Cuaderno

Opiniones sobre el cuento

Acaba de salir la nueva entrega (la quinta) de Sólo Cuento, anuario que publica la UNAM y reúne –cada año, claro– una muestra de narrativa breve de diversos autores hispanoamericanos.
      La selección de este año fue llevada a cabo por Ignacio Padilla, quien reunió cuentos de autores de media docena de países y me pidió hacerles un prólogo. Acepté; el resultado es el que sigue, y que contiene varias opiniones sobre el cuento como género, cuya muerte inminente se anuncia desde hace tanto tiempo.
      (El libro, aviso de una vez, será lanzado en la FIL de Guadalajara, en el el salón Alfredo Plascencia, el 30 de noviembre, a las 19:00 horas.)

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PRÓLOGO

1. F. A.Q.
Para avanzar de prisa, se puede empezar por las preguntas más frecuentes:
      a) No, el cuento como género literario no está en decadencia ni mucho menos muerto. Si desea un ejemplo, puede aprovechar y leer la antología que viene a continuación, seleccionada por Ignacio Padilla.
      b) No, la novela tiene la primacía que sabemos, pero no ha destruido al cuento. ¿Cómo podría hacerlo? El cuento es su hermano mayor, que proviene del tiempo desconocido antes de la escritura. La novela es una jovencita: sus padres van de Johannes Gutenberg a Miguel de Cervantes.
      c) No, aquí la palabra “cuento” no significa “mentira”. Esa otra acepción, muy popular en los medios masivos, no tiene nada que ver con las narraciones presentadas aquí, y que son una muestra de una parte de la mejor literatura hispanoamericana. Aquí tenemos, simplemente, historias breves, en general con pocos personajes, en general dedicadas a un solo asunto, como las que contaron los narradores de las Mil y una noches, y el infante don Juan Manuel, y Antón Chéjov, y Flannery O’Connor, y Jorge Luis Borges. Y todos los demás.
      d) Sí, los personajes y tramas inventados guardan su parte de verdad irreductible: su propósito, como el de cualquier creación artística, es articular e indagar en la experiencia de existir en el mundo, de pertenecer a la imperfecta especie humana y de apreciar sus posibilidades de horror y de belleza.

2. El adelantado
Ahora bien, hay que ampliar esa última respuesta.
      La cuestión más urgente no es si el cuento sobrevivirá como género (la respuesta suele ser “no” en las notas que se publican, aunque no por un análisis razonado sino porque una muerte atrae más en cabezas y titulares).
      La cuestión, más bien, ha de ser si la literatura, sea cual sea su género, sobrevivirá a los grandes cambios de nuestra época, y en especial al mayor de todos: la llegada de la comunicación digital, instantánea, fugaz, que facilita internet, y a todas las demás consecuencias del auge de ésta.
      Por mi parte, creo que la tecnología digital tampoco va a destruir a la literatura. Hará que se transforme, como se transformó con la llegada de la escritura o de la imprenta y también con los incontables sucesos históricos que influyen en toda práctica de escritura. Y, de hecho, creo también que el cuento, antiguo como es, va a resultar el género adelantado: de todos los que existen –junto con el aforismo, tal vez– será el que mejor podrá no sólo asimilar los cambios de hoy sino reflejarlos cabalmente: convertirse en un modo de expresar lo que significa existir en el mundo hoy, conocer el horror y la belleza de hoy.
      Basta asomarse a las redes sociales: es fácil encontrar en ellas a numerosas personas enfrascadas en la creación de textos breves. Algunos de ellos, como las minificciones o microrrelatos recogidos en este volumen, apuntan a la evolución más reciente de esas formas cortas y condensadas: otros van incluso más allá, a posibilidades de escritura y lectura que no existían en el siglo XX. Pero todas son breves: el abuelo cuento rejuvenece en ellas.
      Por otra parte, no es que el cuento más extenso tenga que temer: no todavía. La muestra de este libro contiene a autores vivos y activos de media docena de países, lo que significa que todos ellos están historiando, a sus muy distintas maneras, el hoy: los hechos de hoy, los reflejos de los hechos en los individuos y de los individuos en los hechos.

