Esta es una novedad en Las Historias: la escritora mexicana Paola Tena (1980) es la primera autora que repite en la antología, con esta serie de viñetas encantadoras, finalista de nuestro concurso especial de aniversario. Pediatra e ilustradora además de narradora, ella imparte talleres de escritura creativa y elaboración de fanzines. Entre sus libros están las colecciones de minificción Las pequeñas cosas (2017), Cuentos incómodos (2019), Cordón colorado (2020), MiniBestiario (2020), Versión no autorizada (2021), Kit de emergencia (2022), Fumadores (2023) y Sueños guajiros (2024).
FAMILIA DE LETRAS
Paola Tena
En nuestra familia, cuando tenemos dudas sobre el significado de una palabra, le preguntamos al abuelo. Se pone las gafas y silabea mientras busca.
—In, in, in, in-con-me, in-con-me-su-ra-ble, ¡Aquí está! “Que no se puede medir”.
—Ves, te lo dije —contesta presumida mi hermana, porque es mayor y cree que sabe más que yo.
Sus historias son muy elaboradas, como aquella de los astronautas que cruzan el espacio a bordo de una nave espacial violeta. El detalle del funcionamiento de esas máquinas es tan complicado que me marea, pero mamá dice que no me preocupe, que todos somos diferentes y que mis historias son hermosas también.
Un día me dio por estornudar y estornudar; con cada estornudo se me desordenaban las palabras. Peor aún, las letras dentro de esas palabras.
—Te veo mala cara —sentenció la abuela—. Es momento de llamar a la doctora Olivetti.
Vino esa misma tarde, cargando una caja rígida color crema que parecía muy pesada. La colocó sobre la mesa. Me miró de cerca con una lupa que hacía su ojo derecho tan enorme como un planeta, y pasó mis páginas una por una.
—¿Es muy grave, doctora? -preguntó mi madre, preocupada.
—No, nada grave. Es un simple catarro que le ha desarreglado un poco una página. Enseguida vamos a componerlo.
Abrió la caja, de donde brotó una máquina de escribir con blancas teclas relucientes. Metió un folio y copió la historia de mi página, pero con las letras en orden. Cuando terminó, pegó el folio sobre la hoja estropeada. Yo me miré en el espejo, sorprendido, girando a un lado y al otro para verme desde todos los ángulos.
—¡Como nuevo! —exclamó ella, guardando de nuevo la máquina.
Sin embargo, se notaba una pequeña desigualdad en el pegado entre una y otra.
—Son las cicatrices que va dejando la vida —explicó la doctora Olivetti, mientras salía de casa.
Esa noche la abuela preparó sopa de letras, que es lo que mejor se le da. A nosotros nos encanta verlas flotando junto a los cuadraditos de zanahoria, de papa y de cebolla, mientras jugamos a ver quién logra componer la palabra más larga.
—Caleidoscopio —dice mi padre.
—Paralelepípedo —contesta mi madre.
—Electrodoméstico —replica mi hermana.
—¡Esternocleidomastoideo! —exclama mi abuelo— ¡Veintidós letras!
—Abuelo, eso es trampa —le corrijo yo, y todos nos reímos. Él es un diccionario, y así no hay quien le gane.
Pero la mayor sorpresa vino nueve meses después, cuando nació mi segunda hermana. Mamá y papá volvieron de la imprenta con ella envuelta en una manta. Estaba dormida. Cuando la vimos de cerca, descubrimos que todas sus hojas estaban en blanco. Abrimos tanto los ojos por el asombro, que nuestros padres soltaron una carcajada.
—Así empezamos todos. ¿O que creían, que cuando uno nace ya tiene todas las páginas escritas?
Y entonces volvimos a mirarla, emocionados, pensando en todas esas historias que habrá de contarnos cuando se vaya haciendo mayor.



1 comentario. Dejar nuevo
Muy bonito y tierno. Además, totalmente verdadero.