El cuento del mes

Madejas de tinta

La escritora mexicana Flavia Carreón (Ciudad de México, 1971) es también traductora e intérprete. Ha publicado en diversas antologías y revistas y terminado un primer libro de cuentos, todavía inédito. «Me gusta escribir principalmente historias fantásticas, maravillosas, extrañas», dice; «siempre busco ponerme retos, probar con voces, tonos, estructuras que no he escrito antes». Todo esto puede verse en la siguiente narración –ambiciosa, extraña, llena de humor y referencias intertextuales– acerca de la fragilidad del lenguaje y la memoria, finalista del concurso especial de aniversario de este sitio.

MADEJAS DE TINTA
Flavia Carreón

Rápidamente la multiplicar aprendiendo de tabla estamos, dotadas muy literatura para la somos de historia, química menos un poco, desastre ahora hasta deportes, no importa pero: de será gallinas cosmo el, carajo qué.
JULIO CORTÁZAR

 
 
Aunque todos recuerdan el cómo, ya nadie recuerda el quién, cuándo, dónde o por qué. Y es que cuando el quién ejecutó el qué, es decir, jaló el rabito de la “a” y destejió la escritura, todo quedó perdido, las historias, la memoria, los afectos.
      El mundo vio azorado el proceso, como quien mira a una araña entrelazar sus hilos de plata. Donde había periódicos, ahora no quedaba más que papel en blanco y una maraña negra de tinta seca en el piso que, al barrer, dejaba una estela negra. O un río, cuando alguien borraba con agua hasta el último vestigio de ciertos mensajes comprometedores. Los únicos felices eran los alumnos que vieron desaparecer, de pronto, las tareas y ensayos que debían entregar, y los libros que debían leer.
      —Una tragedia —dijo el académico.
      —No hay de qué preocuparse —aseveró el matemático—tenemos los números, usemos código binario.
      —¡Noooooo! —gritaron todos lo que habían reprobado matemáticas alguna vez.
      Desesperados, y seguros de que en algún mundo alterno se reencontrarían con las letras, los literatos secuestraron cuanto conejo blanco encontraron, sitiaron el colisionador de hadrones, invadieron el Área 51 y organizaron expediciones a Tunguska. Unos cuantos locos daban vueltas sobre sí mismos al grito de “Biblioteca, mi laberinto por una biblioteca”.
      —Volvamos a tejer las palabras —dijo la anciana que se sentaba en el parque todas las tardes con su labor en el regazo—. Cuando mi gato jala el estambre, pues solo arreglo los puntos caídos.
      Nadie entendía del todo cómo se había desbaratado la escritura y, mucho menos, qué podía lograr una dulce abuelita de pelo blanco con sus agujas. Ella, sin inmutarse, jaló la punta de la maraña de tinta a los pies de un lector que sollozaba, pues se había quedado a medio cuento.
      Perú ordenó a sus investigadores aprender el código de nudos de los quipus, para luego venderlo a otros países. Los descendientes de los mayas y aztecas rieron, consiguieron resmas de forma continua, lápices y marcadores, y comenzaron a dibujar sus historias.
      La Royal Shakespeare Company hizo un llamado a todos los amantes del Bardo, sin importar su lengua, a reunirse y grabar las obras entre todos. El sonidista sollozaba frente a su consola, los botones habían perdido sus marcas y no sabía cuál apretar.
      Mientras, la anciana tejedora separaba con cariño los hilos conductores del periodismo y la poesía, el terror y el costumbrismo, la ciencia y el romance.
      El Instituto Cervantes no se quedó atrás: invitó a todo aquel que hubiera leído las obras del gran dramaturgo a Alcalá de Henares. En ningún momento consideraron al fandom de Lope de Vega que también buscaba refugio. Los hospitales de la Comunidad de Madrid se llenaron de lesionados, cuyo número se extendió a buena parte del personal de sanidad que, de por sí, no se daba abasto con el alto número de pacientes intoxicados y eventos adversos. Es que, sin recetas médicas, se equivocaron de medicamentos y dosis.
      En medio de todos, la señora del parque seguía jalando hilos. La incredulidad la había dejado sola, hasta que, desesperados, periodistas, escritores y lectores comenzaron a enrollar madejas y bobinas de textos destejidos que colocaban a los pies de la dama.
      Los actores, en su eterna busca del reflector, se autodenominaron los “Salvadores de la dramaturgia” y, cual juglares, empezaron un periplo por el globo para entretener al pueblo. Siempre con plaza llena.
      Mientras esperaba una solución más comprehensiva, el mundo se decantó una vez más por la tradición oral y comenzó a transmitir las historias a la siguiente generación.
      Al fin, un día, la mujer se levantó de su silla y mostró al mundo:
      A B C D E F G H I J K L M N O P Q R S T U V W X Y Z
      —Falta la “ñ” —gritó la cerebrito del Quinto C.
      La anciana tejió una virgulilla.
      Después de este primer alfabeto, se unieron mujeres que hacían punto de jersey, jacquard, vigoré, canalé y lúrex, noruegas con sus intrincados puntos, bordadoras que prometían devolver la letra al papel con sus agujas. Se recuperaron más alfabetos: cirílico, coreano, ideogramas y hasta silabarios.
      El siguiente gran logro fue el de una entusiasta tejedora que remató: “Escrito por una gallina”.
      —¿Qué el cuento no se llama “Por escrito gallina una”? —preguntó el adolescente cortazariano.
      —¡Qué vas a saber tú! —espetó el profesor de literatura, incapaz de aceptar que un alumno tuviera la razón.
      Y ese pequeño desarreglo se extendió como una infección de una tejedora a otra, a las bordadoras y las hilanderas, las de México y las de Islandia, Nueva Zelanda y Tombuctú. Al cabo de un año y medio, se había recuperado el gran monólogo shakespeariano:

The question, to be, or not to be, is:
In the dream is nobler whether to suffer
To sleep, perchance to rub—ay, there’s the mind:

Así, gracias a aquella anciana y sus agujas, recordamos que muchos pelotones después, frente al año de Buendía, el Aureliano Coronel había de recordar el fusilamiento del hielo. En un lugar de Comala, no ha mucho tiempo, Juan Pedro fue al páramo de la Mancha, donde el hechizo esquivo detuvo la imagen de la sombra que más quieres. Y Dublín empezó a celebrar el Joyceday, en honor a James Bloom.
      Hoy, el arcángel Gabriel sigue trabajando con un grupo de beatos visionarios para tejer de nuevo los relatos bíblicos. Aprovecha para cambiar ciertos pasajes anacrónicos. No le preocupa ser descubierto, Metatrón, el escriba de Dios está ocupado. El dedo divino lo ha mandado a rehacer su trabajo de milenios, que desapareció cuando un serafín quiso explicar lo ocurrido en la tierra y jaló el rabito del último símbolo plasmado.

20 aniversario de Las Historias, Concurso de aniversario de Las Historias, Cuento, El cuento del mes, escritoras, escritores mexicanos, Flavia Carreón, literatura de imaginación, literatura fantástica, Madejas de tinta
Entrada anterior
Dos asesinos

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Rellena este campo
Rellena este campo
Por favor, introduce una dirección de correo electrónico válida.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.