS Y DESPEDIDAS.
Te veo reflejado en el espejo. Caminas hacia mi, me preparo e intento no perder el hilo de la conversación. Lalo me cuenta que trabaja contigo. No me dice nada nuevo pero intento levantar las cejas de cuándo en cuándo aparentando sorpresa, aunque sus ojos no están atentos a los míos. A ratos, tengo que poner la mano sobre el pecho fingiendo tos o risa para que despegue los ojos del escote.
Cuando te ve llegar, intenta presentarnos y se nota confundido cuando nos saludamos con tal naturalidad y complicidad. Observo como sigue la ruta de tu mano que recorre mi espalda de arriba abajo para luego tomarme discreta pero firmemente por la cintura jalándome hacia ti. No ofrezco resistencia pero mis manos no te tocan y beso el aire, indiferente (sé lo mucho que odias que haga eso). Al sentirme fría, me sueltas, pero te mantienes cerca de mi. Demasiado. Nuestros cuerpos parecen casi unidos, puedo sentir tu respiración… saludas a Lalo, más no lo ves. Al tiempo que yo intento continuar con la conversación, ahora son tus ojos los que acarician mi escote y se deslizan por el cuello, buscando mis labios, mi ojos. Mi mirada sostiene la de él y se ve auténticamente turbado (parece interrogarme, trata entender si debe quedarse) pero eres su jefe y nuestra pública intimidad lo incomoda, lo lleva al límite y con las orejas rojas anuncia que saludará a alguien. Lo ignoras. Aprovecho para separarme de ti, pero tu olor ya está recorriendo todo mi cuerpo y el calor parece apoderarse de mi vientre y disparar oleadas en todas direcciones. Lo haces notar, cuando pasas discretamente el dorso de tus dedos sobre mi brazo, como peinando mis vellos hacia abajo. Siempre te encantó cómo me delatan…
No te regalo mi mirada. Acerco la copa, me mojo los labios con la legua y recorro el salón y cuando llego de nuevo a ti, con la mirada ordeno “No-me-to-ques”
– Eres una cabrona… – dices en un susurro, acercando el vaso a tus labios para disimular.
No puedo evitar sonreír satisfecha. Halagada busco tu mirada. Fijo mis ojos en tu cara arqueando las cejas, la sonrisa torcida. Incómodo, desvías la mirada, recorres el salón buscándola supongo… me tomas del codo, firme pero discretamente me llevas hacia el rincón más cercano. Tus ojos fijos en el escote. Siento cómo crecen en ti el enojo y la excitación; tu respiración se vuelve anormal y recuerdo mi imagen, reflejada en la puerta. Me encantó lo que ví. Jamás me había visto mejor. Llamo a lapuerta y me pregunto ¿qué hago aquí? Me preguntas lo mismo.
– Me invitaron – respondo infantilmente
– ¿A si? ¿Quién? – me sorprende que me sigas el juego
– ¿Qué importa? Pero creo que me confundí… entendí que nos veríamos aquí… no debe tardar en llegar– me río divertida y de nuevo paseo mis ojos buscando
– No quiero un desmadre – levantas el vaso diciendo salud a alguien a distancia.
– ¿Desmadre? Somos adultos ¿o no? – Rozo tu mejilla con la mía al hablarte al oído.
Tu cuerpo no me defrauda y responde inmediatamente. No puedo evitar una risa que yo misma no se diferenciar entre nervios o diversión al tiempo que mi cuerpo responde a la memoria de tu aroma, al contacto… Abres la puerta de la biblioteca que está justo detrás de mí y en un movimiento, ambos estamos dentro. Al tiempo que cierras la puerta con tu cuerpo, me jalas hacia ti. Nuevamente, no me resisto… por el contrario… soy más ligera ahora, pero mis brazos permanecen colgando. Sé qué te enciende y sé qué te encabrona. Tus brazos me rodean con fuerza. Busco en mi si hay calor o humedad.
– He pensado mucho en ti. Pensé en llamarte – dices bajito
– No me digas, ¿Pensabas invitarme? –
Tus labios se abren quieren hablar, besar, morder, todo al mismo tiempo rozando mi cuello, pero no hacen nada. Las palabras se te ahogan en la garganta y solo haces ese sonido que parece quejido. Esa mezcla de impotencia y placer.
