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El arte de enseñar a escribir

Mario Bellatin (coord.), El arte de enseñar a escribir.
México, FCE, 2007.

[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][Antes de la reseña: gracias a todos los que dejaron mensajes y buenos deseos durante el rato que he pasado enfermo.]

Hay quienes desconfían de los profesores, talleres y escuelas de creación literaria, que en México se han multiplicado en las últimas décadas con base en el ejemplo de un puñado de precursores, como el grupo Mester de Juan José Arreola y la escuela de la Sociedad General de Escritores de México. Y en muchos casos la desconfianza no es injusta: abundan quienes reducen todo a la artesanía (a “la oración peinada y el gerundio bueno”, escribe José Manuel Prieto), pero más aún los profesores desprovistos de todo conocimiento, los gurús de medio pelo –esos que premian a los alumnos que más los adoren– y los que se especializan en el halago desmedido de cuanto se les da a leer: el tallereo como terapia de grupo.
Contra todos esos está también El arte de enseñar a escribir, resumen del proyecto de la Escuela Dinámica de Escritores (EDDE) que dirige y fundó Mario Bellatin, pero algunos lectores se distraerán con su discurso paradójico. Bellatin escribe en su introducción una negación tajante: “No se debe, no se puede enseñar a ser escritor”, y tras ella vienen textos de muchos de los maestros y una descripción detallada de los cursos; éstos se llevan a cabo en un espacio que describe como “una escuela vacía en la que no existen programas de estudio […] una gran instalación, que empezó y sigue fluyendo en el tiempo y en el espacio”; los maestros observan aquí y allá que de la EDDE podrían surgir autores relevantes de una nueva generación…
No hay paradoja, sin embargo, si se considera el hecho, incómodo pero innegable, de que Bellatin tiene razón: se pueden divulgar las formas y las técnicas literarias, pero los maestros que realmente valen (y hay algunos) saben que tan sólo acompañan, durante cierto tiempo, a quienes aspiran a practicar la escritura. Lo que logren esos discípulos –si algo logran– dependerá tan sólo de cada uno de ellos, y lo mejor que puede pasarles es tener, mientras no estén librados a sus propias fuerzas, experiencias tan amplias y enriquecedoras como sea posible. Para lograr este fin, la EDDE opta por eliminar el trabajo de taller (!) y concentrarse en el intercambio de quienes se inscriben en ella con creadores y expertos de diferentes disciplinas. Éstos divulgan lo que saben, conversan de temas particulares u obras y autores precisos y ofrecen atisbos diversos del trabajo creativo: ya escribirán después los alumnos, solos y por su cuenta, con ayuda de lo aprendido pero más allá de todo alcance o interés de la propia EDDE.
Empeños semejantes, dedicados a propiciar experiencias y procesos y no a dar “resultados”, han desafiado en más de una ocasión las ideas preconcebidas sobre el arte en occidente. Un solo ejemplo: el trabajo teatral del director polaco Jerzy Grotowski en los últimos años de su vida, mucho después de haber abandonado toda intención de realizar puestas en escena, que se volcó en la investigación con un grupo cada vez más reducido de actantes y, al final, prácticamente con uno solo: Thomas Richards. Nunca ha habido un montaje donde Richards “muestre todo lo que consiguió” y los documentos existentes sugerirán al lego no “teatro” en ningún sentido habitual sino rito, juego, o bien arte convertido en su propia justificación, más allá de cualquier expectativa ajena. La EDDE es un poco menos radical: la actividad de maestros y alumnos, como puede verse en el libro, sigue inserta de muchas formas en la tradición y en los modos comunes de la producción cultural. Pero no importa: de modo semejante a la obra narrativa del propio Mario Bellatin, que en los últimos años ya no puede entenderse como formada por libros autónomos y sugiere una serie de aproximaciones sucesivas a varios límites del discurso novelesco, El arte de enseñar a escribir no deja de ser una provocación, que puede irritar o complacer pero señala claramente varias incógnitas y oscuridades de nuestras ideas sobre la enseñanza, sus posibilidades y su relación con la creación artística.
Aparte de programas y explicaciones, lo escrito por los maestros es diverso: testimonios, apreciaciones, ejercicios de estilo. Algunos textos son notables, y al menos un proceso descrito debería conocerse en todo taller y escuela, siquiera como metáfora de la dificultad y el rigor necesarios –y que tanto desprecian los maestros y alumnos mediocres– en el trabajo de la escritura. Es el propuesto por el artista Aldo Chaparro: crear una esfera perfecta de poliuretano, tarea simple en apariencia pero que debe hacerse con serenidad y cuidado y sirve a varios fines: imposibilitar que los alumnos se apoyen “en la percepción personal de un tema, para así justificar un mal resultado”; incitarlos a “poner toda su energía en el proceso y a reconocer sus aciertos”, en vez de escudarse en “la búsqueda de originalidad”, y ayudarlos a reconocer sus fortalezas y debilidades. Más de un pope de la especialidad no ha pasado jamás por semejante labor de descubrimiento.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]

