Este es un cuento de Annie Saumont (1927-2017), una de las maestras de la especialidad en Francia y, en palabras de Enrique Serna, “La más grande escritora de cuento corto no solo de Francia sino del mundo entero”. Traductora además de narradora, se le consideró especialmente una maestra de la nouvelle, esa especie de género híbrido entre el cuento y la novela tradicionales (la traducción más cercana en castellano sería “novela corta”). Ganó el premio Goncourt por una colección de sus nouvelles (Quelquefois dans les cérémonies, 1981) y los premios de cuento SGDL 1989 y Renaissance 1993.
“Dumbo” (que por supuesto no tiene nada que ver con el personaje de Disney) es una historia simple y a la vez tremenda acerca de migración y racismo, contada desde el punto de vista de un niño. El texto en castellano busca sugerir los modos de hablar de éste y de su víctima.
Tengo pendiente el crédito de la traducción. Una nota sobre el texto: LED son las siglas en francés del Liceo de Enseñanza Profesional. Se trata de centros educativos de nivel preparatoria que ofrecen una formación rápida para oficios manuales. Gracias por la transcripción a María Luisa Gallegos.

DUMBO
Annie Saumont
Hacía como mil años que ya ni me acordaba d’el. Y tuvo –qué mala pata– que venirme su recuerdo a la cabeza justo cuando estaba presentando mi examen escrito para sacar el certificado. De repostero. Francés y matemáticas, si no tenías el promedio, te eliminaban. Los profesores del LED1 s’imaginaban que la iba a hacer sin broncas.
Sólo que en el salón de exámenes el que nos cuidaba que hast’eso era buena onda me dijo así como sin querer la cosa, No pongas esa cara de tortura.
Entonces, ¡chin!, que me acuerdo.
Tuve un chorro de faltas de ortografía y troné aritmética.
Así que ‘ora me dedico a almacenar mercancía. Y además con contrato eventual, como le dicen.
En vez de ser aprendiz de repostero. De amasar pastas batir huevos a punto de turrón espesar cremas. Acomodarles adornos de azúcar rosa a los pasteles.
Por la palabra.
Y por él. Dumbo.
Aunque bueno, no es culpa suya. Aquello sucedió cuando éramos chicos. Un día que la escuela estaba cerrada. El día de la huelga de los maestros y los profes. Me había reunido en el estacionamiento con mis cuates de la unidad. Juntos siempre nos la pasábamos bien. Y Dumbo siempre nos andaba siguiendo, quería ser parte de la banda. El venía del B4, un lugar donde vivía gente con la que casi no nos juntábamos.
Nuestras mamás habían dicho, Jueguen a juegos tranquilos. Siempre decían eso. O tan sólo: Esténse en paz. Sin muchas esperanzas de que les hiciéramos caso.
Aquel día también estaba una niña que nomás no se nos quitaba de encima. Por eso como que yo y mis cuates ya no sabíamos muy bien en qué rolarla. A ella nos hubiera gustado apantallarla
Y al mismo tiempo nos intimidaba. Así que tomó el mando. Hicimos lo que dijo. Qué íbamos a jugar a encontrar palabras. Y empezó con el mochilón. Una babosada. La típica babosada de niñas.
Mire mire don Simón
¿Qué meto en mi mochilón?
El chiste del juego es que rápido y por turnos cada quien debe encontrar palabras que terminen en ón.
Un melón con jabón el botón un tacón un ratón el polvorón
A Dumbo tuvimos que explicarle lo que era un mochilón. Aunque en su tierra que es Äfrica dicen que hay millones de bolsas costales mochilas. Pero Dumbo no entendía lo que decíamos más que a medias porque en su casa su mamá hablaba con sus palabras de allá.
La primera vez sí le salió. Dumbo dijo, Un bombón. Dándose ínfulas, muy orgulloso de que había agarrado la onda.
La segunda vez empezó a necear. Un balón de acuerdo, pero un avión. Decía que no iba a caber. Un avión. En un mochilón. Y tampoco un camión, ni un vagón. En serio.
La niña se desesperaba, Oye ¿qu’estás tarado o qué? La palabra es lo único que se le mete.
Luego seguía
Diga diga don Fermín
¿Con qué llenó el petaquín?
Un patín tu balancín, aunque no quepa, Dumbo. El cojín con aserrín. El un tu mi (palabras en ín). Dumbo nos machacaba con sus eso qué è eso qué è. Ta no le contestábamos. Y luego uno dijo mi pajarín. Pa`echar relajo.
Y luego así
Oiga oiga doña Pura
¿Qué tapó con la envoltura?
La fritura la locura la gordura mi hermosura una costura qué revoltura
El Dumbo seguía haciéndonos enojar con sus eso qué e’.
Decíamos, aguas Dumbo, no es censúa. La censura.
La figura la cerradura la escritura una criatura la tortura. Decíamos, Dumbo aguas, no la totúa. La tortura.
Dumbo se burló. Dijo, Eso yo sí sé qué e’. Dijo allá en su tierra donde había guerra todo el tiempo, cuando todavía era casi un bebé la prima que lo cuidaba mientras su mamá de él se había ido muy lejos para tratar de ver a su papá qué estaba en la cárcel le había dicho un día que su papá ya no iba a regresar. Que se había muerto de tortura.