– ¿Me extrañas?— tu arrogancia y cinismo no dejan de sorprenderme y río más fuerte. Tapas mi boca, buscas cerrar con llave… no hay llave… te ves nervioso. Recuerdas que juré no llamarte aunque me urgiera tu cuerpo…
— Si no me extrañaste ¿Qué haces aquí? – casi estás enojado…
— Vine a desearles suerte para la boda – Ah! y a per-do-nar-te – me haces a un lado y buscas mi cara. Sabes que no se fingir ese desprecio, que es natural.
No paro de sonreír. Me arreglo el vestido sin dejar de verte, cuando llego al escote siento tu cuerpo de golpe sobre de mi, tu cara intenta perderse en él, tus manos actúan rápidamente subiendo mi vestido al tiempo de que pierdes todo control al sentir mi piel, como siempre. Me pegas a la ventana y dices algo como:
– Hay que despedirnos bien, como mejor nos sale
– No quiero. Además, me esperan – digo mientras lo señalo con la cabeza. Está recargado con el pie en la pared, mochila al hombro, encendiendo el cigarro. El solo verlo me hace estremecer y por alguna mágica razón, sabes que esto no lo provocas tu, mientras tu cara se pasma y lo buscas por la ventana, abro la puerta y Ella… ¡No entiendo cómo no me reconoce!, pero me divierte aun más. La felicito, la abrazo, les deseo SUERTE (me parece más chaparra que nunca) no disimula su asombro. Tu cara de culpa y el pantalón te delatan. Tengo ganas de reír hasta llorar y casi no puedo caminar.
Una alarma se escucha a lo lejos mientras bajo la escalera, que parece desaparecer bajo mis pies y sin saber cómo, estoy afuera, buscándolo. Lo veo parado al otro lado de la calle, la distancia parece enorme. Camina y espera que lo siga. La alarma suena cada vez más fuerte y cercana… gira, busca mi mirada. Levanto la mano para despedirme al tiempo que empiezo a caminar hacia el lado contrario. La alarma es insoportable. Abro los ojos al tiempo que mi mano alcanza el despertador y todo desaparece.
Maldito lunes y lloviendo… no voy a llegar nunca. Sin pensarlo, corro a la regadera y es sólo hasta que el agua cae sobre mi cara, que sonrío y brotan lágrimas.
La miré dormida en nuestra cama, mientras su cuerpo me deslumbraba con su desnudez y sonreí, realmente era un tipo afortunado al tener a mi lado a la mujer que amaba y sin más, la abracé y la bese delicadamente, mientras ella desde su somnolencia preguntaba que hacía con un dejo de reproche y travesura. Cuando al fin abrió sus ojos, nos miramos largo rato y me perdí en esa mirada siempre honesta y tranquila, tan llena también de una callada tristeza que nunca he podido descifrar. Sólo podía pensar en hacerle el amor, así que con la usual torpeza de un hombre amarrado por las sábanas de su cama, empecé a acariciarla y a besar su cuerpo…
Un sonoro golpe lleno de eco me despertó sobresaltado, completamente desorientado miré, o traté de mirar entre la oscuridad total que me rodeaba; sin saber exactamente dónde estaba y como había llegado ahí. Me tomó unos segundos darme cuenta que estaba en un hotel, en Madrid y que ella no estaba conmigo. Sentí extrañeza de sentirme tan triste y desilusionado; habían pasado qué ¿cinco, seis años? yo había tenido un par de relaciones importantes para ese entonces y lo que era más, no pensaba en ella en lo más mínimo.
¿Por qué entonces la tristeza? ¿por qué sentía que mi vida era tan vacía y ausente de luz como aquella habitación? ¿por qué de repente su amor me mordía y no me soltaba? como si hubiera aguardado rencoroso en el olvido acumulando fuerza, pasión y dolor. No sé por cuanto tiempo lloré sin poder parar, mientras miraba inútilmente hacia el espacio negro y profundo; ni tampoco entiendo porqué no tomé el teléfono y le marqué a ese número que repentinamente era tan claro en mi cabeza… al final sin darme cuenta me quedé dormido y aún estoy ahí, desesperadamente tratando de despertar, pero sobre todo de no olvidarlo todo nuevamente.