10 comentarios. Dejar nuevo

  • Es alentador leer comentarios como éste y contar además con el libro mencionado. Soy ingeniero de profesión y llevo más de diez años escribiendo sin interrupciones, más a manera de teraparia que afición; sin embargo nunca he tenido la oportunidad de acercarme a un taller literario. Mis aproximaciones se reducen a un montón de libros leídos, ser parte de la audiencia en un par de lecturas de poesía y la intención fallida de asistir a presentacíones de libros como la que brindó usted el pasado viernes por estos rumbos. Considero que voy mejorando como escritor de manera eventual porque es evolutivo, y no me preocupo demasiado por las normas que algunos hayan impuesto, aunque sí me preocupa que muchos crean que es la mejor o quizás la única forma de escribir… Confío en que habrá lugar para un aficionado más de las letras, mientras tanto conseguiré este libro para seguir mejorando 🙂

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  • Marco, bienvenido y por acá nos seguimos leyendo. Además del libro de Bellatin, te recomiendo (justo del otro lado del espectro, digamos, en lo que concierne al trabajo creativo) un libro de mucha artesanía pero verdaderamente genial: El arte de la ficción de John Gardner. Un saludo.

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  • “No se debe, no se puede enseñar a ser escritor”
    Pero si a escribir.

    Uno puede recibirse de Físico y no por ello ser igual Einstein.

    Entiendo que hay mucho de terapia en estos talleres. Y la verdad que no veo cuál es el problema. Quien tenga alma de escritor sabrá hacer su camino. Es algo tan propio, tan posible de hacer mientras uno trabaja de otra cosa, no depende de la suerte.

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  • ¿Cuántos «Marcos» habremos? Un día que me acerqué a la SOGEM pregunté qué gran escritor había salido de un taller o de una escuela. Ya no me acuerdo qué me respondieron. Ni siquiera estoy seguro de haber hecho la pregunta en voz alta. Pero los regaños y los reconocimientos son terapéuticos. No sé si volvería a esa suerte de taberna de amantes de la literatura, pero la recuerdo como una experiencia única.

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  • Hernán: creo que tienes razón. Los «talleres como terapia» en los que pienso son aquellos en los que el «profesor» se dedica sólo a elogiar desmedidamente cualquier cosa que se le presente. Yo he visto varios de estos, y son tan nocivos como los talleres que destruyen y denigran parejamente. O tal vez hasta más.

    Luis…, yo no creo que los escritores «salgan» de talleres o escuelas: pasan por ellos, que no es lo mismo, y si obtienen algún beneficio de ello será porque se cumplan, a la vez, dos condiciones: que el curso o taller esté presidido por alguien que pueda enseñarles algo que valga la pena, y que ellos estén dispuestos a aprender. Al menos quiero pensar que es así.

    Muchos saludos.

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  • No pensaba en «esos» talleres terapia. Sino en talleres dónde la gente comparta lo que escribe y se sienta de alguna manera contenida. Sin exigir un nivel académico del taller.

    Estos talleres que describes son nefastos. Me preocupa que hayas visto ‘varios’ de ellos.

    Puede ocurrir que estos lugares ‘devoren’ alumnos y luego ensucien la reputación de todos los otros emprendimientos.

