WILLIAM BURROUGHS

Prólogo del libro Sobre Freud y el inconsciente. Artículos desde la interzona de William S. Burroughs (Paradiso Editores, 2015)

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En 2014, el centenario del nacimiento de William Seward Burroughs no recibió tanta atención como hubiera merecido. Los estamentos culturales de su país, Estados Unidos, prácticamente lo ignoraron, y en el resto del mundo occidental ocurrió lo mismo. Sus lectores quedamos decepcionados pero no sorprendidos: en su tiempo Burroughs era chocante, difícil, en el fondo imposible de asimilar para la cultura que lo rodeaba, y en la actualidad sigue siéndolo. No es un escritor que dé una impresión de simpatía, no defiende “causas” consideradas justas y, sobre todo, no se propone reconciliarnos con el mundo: no hay en su obra nada de la “afirmación” y el “consuelo” que parecen obligatorios para la literatura bien ajustada en el mundo del capitalismo tardío, y que refuerzan esa especie de homeostasis de la conciencia en la que se quisiera ver a todo ciudadano, es decir, a todo consumidor: la estabilidad del contentamiento en la que se puede comprar y producir sin malestares ni fricciones.

William Burroughs no vino a darnos la impresión de que podemos olvidar nuestros problemas, fabricarnos una “leyenda personal” y ser felices.

Y tampoco es que le interese, con ánimo transgresor o nihilista, hacernos reevaluar nuestra situación en el mundo y confrontar las falsedades y las sumisiones a las que nos entregamos para volver soportable nuestra existencia. Ni una cosa ni otra: su trayecto es únicamente suyo y, si bien no desalienta a quienes quisieran acompañarlo, tampoco hace nada para complacerlos. Demos gracias de que no nos obligue a bajar del coche: el conductor misterioso con el que salió de México tras haber matado (¿por accidente?) a Joan Vollmer pudo haber sido el Diablo –como imagina el mexicano Bernardo Fernández en su magistral novela gráfica Uncle Bill–, pero nosotros, sus lectores, nunca seremos más que simples seres humanos, curiosos e inquietos ante su inteligencia brutal, inhumana, oscura… y, de vez en vez, iluminada.

En este libro, ese trayecto de Burroughs parte del psicoanálisis y llega hasta la escritura, pasando por la sexualidad y la conspiranoia. Lo que une a los textos se ve en la constancia de los intereses (y desintereses) personales de quien los escribió. Por ejemplo, aunque estudia el psicoanálisis Burroughs no cree que su valor cardinal sea el terapéutico: poco o nada le importa la salud de los pacientes, o las nociones de su equilibrio interior o de su ajuste con el mundo, y en cambio sus consideraciones sobre Freud desembocan en una defensa de la realidad de ciertas experiencias paranormales. De la misma forma, sus reflexiones sobre el sexo están ancladas en el concepto de la energía orgónica, descartado hace décadas como seudociencia, y las porciones más enérgicas de todo el volumen son las que refieren a las “ciencias negras” del control mental.

(Un lector desprevenido podría atribuir esas porciones del libro, apasionadas en el examen de su tema terrible, al infame doctor Benway, el experto en lavado de cerebro que se asoma en El almuerzo desnudo y que es uno de los villanos más escalofriantes de toda la historia de la literatura. Pero si lo hiciera, tendría que entregarse, como las víctimas de Benway, a la experiencia espantosa y transformadora de descubrirse de acuerdo con él en más de una ocasión.)

El conjunto de un libro como éste, aparentemente arbitrario, da a notar la profunda influencia que las intuiciones y los hallazgos burroughsianos, engarzados en su obra y en su leyenda, han tenido en la cultura contemporánea. Su autor no es un pensador sistemático pero sí original e incansable: lo suyo es formular constantes ideas nuevas, fogonazos de intuición y de revelación que, escritos “desde la Interzona” –con base en su perspectiva de artista, nuevamente desde los mundos de sus novelas– pueden verse finalmente como una serie de observaciones sobre el ir y venir del pensamiento de occidente alrededor del concepto de la mente, del pensamiento mismo, y de su manifestación (¿o su corporización?, ¿o su existencia misma?) en el lenguaje.

Ahora que estamos en el segundo siglo de William Seward Burroughs, no importa que no se le hagan todos los homenajes: no necesitamos el aval de nadie para constatar la fuerza de sus hallazgos en la cultura contemporánea. El pop lo ha adoptado con el mismo entusiasmo que la academia y la “alta literatura”, como puede verse en el hecho de que uno de los trasiegos de ideas más llamativos entre ambos estratos –de esos que ocurren muchas veces sin que ninguno de los dos quiera admitirlo– es justamente el de las ideas de Burroughs. Lo encontramos por igual en la apropiación y el reciclaje de las artes que en el cine de zombis; por igual en la obra de Alan Moore que en la de Kenneth Goldsmith.

Quienes pasen esta página lo encontrarán, en estado puro, en las que siguen. Hosco, seguro, lúcido y loco a la vez, es uno de los grandes exploradores de la mente, que observó desde su siglo como nadie. Y lo que pensamos hoy, por supuesto, está infectado de él.

 

Copyright © Alberto Chimal, México, 2015