El cuento del mes

El cuello de la camisa

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Se conocen los cuentos más famosos del danés Hans Christian Andersen (1805-1875), famoso como autor de literatura infantil aunque buena parte de las versiones actuales que circulan de su obra están recortadas y simplificadas. Además de recomendar las originales, se puede leer un texto como éste, poco conocido y muy extraño, que para el crítico Harold Bloom es de hecho el mejor cuento de Andersen.

EL CUELLO DE LA CAMISA
Hans Christian Andersen

Érase una vez un caballero muy elegante, que por todo equipaje poseía un calzador y un peine; pero tenía un cuello de camisa que era el más notable del mundo entero; y la historia de este cuello es la que vamos a relatar. El cuello tenía ya la edad suficiente para pensar en casarse, y he aquí que en el cesto de la ropa coincidió con una liga.
      Dijo el cuello:
      —Jamás vi a nadie tan esbelto, distinguido y lindo. ¿Me permite que le pregunte su nombre?
      —¡No se lo diré! —respondió la liga.
      —¿Dónde vive, pues? —insistió el cuello.
      Pero la liga era muy tímida, y pensó que la pregunta era algo extraña y que no debía contestarla.
      —¿Es usted un cinturón, verdad? —dijo el cuello—, ¿una especie de cinturón interior? Bien veo, mi simpática señorita, que es una prenda tanto de utilidad como de adorno.
      —¡Haga el favor de no dirigirme la palabra! —dijo la liga—. No creo que le haya dado pie para hacerlo.
      —Sí, me lo ha dado. Cuando se es tan bonita —replicó el cuello— no hace falta más motivo.
      —¡No se acerque tanto! —exclamó la liga—. ¡Parece usted tan varonil!
      —Soy también un caballero fino —dijo el cuello—, tengo un calzador y un peine.
      Lo cual no era verdad, pues quien los tenía era su dueño; pero le gustaba vanagloriarse.
      —¡No se acerque tanto! —repitió la liga—. No estoy acostumbrada.
      —¡Qué remilgada! —dijo el cuello con tono burlón. En éstas los sacaron del cesto, los almidonaron y, después de haberlos colgado al sol sobre el respaldo de una silla, fueron colocados en la mesa de planchar. Entonces llegó la plancha caliente.
      —¡Mi querida señora —exclamaba el cuello—, mi querida señora! ¡Qué calor siento! ¡Si no soy yo mismo! ¡Si cambio totalmente de forma! ¡Me va a quemar; va a hacerme un agujero! ¡Huy! ¿Quiere casarse conmigo?
      —¡Harapo! —replicó la plancha, corriendo orgullosamente por encima del cuello. Se imaginaba ser una caldera de vapor, una locomotora que arrastraba los vagones de un tren.
      —¡Harapo! —repitió.
      El cuello quedó un poco deshilachado en los bordes. Por eso acudió la tijera a cortar los hilos.
      —¡Oh! —exclamó el cuello—, usted debe de ser primera bailarina, ¿verdad? ¡Cómo sabe estirar las piernas! Es lo más encantador que he visto. Nadie sería capaz de imitarla.
      —Ya lo sé —respondió la tijera.
      —¡Merecería ser condesa! —dijo el cuello—. Todo lo que poseo es un señor distinguido, un calzador y un peine. ¡Si tuviese también un condado!
      —¿Se me está declarando, el asqueroso? —exclamó la tijera, y, enfadada, le propinó un corte que lo dejó inservible.
      —Al fin tendré que solicitar la mano del peine. ¡Es admirable cómo conserva usted todos los dientes, mi querida señorita! —dijo el cuello—. ¿No ha pensado nunca en casarse?
      —¡Claro, ya puede figurárselo! —contestó el peine—. Seguramente habrá oído que estoy prometida con el calzador.
      —¡Prometida! —suspiró el cuello; y como no había nadie más a quien declararse, se le dio por hablar mal del matrimonio.
      Pasó mucho tiempo, y el cuello fue a parar al almacén de un fabricante de papel. Había allí una nutrida compañía de harapos; los finos iban por su lado, los toscos por el suyo, como exige la corrección. Todos tenían muchas cosas que explicar, pero el cuello los superaba a todos, pues era un gran fanfarrón.
      —¡La de novias que he tenido! —decía—. No me dejaban un momento de reposo. Andaba yo hecho un petimetre en aquellos tiempos, siempre muy tieso y almidonado. Tenía además un calzador y un peine, que jamás utilicé. Tenían que haberme visto entonces, cuando me acicalaba para una fiesta. Nunca me olvidaré de mi primera novia; fue una cinturilla, delicada, elegante y muy linda; por mí se tiró a una bañera. Luego hubo una plancha que ardía por mi persona; pero no le hice caso y se volvió negra. Tuve también relaciones con una primera bailarina; ella me produjo la herida, cuya cicatriz conservo; ¡era terriblemente celosa! Mi propio peine se enamoró de mí; perdió todos los dientes de mal de amores. ¡Uf!, ¡la de aventuras que he corrido! Pero lo que más me duele es la liga, digo, la cinturilla, que se tiró a la bañera. ¡Cuántos pecados llevo sobre la conciencia! ¡Ya es tiempo de que me convierta en papel blanco!
      Y fue convertido en papel blanco, con todos los demás trapos; y el cuello es precisamente la hoja que aquí vemos, en la cual se imprimió su historia. Y le está bien empleado, por haberse jactado de cosas que no eran verdad. Tengámoslo en cuenta, para no comportarnos como él, pues en verdad no podemos saber si también nosotros iremos a dar algún día al saco de los trapos viejos y seremos convertidos en papel, y toda nuestra historia, aun lo más íntimo y secreto de ella, se imprima, y andemos por esos mundos teniendo que contarla.