Oímos su palabrerío. Luego dijimos, Ya párale ¿no? El Dumbo andaba presumiendo y eso nos hartaba. Gritamos, pues mi papá. Inventamos. Pues mi papá se rompió una pierna persiguiendo a unos vagos pues a mi papá por poquito lo atropellan por ayudar a una viejita a cruzar la calle pues a mi papá le dio gripe por salvar un gato que se había caído al agua. Y Dumbo siempre replicaba, Sí pero. Es que no es lo mismo. Es que no es como mi papá que.
Al final ya estábamos hasta el gorro. Dijimos, Burundanga ya no estés fregando. Tú y tu jodida tortura.
Y luego uno que dice, En primera si alguien te tortúa eso no prueba que eres valiente. Porque no lo puedes evitar.
El Dumbo protestó. Su papá lo habría podido evitar. Precisamente si no hubiera sido tan valiente. Todos los trancazos que le daban eran para hacerlo hablar.
Y no había hablado.
Burundanga Muchilanga —no sabíamos qué decir y entonces nos burlábamos. El Dumbo que nos pega un grito, Y ya no les voy a hablar.
Fue la niña la que primero dijo, medio molesta, Òra veráz chiquito, con unas cuantas cosquillas y confiesas lo que sea. Te lo apuesto. Hasta cosas que son puras invenciones.
Hasta que por ejemplo que mataste a la maestra para comértela y ahora ya cerraron la escuela.
El Dumbo dijo, No no voy a hablar.
Nos daba risa. Respondimos que a veces una patada en las nalgas hace cambiar de opinión.
No voy a confesar. Volvió a decir.
Nos enojamos un poco. Le presumimos, ¿Y si te obligamos? Dijimos y si te y si te. Dumbo repetía, No no voy a hablar.
Cuando de verdad ya estuvimos hasta el copete de verlo que todo le valía, que lo rodeamos y lo teníamos bien encerradito, primero se puso a chiflar como si nada. Fui yo el que lo agarró de su pelo rizado, me sorprendió lo tenía suavecito, tan suavecito que por poco le aconsejo, Vete a tu casa, pinche escuincle. Yo tenía ocho años y a lo mejor él también pero él como qu’estaba chaparrito.
Con que le hubiera dicho eso –vete a tu casa– ahorita no estaría yo moviendo cajas con estos cuates de mantenimiento. Que vienen de África ellos también.
No dije nada.
Dumbo tampoco dijo nada cuando le amarramos las manos, un chorro de vueltas con un lazo bien grueso, y luego le atamos los pies con una bufanda anudada muy fuerte. Nos pusimos a meterle pañuelos en la boca, masculló algo. Le quitamos los pañuelos un momento para darle una última oportunidad, Entonces qué ¿vas a hablar? ¿confiesas, güey?
‘taba chillando. Volvió a repetir, No voy a hablar.
Pus sí, ¿cómo iba a hablar con todos esos kleenex entre los dientes?
Ya no me acuerdo quién empezó. La madriza. Yo no. Pero cuando ya dos o tres iban encarrerados le entré.
La niña pellizcaba retorcía, Nosotros golpeábamos.
Y decíamos, Eso querías ¿verdad? Tu tortura. Ya estás contento ¿no? Ya te salió sangre.
Y qu’el más grande –ocho años y medio– decide, Ahora hacen falta cerillos. Pegó la carrera para ir a buscar. Y rápido estaba de vuelta también con un encendedor. Dijo, Mi mamá estaba planchando ni se fijó pero por poquito.
Tan por poquito que su mamá se apareció justo cuando al pinche Dumbo le habían quitado los papos y ya le iban a calentar las patrullas.
La señora pegó un grito.
Fue un grito enorme. Hasta se nos subieron. Al cuate de los cerillos se le cayó la caja. Su mamá por fin preguntó, con una voz que ya casi ni se oía, ¿Pero qué están haciendo?
Pus qué no ve, estamos jugando. Contesté.
Después, los mayores dijeron que no éramos más que chamacos, que no nos dábamos cuenta. Que era culpa de la época. Tantas atrocidades en el mundo. Tantas desgracias tantos muertos. Y Dumbo no’staba muerto. Nomás bastante magullado.
Nunca supe qué fue de él. Desde entonces, la gente de las unidades ha ido de aquí para allá. A lo mejor se regresó a su tierra. Allá. Con los de su familia. Que hablaban bien pero bien chistoso.
Y yo después -mil años después, el año pasado- troné mi examen. Por la palabra. Que sacó así nomás el cuidador aquel qu’era buena gente. Una palabra que se oye seguido, que se lee en los periódicos, que dicen en la tele. Por lo general ni le pongo atención.
4 comentarios. Dejar nuevo
Muy bueno y por desgracia son cosas que siguen pasando en el mundo actual.
Sí. Justamente el cuento de Saumont puede ayudar a iluminarlas. Gracias por leer.
Graciotas, como dicen en mi pueblo, por compartir este maravilloso cuento breve de Annie Saumont, autora que desconocía y desconozco, pero que gracias a este texto la buscaré.
Es un cuento breve y sin embargo no muestra las dificultades a las que se enfrenta los niños cuando se trata de convivir con diferentes culturas, formas de ser y de pensar.
Gracias a ti por leerlo.