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  • Ah… Claro. Sí, estamos hablando de cosas muy distintas.
    Y sí, esos talleres que yo he visto son terribles, porque ni siquiera son terapia verdadera. En fin.

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  • Hola a todos,

    Creo que los talleres, así como cualquier educación formal sobre técnicas de escritura e incluso estilos de escritura, son positivos.

    En otras formas de arte, nadie se opondría a aprender técnicas y estilos para a través de ese conocimiento fortalecer el talento, potenciándolo, enriqueciéndolo con opciones.

    Al final el conocimiento formal no remplaza el talento, pero el talento por sí sólo sin conocimiento base (ya sea formal o no) difícilmente alcanza su potencial.

    Claro que – como en cualquier rama del conocimiento – si la educación formal es deficiente, puede hacer más daño que bien…

    Un abrazo Alberto, que bueno que ya estás en circulación…

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  • Estoy haciendo un curso de Gramática y Redacción. 16 clases de 2 horas cada una dictado por un centro cultural dependiente de la UBA (LA universidad más grande de Argentina).

    Me sorprendí al ver álgebra y lógica en la gramática. No es que me hayan explicado eso. Es que lo vi. Pensaba que la matemática y la literatura eran polos opuestos. Sin embargo, ya no lo veo de esa manera.

    Una forma de imaginar lo que veo es pensar en una escalera que desciende, recta, espiralada, sin fin, o abruptamente terminada. Los escalones deben brindar un descenso pausado y cómo al andar, pueden cambiar sus alturas para variar el ritmo, y si alguno falta uno tropieza. Es decir, debe haber lo que debe haber, hay una lógica, una estructura de red, que debe ser completa e isomorfa para que el lector se deslice por el texto.

    Y lo mejor de todo esto es que sacar un escalón puede ser parte de la lógica. Que mejor manera de hundir al lector que sacarle un par de escalones. Pero para ello uno debe pretender hacerlo y generar el lugar.

    En fin, me entusiasma. Hay una buena bibliografía que nos han recomendado en el curso. Lo que vamos viendo me sirve como guia para entender ciertos temas. Como ser: tiempos verbales. Me tomará 6 meses como mínimo dedicarme a aprender.

    A lo que va todo esto. ¿Mi apreciación sobre la matemática y la literatura existe o ando lejos de la realidad?

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  • Que es imposible, en principio, enseñar a escribir como se puede enseñar a pintar, bailar, obtener fotografías o, inclusive, hacer ciencia, es un hecho conocido, creería yo, incluso intuitivamente, por aquellos que no solo somos lectores, sino que además aspiramos a escribir. Por lo menos, alguien interesado auténticamente en dedicarse a la escritura debería llegar a esta conclusión inevitable. No existe un método, como el científico, un protocolo, un conjunto de reglas probadas y comunes que pueda uno seguir como lo haría al aprender, por ejemplo, una disciplina cualquiera. La respuesta está, creo, en la condición inasible de la escritura, como dan fe de ello de forma unánime los numerosos textos reunidos en el libro de Bellatin y escritos por aquellos que se dedican profesionalmente a ella. No existe el haga tal cantidad y tipo de ejercicios, aprenda esta parte teórica, memorice tal fórmula, para llegar, indefectiblemente, a un escrito como tal, sea cuento, poema, ensayo. Es, en este sentido, una tarea extraordinariamente individual, por lo que lo que funciona para un aspirante puede no hacerlo para otro; creo que nos queda entonces acometer la tarea del mejor modo que podamos, investigando las experiencias ajenas y tratando de generar la propia. Irónicamente, supongo que en el proceso de convertirse en escritor, un individuo ultimadamente aprende a escribir, deviniendo de esta manera la escritura en un proceso personalísimo, singular, y, por lo mismo, intransferible. El cómo, sin haber un camino que seguir, sino muchos caminos individuales y ajenos, en principio intransitables por los demás, podemos a partir de ellos encontrar, en un verdadero momento privilegiado, el nuestro propio, estaría del lado de ese resbaladizo territorio que es el talento. Un saludo, Alberto.

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