Concurso

Concurso #119

Las Historias convoca a su concurso #119 de minificción o microrrelato. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:

[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»]
(clic para ampliar)
(clic para ampliar)

Instrucciones:

1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.

2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.

3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.

El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar.

Como este concurso aparece tarde en el mes por causas de fuerza mayor, la propuesta es realizar los textos con rapidez. La fecha límite para participar es el 29 de mayo de 2016. Quedan invitados.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]

30 comentarios. Dejar nuevo

  • Información Bitacoras.com

    Valora en Bitacoras.com: Las Historias convoca a su concurso #119 de minificción o microrrelato. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen: (clic para ampliar) Instrucciones: 1) Suponer que esta imagen representa un instante de una hist…

    Responder
  • Pablo Barbosa
    16/05/2016 1:55 pm

    Archivaldo esta desesperado,han pasado años y aún no descubre la humanidad escondida dentro de sus entrañas metálicas.La fábrica de acompañantes que lo creo,tuvo que cerrar debido al escándalo del asesinato de la señora Gutiérrez a manos de su amante androide.Archivaldo quiere respuestas,aún cuando sabe que los “orgánicos” al verlo,lo último que querrán es ofrecercelas.

    Responder
  • Como siempre.

    Tanto tiempo deseé que nuestras miradas se cruzaran. Imaginé infinitas epifanías de ese momento. Y hoy que estuvo a punto de ocurrir, como siempre, me quedé de una pieza.

    ASP

    Responder
  • La próxima vez…
    Cuatro paredes han estado esclavizando recuerdos; muy cerca un cuerpo fue encontrado escapando del alba. Suposiciones deslizándose de boca en boca han logrado que alguien reclame los restos, arrojando a los inadaptados a la tierra de objetos donados.

    Responder
  • ¿Cuánto tiempo he estado aquí?

    ¿Cuántos años ya que mi cuerpo es metal?

    Me he convertido en parte del inmobiliario y estoy obligado a contemplar con un ojo ciego cada amanecer desde este punto en la sala.

    Siento partes de mi capa de pintura deshacerse, al igual que las raspaduras aumentan sobre mi tez de bronce.

    ¿Cuánto tiempo he estado aquí?

    ¿Por qué prometí quedarme para siempre?

    Responder
  • alonsotreh
    19/05/2016 12:31 pm

    Y ahí, como mudo testigo, iluminado únicamente por la lampara que el asesino dejo caer al huir, mientras el viento se colaba por la ventana abierta y jugueteaba con los papeles, quedo la pequeña estatua de la que tanto se enorgullecía el viejo; la policía como único motivo supuso un robo, ¿quien querría hacerle daño a un anciano amable que regalaba dulces a los niños y salvaba animales callejeros?. Nunca supieron que dentro de la estatua que acabo en un basurero, estaban guardados en una memoria tres de los siete secretos desaparecidos de la oficina del cónsul encargado de asuntos extraterrestres en Marte.

    Responder
  • Ídolo inmortal.

    Nunca imaginé que la fama sería así. Había soñado con estadios llenos hasta arriba coreando mi nombre, eso sí, pero nunca pensé que aceptar aquella petición de convertirme en estatua para conmemorar mis éxitos fuera algo tan literal… tampoco me consuela estar rodeado de todos mis ídolos.

    Responder
  • La luz tenue se reflejaba sobre su rostro inoquo.
    No había forma de salir de la tortura que le causaba sentirse abrumadamente solo, se quedó inerte en el sentimiento que le carcomío hasta el alma y no tenía mas voz que la fuerza de su mirada profundamente varada en el mar de la incertidumbre.

    Responder
  • Castulo Aceves Orozco
    19/05/2016 5:31 pm

    Parte de ser asesino perfecto, medita, es quedarse inmóvil y esperar el momento adecuado para asestar el golpe. Así sean diez minutos, una noche, por semanas, década o milenios

    Responder
  • Ayer
    Apenas veo cómo cae la cabeza tan hermosa sobre tu pie. Maldigo por dentro que no sea tu cuerpo la almohada de su salvación. Una lástima y un desperdicio, todo, la escultura, tu vida, la mía, y la muerte arranca un pedazo de mí cada día.