Un amor así sólo se puede encontrar en los sueños. Tu piel, tu risa, la forma en que tomas mi rostro y lo besas dulcemente. Te abrazo y sé que se acerca la hora de despertar, que el tiempo corre allá afuera y el sol sale, y amanece y la alarma sonará, alguien tocará a la puerta, deberé abandonar el planeta tibio de mi cama e ir al baño. ¿Cuanto tiempo sin ti? ¿cuanto para que aparezcas de nuevo? Eres un sueño y no puedo convocarte a voluntad. Lloro, en sueños, y despertaré sin comprender porqué la almohada tiene ese aire triste, y porqué no me apetece salir al mundo. Lloro y me preocupo, y sufro, y me deprimo, y me pondré tenso pensando en que no te encontraré de nuevo, y saldré al mundo sin comprender porque siento que he perdido alguien muy valioso, y estaré todo el día de luto sin saber que lo hago por ti, porque nunca recuerdo mis sueños. No estarás en mi memoria, sólo aquí, en este paraíso a punto de derrumbarse, Tenso, triste, nervioso. Me conozco. Todo el día. Te abrazo, quiero ser feliz de nuevo, ignorarlo todo. No saber que cuando me pongo así no puedo dormir. Oh, mi amor, no quiero despertar a tu olvido, no quiero despertarme al insomnio.
Kelvin
– Su hoja se encuentra en blanco jovencito. ¿Pretende que la corrija?. O simplemente ha dejado espacio para que dibuje este cero tan grande. Enorme como un huevo de avestruz. Con trazos sobre los trazos hasta cortar el papel.
Debería existir un número negativo para su presentación. ¿Pero cuán negativo?. No, no piense en menos un millón. Piense en algo más profundo, más real, más cercano al universo. Piense en 0 Kelvin; en cero absoluto. En la gran creación termodinámica de William Thompson.
Piense en esa caja negra donde no existe energía ni calor. Donde debería encontrarse el punto mas frío en nuestro tiempo espacio. ¿Lo siente?. ¿Acaso ya sus pies se tornan negros?. ¡Cero!.
Promedie su nota. Imagine estudiar un semestre completo. Aun sin dormir más que tres horas por día. No logrará promocionar. No se confunda. Un punto parece un cero. Pero se encuentra lleno, contiene algo en su interior. Aquí solo hay vacío. Nada más que vacío. Cómo en la caja de Kelvin. Cómo en su mente.
¿En qué piensa?. ¿Acaso piensa en algo cuando me mira?. ¿Siente el frío?. Cómo una prenda cernida a su piel. Abra los ojos joven, o conviértase en hielo. ¡Si no usa su cabeza córtesela!. – sintió un golpe como de una puerta de madera, como una puertilla, como una horca al actuar y despertó -.
Helado. Vio nieve por el corredor. Una ventana se encuentra abierta hacia el sur, por donde llegó la tormenta. Echó la nieve con sus manos, cerró la ventana y subió la calefacción. Dejó el café a hacer mientras procuró recuperar la temperatura con una ducha tibia. El desayuno para dos en la mesa, con tostadas, mermelada, manteca y grandes tazones mitad leche, mitad café negro. El cuchillo iba y venía como pinceladas sobre el pan. Una silla se arrimó a su lado y una colcha de pluma de ganso se sentó en ella. Apenas se veía la barba con sus canas y el pelo sucio bajo la boina. Al centro, ojos chinos aplastados por cejas como cepillos.
– Padre, no hace falta tanto abrigo ya. He cerrado la ventana y la calefacción está más fuerte.
– ¿Y por qué has abierto la ventana?. – una voz pastosa de regaño escupió –
El hijo le preparó una tostada que se partió en manos de su padre. El Alzheimer nunca descansa y se vuelve más fuerte con cada mañana. Dejó a su padre luchando contra migas pegoteadas por sus dedos y tomó los apuntes de Termodinámica I. Pasaban las hojas hasta que la colcha se recostó sobre el respaldo de la silla. Entonces, volteó mirando fijo el cuello de su padre con el cuchillo empuñado.
Estaba tendido en una superficie que se amoldó a su cuerpo. Por su garganta no pasaba saliva , como si internamente se hubiera secado. El malestar en sus brazos hacía pensar que lo habían desmembrado. En su cuello corrió un líquido pegajoso. En sus ingles, sintió el andar de los gusanos que lo devoraban. Trató de alejarlos sin que sus manos respondieran.
Escuchó unas voces, ante sus ojos aparecieron unas imágenes , observó sus gestos sin escuchar sus voces. El brillo del blanco deslumbró su mirada y poco a poco la conciencia regreso a él.
-Señor González , ya todo pasó. Fue una reacción al colágeno y a la cortisona que le inyectamos en los hombros. Descanse, esta noche permanecerá en observación en el hospital.