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8 comentarios. Dejar nuevo

  • La idea me gusta pero el cuento no

    Generar la sensación de que se tiene algo más importante que un libro en sus manos, incluso la vida de una persona en sus manos, es genial

    pero creo que solo funciona en los finales

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  • Jorge Ortiz Maya
    21/03/2007 7:23 pm

    En realidad me parece una buena historia, y muy imaginativa, sobre todo en la personalidad del cuello, tan galante y mentiroso, como cualquier caballero, no importa que época sea.

    Sin embargo, creo que el género es el equivocado, puesto que no es cuento, sino fábula, ya que agrega un final con enseñanza moral.

    El hecho de que el papel nos esté contando su historia, literalmete, me parece un excelente recurso literario, pues genera un tipo de empatía hacia un objeto tan común, pero que puede tener toda una historia que contarnos.

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  • Yo no sé de generos, temiblemente tendré que aprender a detectarlos como todo un empleado de oficina(¡guacala!), pero lo que me gusta de estas narraciones, las de Andersen y parecidas (Wilde), es que permiten una decisión muy tangible al lector: dejarse o no llevar por la fantasía (suena cursi, lo sé). Si uno elige lo primero puede optar por no etiquetar negativamente los elementos tradicionales que a nosotros (lectores con tantas decadas de distancia) nos parecen anticuados y así seguir con la historia y esos personajes tan lindos que tiene Andersen. Sino podemos leer el cuento como una cuenta artmética, donde el inicio de la explicación moral es el signo de igual: cuento matemático (?) Los policiacos son como algebraicos y los de Borges puro cálculo integral. ¡Je je! Perdón, divago.

    Saludos Alberto!

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  • Lorena Illoldi
    26/03/2007 12:16 am

    Me encantó, jajaja, y me he reído como loca. Gracias por poner cuentecillos «ligeros» de vez en vez, y felices vacaciones.

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  • Hola a todos y gracias por comentar.

    Pensando en lo que dice Jorge, no sé hasta dónde sea lo más rico (en posibilidades de interpretación y demás) leer este texto de Andersen ateniéndonos a su construcción de fábula, pues la interpretación más interesante, creo, no se detiene en la moraleja. Textos como éste son distintos del cuento moderno en el sentido de que pertenecen a otra tradición (a cierto periodo de la historia en el que se cultivan también otras formas muy bien definidas y caracterizadas de historias como la leyenda, el sucedido, etcétera; a Andersen le tocó en cierto modo una notable transición entre la literatura oral y la escrita en su tiempo), pero formalmente tiene las mismas características del cuento: pocos personajes, un solo asunto, una exposición breve. La diferencia es que en su estructura incluye la moraleja. En fin. Menciono todo esto porque esa interpretación rica a la que me refiero arriba incluiría una lectura irónica de la propia moraleja, que en una fábula «en serio», por supuesto, no puede hacerse.

    Hernán, en un mes o dos espero proponer como cuento del mes otro texto raro en el sentido en que éste lo es… Ojalá te animes a comentarlo cuando salga. Saludos.

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  • Hola dando vueltas por la web, leyendo y cerrando page, me intereso!!
    Es muy bien utilizado el elemento fisico de la Hoja de papel, y sobre todo q no tenia nada q ver con alguna especie de mamifero como antes.
    Al momento de leerlo me imagina transportado a las tablas en dialogo y se me prendio el foco para otras cosas.
    Es muy bueno y distractor me gusto, igual q los primeros comentarios.
    Sigan q el camino parace no terminar.

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  • Hola, Merco, y bienvenido. Por acá nos seguimos leyendo.

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  • Lola Garay
    02/04/2013 5:38 pm

    Siempre me ha llamado la atención la forma en que las palabras dan características de humano a animales, vegetales y ahora a cosas. Criticas de aquel que se comporta de tal o cual forma y se deja entre ver verdad o mentira. Es muy creativa la forma en que Hans Christian Andersen dió vida al señor Cuello de Camisa, me hizo recordar a mi padre que si querer ya en sus últimos años me contaba cada aventura que me dejaba vagando por varios días entre la fantasía y la realidad. Mi pa, mi viejo cuello de camisa dejó en mí y en mis hermanos plasmada su vida y sus locuras cual hoja impresa que tiene que contar otra vez la misma historia.

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