    Responder
  • Por fin lo comprendí: yo no era ni sería nunca un hombre bueno, un hombre modesto, un ejemplo de virtud. Yo era perverso, egoísta, cruel y despiadado. Nada compasivo podría nacer de mí, nunca una sonrisa, una palabra generosa brotaría de mi boca. La sola presencia de seres cuyo entusiasmo raya en la imbecilidad me carcome el alma, de modo que, si la suerte apremiara, cercenarles la cabeza no sería un asunto demasiado escandaloso. En definitiva, quien se empecine en tratarme más allá del parco saludo, quien consiga asomarse al oscuro bosque de mi corazón a fin de encontrar un claro luminoso, descubrirá inútil el esfuerzo; gris e impenetrable, la pared de mis afectos se erguiría frente a él, pared imponente, caprichosa, cuyo único gesto de bienvenida, en el remoto caso de consentir satisfacerme, sería derrumbarse sobre quien pretende importunarla.

    Responder
  • Cheny Garrido
    20/05/2016 4:58 am

    Aborrecía a su nana por el reemplazo del abuelo. Un hombre insensible de mirada condenatoria. Ansiaba que detuviera sus susurros y deambulación mientras la abuela dormía. Lo culpó pero ella no creería mal del corazón de piedra. Afanoso por evidencia, se armó con su celular para abrirse paso entre los recuerdos de la anciana: Los únicos testigos, encandilados por el flash y azotados por su último chillido. Sin evidencias que la salvaran, arrojaron a la nana a prisión. La sonrisa de un oficial se apagaba al ver el carrete del celular que decidió deslizar hasta su bolsillo. Sólo una fotografía guardada. Una fotografía que eliminó al momento. Después de todo, nadie querría una sefie de la horrible estatua de la vieja.

    Responder
  • El Trofeo

    Un día sí, y el otro también, arrojé al piso ese maldito trofeo de mi padre, «as del deporte». Pese a las abolladuras, a que terminara incluso en el maldito bote de basura (un buen día lo llevé a una casa de empeños), mi madre, adoratriz del causante de esta parálisis (imbécil de mí, sólo me fracturé las cervicales, quizá debí saltar de más alto, no puse fin a mi atormentada existencia) la devolvía, con religiosidad, a su lugar. Ahora, en este lamentable estado, inmóvil, de reojo veo la maldita figura de bronce, sólo resta esperar la muerte venga pronto. Eso, o que mi progenitora deje de hacerse pendeja y acepte los abusos interminables que ambos sufrimos.

    Héc Alba S.

    Responder
  • Imagínate: hoy vas con un médico, el único que encontraste; los de su especialidad escasean. «Necesitas una cirugía de emergencia. Hay que impedir que esta peligrosa enfermedad avance». Dice, mientras dispone que preparen todo. No dudarías en absoluto cuando se trata de salvar tu vida, pero esos reclamos que escuchaste en recepción, cuando esperabas tu turno, te hacen pensar que algo más que tu salud va mal. Los instrumentos quirúrgicos están enfilados, el quirófano cerrado. Recostado,p no te puedes mover, ni hablar, menos huir. Así, como yo, una estatua de bronce, atrapada en este cuarto, con el mismo restaurador de El Caballito.

    Responder
  • Cuando dijeron que mi destino era el bronce, no pensé que sería tan literal.

