El cuento del mes

Dos criaturas fantásticas

Aurora Piñeiro

Aquí va la primera de cuatro novedades para el final de 2023. Aurora Piñeiro es una escritora y académica mexicana, autora de la colección de microrrelatos En el fuego y la miel (2004) y del libro para lectores jóvenes Cenicienta, la verdadera historia (2011). En el ámbito de los estudios literarios, es autora de El gótico y su legado en el terror: una introducción a la estética de la oscuridad (2017), y editora de Rewriting Traditions: Contemporary Irish Fiction (2021). En México, ha publicado cuentos en las antologías Cuentos de amor y desamor y Apocalipsis: antología de narradores jóvenes, lo mismo que en revistas como Casa del Tiempo y Etcétera. Acaba de concluir el manuscrito de una nueva colección de microrrelatos, un bestiario al que pertenecen “Mico de noche” y “Quirquincho”. Se verá que los textos siguen a la tradición centenaria del bestiario (que existe al menos desde la Edad Media), pero le dan una vuelta brusca y bella al mismo tiempo.


DOS CRIATURAS FANTÁSTICAS
Aurora Piñeiro

I. Mico de noche
Algunos machos aúllan durante las noches, pero no el que la sigue desde ayer. Hoy habrá luna llena, así que tendrá que dejarse alcanzar y, como en la ocasión anterior, se verá preñada sin ningún cortejo. Ciento veinte días de gestación, unos cuantos de crianza, y después la soledad. Por un tiempo. Conoce el ciclo, y también sabe que no se repite a menudo, al menos no con la frecuencia que observa en otras especies de su selva. No es tan malo, se dice. No es peor que frotarse con un ciempiés o con hierbas olorosas para combatir los parásitos que ahora se le enganchan en la piel. No sabe de dónde salieron. La comezón es insoportable. El astro brilla redondo y redondo está su vientre noventa y ocho días después. Esta vez la cría llega pronto. Esta vez la cría no se aferra a su pelaje con la precisión acostumbrada. Esta vez la cría cae al suelo. Desde su rama, la hembra emite chasquidos y aguza el oído, por si la cría responde. Siente el escozor por toda la piel. Le arden los pezones. La cría no responde. Nunca ha abandonado el dosel. Siente la picazón alrededor de los ojos. Por qué no responde. Podría emitir un chillido fuerte. Pero eso no es astuto. Podría montar guardia desde arriba. Sus ojos distinguen los colores. Su olfato es excepcional. Pero no tiene idea de si será rápida para el descenso y, luego, para trepar. No sabe cómo escalar con una cría a cuestas que no usa las garras. Por qué no responde. Por qué ella no puso pata en tierra antes. Por qué, como Novecento, creyó que podría navegar por siempre en este alto océano verde. Por qué. Por qué crujen unas ramas en el piso. Por qué, ahora, huele a otro macho de la especie. Por qué, justo ahora, la cría responde. Por qué no guarda silencio mientras ella desciende, cautelosa, por el tronco. Por qué brillan, como fuego, otro par de ojos entre la maleza. Por qué.

II. Quirquincho
Atento, esta noche será un grillo. Tiene hambre, pero bajo esta luna comerá sólo un grillo. No el festín pasado, que fue carne donde hincar los dientes. Carne que le supo a infancia, a matatenas inconclusas, a pelota de goma que continuó rebotando junto a la mano del niño que no pudo más, que no la sostuvo, que no siguió jugando. Dura carne de infante rígido que sació su necrófago apetito. Esta noche, sólo un grillo, porque hay ruido de pasos, alboroto cercano.
      Salir de los matorrales, atravesar el camino. Alcanzar el filo de la barranca. Contraer las nueve bandas de sus placas óseas y acoplar el engranaje de su armadura redonda. Rodar. Hacia el resguardo. Abrir las rodajas del melón, deslizarse, estar a salvo.
      Bullicio, voces y humo. Grisura que extingue el aire en la madriguera. Sofoco que abruma la noche, la vuelve espesa, enchocolatada. Pánico en las córneas, dilatadas. Pequeña sístole en mínimo corazón, aterrado. Busca la salida y se torna bala de cañón: todo él cubierto de escudos córneos, afilados. Rueda hacia el aire, hacia la bocanada que es boca de costal que han puesto a la salida de su casa, antes tan disimulada. Dentro del apretado tejido de rafia, chirría el armadillo, rechina los dientes, furioso, y no le sirve de nada. Llora la noche entera, colgado de un palo de dura, durísima madera. Árbol donde se seca su coraza, de antigua talla, acorazada.
      Y rueda, lunar, el calendario, hasta que el astro hinchado ilumina el rostro de otro infante pálido y, esta vez, ahogado. Las llamas de dos cirios titilan a sus costados. Se acerca un músico para entonar, triste, el canto. Sobre su pecho apoya el charango, con su caja de resonancia hecha de quirquincho embalsamado. Música del cuerpo, canto necrosado. Así se extingue su especie, en la elegía del campo peruano.

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