El cuento del mes

El bosque

Jorge Cavazos (Monterrey, 1979) es un artista artista visual mexicano, especializado en ilustración, diseño gráfico, pintura y stand up. Su obra más conocida, la tira cómica Caballo Negro, mezcla el humor con la exploración de lo fantástico y lo sexual, a través de una runfla de personajes variopintos. Con este cuento, en el que se encuentran varias leyendas tradicionales mexicanas (en especial de terror) y un humor muy especial, fue finalista del concurso especial por el 20º aniversario de Las Historias.

EL BOSQUE
Jorge Cavazos

Mi abuela era quien insistía siempre en «jamás de los jamases» ir al bosque. «No vayas solo. No vayas de noche. No vayas. Ahí vive una mujer terrible que se roba a los niños traviesos porque sus propios hijos se ahogaron en el río y no deja de lamentarse. Los agarra y los mete a su cabaña, que camina con dos enormes patas de gallo giro. Una vez que se los lleva nadie los vuelve a ver». Esa misma historia se repetía en todas las casas del pueblo, con más o menos las mismas características. A veces era un charro negro quien te llevaba en su caballo, a veces un jinete sin cabeza, a veces un flautista que te hipnotizaba con su melodía y te lleva a través de un portal a un lugar del cual no había regreso.
      A mí me emocionaba tanto la idea de ver al lobo, al hombre polilla, a pie grande, a quien fuera de tantos personajes macabros con los que mi abuela y los demás adultos intentaban persuadirnos de evitar entrar en el bosque, que me adentraba (a escondidas) cada vez más y más a la espesura, con tal de ver con mis propios ojos a alguno de esos seres imposibles.
      Como probablemente adivinan, no soy como los demás niños. Yo “padecía” un tipo de “sociopatía”, o eso dijeron en la escuela aquella vez que mandaron llamar a mi abuela porque le machaqué los nudillos al maestro Jiménez con un molcajete. Pero esa es otra historia. Lo que le quiero contar es lo de mi muerte.
      La primera nevada del año me sorprendió en medio del bosque. Para entonces, yo ya tenía un par de años escabulléndome regularmente, ya había construido un pequeño refugio, cerca del cual había escondido algunos de mis tesoros más preciados: La pistola de mi abuelo, el meteorito y la mano de mono que mi abuela aseguraba que estaba embrujada y que no quería ver «por nada del mundo» en la casa.
      Miré hacia arriba y me cegó una luz blanca, Entrecerré los ojos y pude ver una cabaña con patas de gallo giro, con una mujer bajo el dintel de la entrada que gritaba «¡ay, mis hijos!». Yo estaba fascinado, los viejos no mentían, lo que estaba viendo era real. Me acerqué con una sonrisa.
      —Te dije que no vinieras—, me dijo mi abuela, con una cara blanca y seria, mojada por los lagrimones que le empapaban la cara.
      —¿Abuela? No entiendo. ¿Tú eres la dama del bosque?
      —Sí es y no lo es—, respondió graznando una figura humana con alas y un pico de lechuza en la cara, que en ese momento bajaba volando hacia mí.
      —¿Usted es el maestro Jiménez, verdad? Lo reconozco. ¿Ya puede mover la mano?
      Muchas creaturas fantásticas y criptidos empezaron a rodearme, reconocí a varias personas del pueblo transformadas en entes de las historias que nos contaban. Nunca me había sentido tan feliz.
      —¿Por qué me dejan verlos ahora, después de tanto tiempo?
      Mi abuela, vestida de blanco y todavía entre sollozos, se acercó a mí. Me abrazó y me dijo, con una sonrisa: «Porque nos hace falta un fantasma».

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