    Responder
  • DE BRUJAS Y OTRAS MENTIRAS
    El olor enrarecido que su piel quemada despedía la hizo recordar las veces en que le habían suplicado clemencia y las veces en que, valía la pena reconocerlo ahora, la había negado sin dudarlo.
    -¡Miren es que no le duele!
    -¡No siente nada!
    -¡Eso es cosa del demonio!
    Visiblemente hastiada de las supercherías de la muchedumbre, alcanzó a vomitar el desayuno, justo sobre las distinguidas damas que hacía unos minutos la acusaran de ejercer la brujería por un pacto con el demonio.
    -¡Miren se quema y no dice nada!
    -¡Santa María madre de Dios que alguien haga algo!
    Verónica sonrió, estirando lo más que pudo el cuello para mirarse los pies quemados, sentía una enorme curiosidad de verse por dentro, no había nada que temer, el cuerpo era transitorio, la conciencia inmortal y la ciencia siempre ganaba en la falsa pérdida de ambos casos.
    Se acercó el sacerdote visiblemente abrumado a otorgarle el perdón de Dios antes de su inminente muerte, al verlo llegar le lanzó un furioso escupitajo que se plasmó justo en medio de los dos ojos y se deslizo viscoso sobre la nariz.
    -¡Dime la fórmula que usaste para convertir en estatua al Abad, dímela y te salvo ahora mismo, dímela maldita mujer! –susurro mientras se limpiaba el rostro.
    -¡Jamás!-contestó sarcástica.
    -¡Pues entonces morirás!
    -Que así sea.
    Las llamas la devoraron lentamente ante el asombro de todos, no padecía dolor alguno, la vieron sonreír con las encías expuestas después de que su boca hubo desaparecido…
    -¡Ay mamá, en verdad quieres que crea que esa es la historia de la estatua? Por favor ya no soy una niña, ya no me creo cualquier cosa.
    -Cierto, qué lástima.

    Responder
  • Siempre he sido un comprador compulsivo, cuya afición a los cuadros y a las antigüedades han convertido mi casa en una galería y en donde las cosas van tomando su lugar conforme van llegando. Puede decirse que poseo un trastorno afectivo por todo aquello que se puede comprar. Pero fue una felicidad efímera hasta que el infortunio tocó a mi puerta. Un extraño huésped irrumpió sin violencia brillando como guijarro al sol, pero al irse adentrando en la penumbra, me di cuenta que también se iba reduciendo su esplendor y belleza. La patina de su cuerpo llevaba los rastros de la violencia producida por el descuido. Posiblemente por los años que paso exiliado en oscuros cuartos de triques inservibles y en donde el continuo roce, de los otros desechos, hería su delicada piel de bronce. Un día, en un descuido, logró escapar hasta llegar a mí. Al igual que las otras cosas se adueñó de un lugar y desde ese día se convirtió en mi torturador. Siempre en la misma posición, con esa mirada irreductible de eterna vigilia, me tiene sofocado de miedo, al grado de no poder salir para realizar una compulsiva compra.

    Responder
  • Miguel A. Sánchez
    24/05/2016 10:41 pm

    Y SÓLO ASÍ PUEDO DORMIR

    –¿Cuánto por la figura de allá arriba? La de bronce.

    –Esa no está en venta.

    –¿Cómo?

    –Prometí guardarla. Es tesoro familiar.

    –¿Y por qué está aquí entonces?

    –Porque de aquí a mi cuarto ya no escucho sus gritos.

    Responder
  • Sinhué Bellescusa
    26/05/2016 3:31 am

    Los ladrones viejos

    Mientras se disponían a perpetrar el robo, se enfrascaron en una absurda discusión:
    –Es de Kubala.
    –¿Cómo crees? Es toda la cara de Casarín, ese cabrón sí era ídolo.
    -.Pero si Casarín no jugaba ni madres, cómo le iban a hacer una estatua.
    –Bueno, da igual de quien sea, de esos dos ya nadie se acuerda. Mejor tráete esa lámpara de algo nos ha de servir.
    Al intentar jalar la lámpara la estatua se movió y le cayó encima, destrozándole la cabeza y derramando la sangre por toda la habitación. Su compañero se percató que debajo de la estatua había una leyenda «Para el más grande de todos los tiempos. Horacio C.»
    Su compañero tomó la lámpara de la mano inerte y dijo:
    –Ya ves que sí era Casarín…

    Responder
  • Einstein Palomo
    26/05/2016 8:23 am

    Abrí la puerta principal y en esta ocasión no estaban mis dos perros esperándome, ya no estaban sus caras alegres mirándome por la ventana del patio, ni el sonido escandaloso de sus colas golpeando las puertas, ya no se sentía la vida que irradiaba la casa; ahora solo se observaban muebles bajo una espesa capa de polvo, y se percibía una sensación de vacío.