Los médicos se retiraron de la habitación, solo que en la mente del señor Gonzalez, se quedó gravada la angustia de los gusanos que lo devoraban
Nunca me gustó ir al baño. Me parecía un castigo visitar ese cuarto andrajoso, pequeño y mal oliente situado al fondo de la propiedad. Tan sólo imaginar que la porquería intestinal permaneciá en el pozo, evaporándose luego en un tufo que invade nuestro olfato me parece criminal.
Lo peor no es el tufo o la pésima instalación; sino la criatura siniestra que lo habita: Vive felizmente en el reino de la mierda; envuelve su cuerpo en porquería y sale de ella al caer la noche, buscando caca fresca con la que pueda construir su castillo.
Yo nunca lo había visto, pero supe de su existencia por habladas de mi hermano, quien asegura que en las noches desocupa la letrina en busca de sirvientes; los envuelve en suciedad y se los lleva al pozo, donde viven como esclavos construyéndole su imperio.
Diariamente colocaba un cachivache bajo la cama, el cual se supone usaría para orinar; ¡ni loco visitaría el baño de noche!.
Eran casi las dos de la mañana cuando la vejiga me quería reventar. Me incliné para sacar el cachivache cuando, en la penumbra del cuarto, la criatura del baño se hizo presente. No pude emitir sonido, quedé embelesado ante el terror de ver al protagonista de mi peor pesadilla. Se acercó lentamente, cubierto de caca y despidiendo su olor característico. Sacó el cachivache y, mirando fijamente, me lanzó los orines en el cuerpo.
Desperté al instante, miré a mi alrededor pero la criatura ya había desaparecido. Encendí la luz y me descubrí empapado, escurriendo asquerozamente las sábanas y el colchón. Tomé rápidamente el cachivache; estaba intacto y con los deshechos de la noche anterior. Encontré en la cama la lata de refresco que había tomado antes de dormir; y sin dejar de reír, constaté que solamente me había orinado.
Cuando Fernando despertó con una Gram de aire en las manos no pudo más que pensar en boeltos de avión
En el calor de una noche, en la incómoda cama de un alojamiento para estudiantes reposa el cuerpo de un joven de veinticuatro años, estudiante de filosofía y amante de la música folclórica.
-Mi cuerpo se extiende ante el abismo, sé que estoy soñando, doy la espalda a lo negro y camino con los ojos cerrados. De pronto estoy en una calle que no conozco, hay gente, mucha gente que parece celebrar una fiesta. Disfraces y música, en una mesa escondida por la muchedumbre descubro a Raquel, esta sola y bebe una cerveza; me acerco hasta ella e intento hablarle, no tengo voz y comienzo a desesperarme. Parece que ella no me ve. Yo la veo en exceso, hermosa y distraída, quiero tomar sus manos y le hago señas que no ve. De pronto habla, su frase es pequeña pero significante, me quiero casar; siento cosquilleos en las manos, Raquel bebe de su cerveza y tarda en terminar su frase, me quiero casar y entonces me ve, me siento feliz, la fiesta ha terminado y la calle esta sola y es otra. Raquel se pone de pie y se acerca a mí, me abraza y susurra a mi oído, Mario me quiero casar contigo-.
De un sobresalto abre los ojos y mira el techo. Tarda unos segundos en regresar de aquella extraña calle, da la vuelta y mira el reloj, las siete y media. Raquel duerme a su lado. Aún no puede pensar; es bajo la regadera cuando el sueño regresa a su cabeza: Mario, ¿quién chingados es Mario?
En el calor de una noche, en la incómoda cama de un alojamiento para estudiantes reposa el cuerpo de un joven de veinticuatro años, estudiante de filosofía y amante de la música folclórica.
Mi cuerpo se extiende ante el abismo, sé que estoy soñando, doy la espalda a lo negro y camino con los ojos cerrados. De pronto estoy en una calle que no conozco, hay gente, mucha gente que parece celebrar una fiesta. Disfraces y música, en una mesa escondida por la muchedumbre descubro a Raquel, esta sola y bebe una cerveza; me acerco hasta ella e intento hablarle, no tengo voz y comienzo a desesperarme. Parece que ella no me ve. Yo la veo en exceso, hermosa y distraída, quiero tomar sus manos y le hago señas que no ve. De pronto habla, su frase es pequeña pero significante, me quiero casar; siento cosquilleos en las manos, Raquel bebe de su cerveza y tarda en terminar su frase, me quiero casar y entonces me ve, me siento feliz, la fiesta ha terminado y la calle esta sola y es otra. Raquel se pone de pie y se acerca a mí, me abraza y susurra a mi oído, Mario me quiero casar contigo.
