Ricardo Pau-Llosa (1954), poeta y cuentista estadounidense de origen cubano, es otro de los autores que encontré en la antología Sudden Fiction (Continued), publicada en 1996 y compilada por Robert Shapard y James Thomas. Pau-Llosa, quien fue finalista del premio Pultizer por su poemario Cuba (1993), escribe en inglés aunque no deja de estar vinculado a la cultura de su isla natal, y también se ha dedicado a la crítica, la curaduría y el coleccionismo de arte. En este cuento, hace una historia apócrifa sobre la vida de Cristo con humor y a partir de una dificultad extraña: un tema de retórica.
Con este cuento prosigue mi proyecto de traducir una muestra de Sudden Fiction (Continued) especialmente para Las Historias.
EL IMPROBABLE ORIGEN DE LA METÁFORA
Ricardo Pau-Llosa
Una mañana, durante un invierno especialmente frío, Jesús salió de la casa donde había pasado la noche y, para su sorpresa, una multitud de gente se había quedado allí de pie por horas, esperándolo.
–No entendemos la parábola de la ballena, maestro –dijo uno de los pescadores
–¿Qué es una ballena? –dijo otro– ¿Y qué parábola fue esa? Yo no pude venir ayer a escucharlo.
Jesús los miró, apenado por no haber explicado la parábola. Había pensado que, como vivían en un pueblo costero, la iban a entender sin problemas.
–Bueno, la cosa va a así. El pecador es como las ballenas que a veces encallan en la costa. ¿No han visto a alguna, todavía medio viva, levantando la cola, más y más débilmente a medida que se acerca a la muerte, de vez en cuando dejando escapar este chillido o eructo, asqueroso, patético, mientras agita nerviosamente una aleta decrépita y cubierta de arena, antes de dejarla caer sin fuerza sobre la tierra? Miren, las ballenas no son peces. Son mamíferos, en buena medida como ustedes y yo. Al contrario de los peces, respiran aire. También pueden haber notado que no tienen escamas al contrario de los peces. Los tiburones tampoco tienen, sin embargo, y eso que son peces… En fin, las ballenas respiran aire, así que pueden vivir un poco más en la costa que un pez que se retuerce en el suelo como dinero perdido. Por el modo en que parecen respirar en la costa, las ballenas son como los pecadores que están muertos para el espíritu pero parecen vivir, e incluso disfrutar, en esta vida. A final, su incapacidad de vivir en tierra firme, aunque también respiren nuestro aire, los mata. No pueden vivir en el reino de los cielos porque no pueden respirar su aire, que aquí es una metáfora del espíritu. Admito que es una metáfora compleja, un giro retórico un tanto arriesgado, porque «aire» es símbolo del espíritu. Todos ustedes habrán oído a los griegos llamarlo pneuma. Así que la ballena respira y no respira, vive y no vive, está en su elemento y no está en su elemento, parece salva y está condenada, es enorme y poderosa pero está indefensa en un elemento delgado y transparente, el espíritu, en el que no puede existir. Supongo que se podría decir también que el pecador sólo puede ingerir pequeños tragos del espíritu mientras se encuentra en el océano del pecado, pero si se le expone a una dosis completa, perecerá, verá su culpa y morirá espiritualmente. Así que el agua es un símbolo del pecado aquí, pero solamente aquí, porque mis discípulos y los de Juan están bautizando gente por todas partes y en esos rituales el agua es símbolo de pureza. Así que no se confundan.
–Oh –dijo cortésmente el pescador desconcertado–. Ahora entendemos.
Su esposa dio un paso adelante y preguntó:
–¿Es la misma ballena que se tragó a Jonás?
–Sí, la misma –dijo Jesús.
–A lo mejor se ahogó por Jonás y no por el aire.
–Sí –dijo otra mujer del pueblo, aferrándose a un chal oscuro bajo su barbilla.
–O a lo mejor la ballena nada más vino a la playa para escupir a Jonás –la esposa del pescador se giró hacia la multitud, arqueó las cejas hacia arriba y curvó la boca hacia abajo para pedir algún apoyo a su hipótesis–. ¡Jonás está regresando! ¡Vamos todos a la playa a verlo salir de la ballena!
La multitud se dio vuelta, casi en un estado de pánico, y corrió por la calle fría hacia la playa, rezando y cantando. Pero cuando llegaron allí y vieron que no había ninguna ballena, todos se quedaron de pie en silencio. Veían un amanecer que podía confundirse con un atardecer. A lo lejos un barco romano navegaba hacia el oeste, aunque igual podría estar yendo hacia ellos. Y sobre la superficie del agua contemplaron cinco o seis peces voladores, que también podrían ser ángeles.