    Mi único acompañante en ese momento, era aquel hombre inmóvil, ese que miró pasar la vida y la muerte durante tantos años; continuaba en el mismo lugar donde se quedó la última vez, vigilando algunas cajas mohosas con fotografías y recuerdos. Él no lo sabía, pero se trataba de su última noche, el día de mañana esas cajas serían botadas a la basura, y en cuanto a él, sería fundido para fabricar un buzón.

    Ese ya no era mi hogar.

    Responder
  • Fanny Martinez Morell
    26/05/2016 8:57 pm

    LA HORA PROPICIA
    Eran las tres de la tarde cuando me senté a escribir y no volví a pararme hasta las diez de la noche. Sólo en dos breves ocasiones me levanté; una para ir al baño y otra para comer un pedazo de pan con queso.
    La musa por fin me había visitado. Era vivaz, de cabellera negra, aunque de rostro un poco sombrío. Bajo sus cálidas y mullidas osadías lograba acallar mis desalientos y mis palabras eran las suyas. Noté que al moverse embelesaba mis sentidos; y es que desprendía aroma a café fuerte, espeso y embriagante. Llevándome en un trance hipnótico, no me soltó hasta ver que el cansancio me derrumbaba. Entonces, no hubo más remedio y, para que nunca saliera de mi vida, vertí sobre ella toda la tinta del frasco.
    Ahora, ella y yo, alumbrados por la lámpara del escritorio, porque los días oscuros enfrían el alma y congelan la imaginación; y porque ambos somos de Veracruz y nos gusta el buen café, aquí nos quedaremos.

    Responder
  • Estoy condenado. Soy observador del planeta de la galaxia, de los astros, y aún así estoy condenado. Veo los niños jugando, pero no siento la alegría de la infancia. Veo la violencia, inseguridad, asesinatos, desaparecidos. Soy incapaz de hacer algo. Observo pasar el amor ante mis ojos y no lo siento. Soy tú, soy él, somos todos en este país de ingratos videntes sin voluntad de actuar. Somos estatuas de nuestro pasado y un maldito futuro. Nada nos queda más que decir:?Si tan sólo me pudiera mover…?

    Responder
  • El ídolo

    Inmóvil, así quedó Felipe después de pedir el deseo a la estrella, él siempre soñó con convertirse en un ídolo y eso fue lo que pidió cuando la estrella fugaz pasó por el cielo, la misma noche que llorando subió a la azotea de la iglesia del pueblo, donde se sentó pensando en su sueño hasta que la oportunidad llegó. La gente del pueblo solo se maravilló porque apareció sin mas, de la noche a la mañana, allí, sobre la iglesia y todos decían que era un milagro. Lo bajaron, lo pusieron en un nicho y le brindaron reverencias y lo adoraron. la estrella cumplió su trabajo, Felipe, se convirtió en un ídolo.

    Responder
  • Herrumbre

    El color del silencio
    envuelve el cuerpo cansado,
    agua y sal
    oxidan la platina
    y observo la figura
    condenada a yacer,
    un segundo más en la eternidad
    del universo caótico,
    loco e irreverente.

    Responder
  • Paula Romero
    28/05/2016 5:10 pm

    ATORMENTADO

    Hoy desperté con un presentimiento extraño pero no quise postergarlo más. Mi abuelo murió hace un mes y desde entonces he estado reuniendo fuerzas para venir a ésta casa a sacar sus cosas y limpiar. El estómago me dolió desde que entré. Él sigue aquí; en el denso aire y en los viejos muebles.

    Estaba sacando sus camisas cuando empezó la maldita tormenta. El viento sopla muy fuerte y el chiflido retumba en mi cabeza. No estoy seguro de que exista… tal vez sólo está en mi cabeza. Escribo acostado en su cama; se fue la luz y me aterran los relámpagos, no puedo continuar.

    Aquí lo vi por última vez, ya sin vida; con la piel transparente y la mandíbula abierta. Su expresión sigue rondando mis noches. Desde aquí, mis ojos distinguen entre la oscuridad su vieja escultura de bronce… parece mover la boca; la furia de la lluvia lo envuelve todo, sofocándome en una pesadilla.