De un sobresalto abre los ojos y mira el techo. Tarda unos segundos en regresar de aquella extraña calle, da la vuelta y mira el reloj, las siete y media. Raquel duerme a su lado. Aún no puede pensar; es bajo la regadera cuando el sueño regresa a su cabeza: Mario, ¿quién chingados es Mario?
Escribí el anterior, Kelvin, pensando y trabajando sobre el cuento. Este, no es mas que un relato, ya que ocurrió realmente en estos días.
Acabo de despertarme aterrado por la sensación de una caricia sobre mi cabello. Como si una dama hetérea flotando en su cuerpo sin piernas, cubierta de un vestido raído, sonriendo dulce perversa, habría estado a un paso de filtrarse con sus demoníacas intenciones en mi mente. Sí, aterrado. Probablemente por ser un miedoso, probablemente por el viento sorpresivo e irregular que provocó el ventilador.
Entonces, una sola idea me ordenó: Cubrirme hasta el mismo cuello con una sábana y usar la colcha también en pleno verano con un calor que no es sueño y muerde de incómodo. Esa cubierta me mantendrá a salvo de damas flotadoras, de monstruos babeando, de elfos y enanos, de vampiros y hasta del mismísimo Diablo. Ya que ellos no podrán atacarme detrás de esta super coraza que representa mi sábana, mi colcha. O tal vez, simplemente, no descubran mi cuerpo, mi figura, oculta mágicamente bajo la cubierta. Y ahí me di cuenta.
Sólo un lugar tan seguro, tan agradablemente abrigado y fresco, tan sólidamente construído podría ser el lugar donde encuentre la protección más férrea y confiable de mi vida. Tan solo ese lugar que ya solo existe en mi mente, en mis recuerdos, tan solo ese lugar podría hacerme sentir tan seguro del mal.
Inmerso en el líquido amniótico, embolsado en una placenta babosa como un monstruo, abrigado de la temperatura del mundo, siempre alimentado por un cordón que va directo a mi panza. Ahí, en el vientre de mi madre, ahí bajo las sábanas. Ahí en ese lugar, que vive en mis recuerdos, es donde la dama que flota no podría alcanzarme.
Entonces, el placer de sentirme cuidado, el placer de sentirme abrigado, el placer de sentirme seguro es algo que he aprendido en la mismísima etapa de gestación. Pero no es todo lo que he aprendido. También se me ha otorgado el conocimiento del miedo, del dolor, de la existencia de otros, de algo sin forma que me acaricia extrañamente a través de la placenta, de sonidos guturales que invaden mis sueños, del miedo, del terror.
Sino, de qué otra manera podría diferenciar el bien del mal dentro de aquel lugar donde supe estar, mis primeros nueve mes de vida.
Con el seño fruncido y la mandíbula apretada al esposo furiosamente despertó:
-¡Cuidado con que me engañes con otra, cabrón!
El hombre, confundido, entreabrió los ojos (uno más que el otro) y contempló a la alterada mujer. La cobijó y le dio un beso en la mejilla.
-Calma amor, fue sólo un sueño- dijo mientras volvía a dormir sobre el agitado pecho de la dama.
Supe que era él en mi sueño porque sus manos blancas apretaron mi cuello y desperté en medio del ahogo, al verme al espejo, las huellas de sus dedos aún enrojecían mi piel.
Hace tres meses que nuestras miradas se cruzaron por primera vez, algo tiene él que me fascina, su seriedad, su inteligencia, su manera de expresarse,su educación, su manera de imponerse tan cortés, la manera en que nos transmite sus conocimientos, de guiarnos mediante las lecturas que nos sugiere para que nuestros textos tengan calidad. No se porque, pero su mirada siempre me acompaña. Hoy, al llegar a su clase estaba solo, en el caballete había un cuadro con una pintura al óleo, era una mujer que se parecía a mí, él tomo mi mano,no dejaba de mirarme me acercó al caballete y dije:
–se parece ami.
–eres tú, desde que te ví, lo empezé, es tuyo, una leve caricia en mi rostro que sentí tan tierna… y…desperté.
aunque fue un breve sueño, me ha dejado la sensación de saber por una vez en la vida que existe el amor recíproco.