    Me está costando respirar. Son sólo cosas, ¡Son sólo cosas!, repito a gritos. Pero en el fondo sé que no. La lámpara empieza a temblar y la foto de mi abuela se cayó. Cierro los ojos y surgen las voces… todo murmura, pero no entiendo nada. Prefiero seguir viendo; mis ojos ya se acostumbraron a la oscuridad. No importa que ardan, ni que lloren. Tal vez aún le debo muchas lágrimas.

    Responder
  • «No hay que jugar para ganar, sino para que no te olviden», Sócrates de Souza.

    La tenue oscuridad del almacén de viejos trastos se rompe con el reflejo de unas luces familiares. Reconoce el motor diésel de la vieja furgoneta. Ha llegado de nuevo el anticuario. Todos los domingos por la noche la misma historia. Oye la persiana que chirría con estrépito al subir y después la llave que gime en el bombín (sí, haría falta algo de aceite). Luego aquel andar cansado y torpe, entre muebles viejos y cachivaches inútiles que, con esperanza estéril, esperan recobrar alguna gloria perdida: la mecedora del abuelo, el bodegón con el cigarrillo aún encendido y la estatua del héroe olvidado, con zamarra azulgrana y botas recién abrochadas, preparado para el lanzamiento del penalti definitivo.
    Derrumbado en el sofá de la casa de antigüedades, Marcos Alonso se duerme de nuevo; mientras su televisor repite una y otra vez el vídeo del fatídico momento: aquel penalti fallado que le separó de la gloria eterna.

    Responder
  • Recuerdo el día que sucedió. Echaron abajo la puerta de la iglesia y comenzaron a romperlo todo. Se llevaron las imágenes de Santa María y el Crucificado. Echaron a la hoguera a San Isidro, a Santa María de la Cabeza, a San Esteban, a San Antonio de Padua. Rompieron la piedra del altar. Tiraron por el suelo las vestiduras sacerdotales. Alguien se llevó los cálices de oro. Se marcharon.
    Durante un tiempo, convirtieron la iglesia en una cuadra. Todo se llenó de suciedad. Un día, el niño que se ocupaba de los animales trató de arrastrarme fuera. Me lanzó al suelo y me rompió la mano derecha. Intentó moverme, pero se cansó pronto. Me dio varios golpes con un palo y me dejó en el suelo.
    Pasaron varios meses. Una mañana, entraron unos milicianos para llevarse los caballos y los mulos. Dispararon contra las paredes y el techo. Quemaron la paja, pero el fuego no prendió. Dejaron la puerta de la iglesia abierta. Poco después, entraron otros soldados que vestían un uniforme diferente. Me levantaron del suelo y me llevaron a hombros por el pueblo. La gente me miraba asombrada. Gritaban:
    –¡Nuestro santín se ha salvado!
    Tardaron sólo unos pocos días en arreglar la iglesia. Me colocaron detrás del altar. El cura dio la primera misa. Dijo que había sido un milagro que Santo Toribio se hubiera salvado de las hordas marxistas. ¿Santo Toribio? Yo era… No, no dije nada, por supuesto. Me halagaba la idea de que me confundieran con un santo.

    Responder
  • El psicólogo sugirió más actividades en pareja y decidimos decorar en conjunto nuestra casa. Como todo y como siempre, se convirtió en un concurso de cómo fastidiar más al otro. Empezó con pequeños detalles como los cojines rosas que ella aportó, a lo que yo repliqué con un tapete de piel de oso. Ella lo llevó a otro nivel con esa horrenda y anticuada lampara, no me dejó otra opción más que sorprenderla con una estatua de bronce.

    Responder
  • No, dice la nana Nona. No, nuevamente.

    [Cape Cod Kwassa Kwassa]

    Responder
  • […] sus diferentes usos del humor (y en especial del humor negro), gana el cuento “Los ladrones viejos” de Sinhué Bellescusa, y obtienen menciones “Y sólo así puedo dormir” de Miguel A. […]

    Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Entrada anterior
Ganadores del concurso #118
Entrada siguiente
Ganador del concurso #119