3. El índice
En otras épocas de la historia de occidente había numerosas revistas que publicaban cuentos de manera periódica. Entonces era común que los primeros contactos de una historia dada con sus lectores fueran por ese medio, y sólo hasta después se hicieran compilaciones y antologías. La situación presente es justo la opuesta: lo más probable es que ésta sea la primera vez que usted halla todos los textos aquí reunidos. Cada cuento se colorea de los que lo anteceden y lo siguen; la lectura se vuelve seriada, mutante. Julio Cortázar lo vio venir en su famosa edición de los Cuentos completos de Edgar Allan Poe, que tanto trabajo invierte, como se sabe, en crearse un índice: un ordenamiento que dé sentido a la lectura corrida, al margen del orden cronológico de la escritura.
      (Únicamente los libros de cuentos o de minificción permiten esta acrobacia del sentido: la posibilidad de empezar a leer en cualquier parte y seguir hasta donde se desee, de no pasar de un solo cuento en dado caso, o bien de buscar lo que dice, al margen de cada texto individual, la secuencia completa.)
      Para esta antología: esta compilación, abierta como cualquier otra a la lectura mutante de nuestro tiempo, Ignacio Padilla ha realizado un índice temático: las historias están agrupadas a partir de sus afinidades, y en especial las afinidades de sus argumentos. Así, las historias del apartado “Las almas y las letras” se refieren a la condición misma de los escritores, de su trabajo y de sus dificultades en el mundo; las de “Disparos en la ciudad” contienen violencia en exteriores: el entorno urbano que es el campo de batalla de la mayor parte de la población del planeta; las de “Padres, hijos y amantes” son cuentos dedicados a las relaciones íntimas, desde las más sencillas hasta las más retorcidas; y, por último, las de “Los apetitos y los monstruos” tienen que ver con la subjetividad humana, las experiencias interiores, en un arco que va de la imaginación al terror, del deseo a la fantasía.
      El movimiento de este índice en una lectura corrida va de una intimidad –la de quien escribe– a otra: la de los sueños y las pesadillas, pasando por el mundo entero, cifrado en las comunidades humanas de la segunda sección y las pequeñas sociedades que se arman (y se desarman) en la tercera.
      Un lector atento podría pensar que éste es un resumen, en cierto modo, de los intereses de la obra narrativa del propio Ignacio Padilla, quien se ha distinguido como un escritor preocupado a la vez por la literatura, la historia y lo más profundo y oculto de la conciencia humana. No me parecería mal: Poe, santo patrono o tal vez mártir de todos los autores de historias breves, decía (en un texto publicado poco antes de su muerte, del que poco se habla) que el arte es la representación de lo que perciben los sentidos “a través del velo del alma”. No sólo no se puede huir de la subjetividad sino que debemos abrazarla: aceptar que el sentido que damos al mundo proviene en parte de nuestra propia experiencia, que al comunicarse resuena, si tenemos suerte, con la de otros. ¿Por qué no debería ser así con las antologías? De hecho, otros compiladores de la serie Sólo Cuento han hecho caso de sus propias obsesiones y han curado –el verbo es lo de hoy– (re)visiones muy particulares de la narrativa en español que resaltan esas obsesiones, al mismo tiempo que ofrecen vistazos de gran calidad a la obra de numerosos autores. Tal vez aquí tenemos otra visión así: otro paseo por el cuento con un gran escritor en el volante del autobús con ventanas panorámicas.
      Ahora, una observación adicional: el ordenamiento que he descrito, incluyendo mi lectura general y la imagen que me sugiere, tal vez podría dar la impresión, engañosa, de que no hay nada más: de que el título de cada sección explica a las historias que la contienen (y tal vez retrata al compilador que las reunió) y esto es todo lo que cabe decir o percibir. Sin embargo, invito a los lectores –al menos, a los que se interesen por semejantes juegos– a ir más allá: a buscar los ecos secretos entre historias distantes en las páginas. Si la mente de cada escritor (de cada ser humano) tiene puertas secretas: pasillos misteriosos que llevan de un tema a otro, de un momento de hoy a otro del pasado remoto, de una imagen a una idea a una palabra que jamás aparecerían juntas en una historia o una vida, también aquí puede haberlas. Como dije antes, los cuentos contiguos se tocan y se contaminan: resuenan unos en otros.
      Es fácil enlazar los cuentos de Curiel y de Abenshushan, digamos, pero luego los lectores podrían explorar qué tienen en común las historias de Abenshushan y de Chávez Castañeda; en qué se parece la visión del mundo de éste a la de Silva; cómo se da (quizás) el salto de Verducchi a Herbert a Haghenbeck… La cercanía de la lectura multiplicará la fuerza de esas percepciones, y tal vez éstas lleven a algunos lectores aún más lejos: a buscar los nexos que unen el centro con los extremos, las historias pares con las impares, las introspectivas con las preocupadas por la acción…, para luego discutir esas afinidades, o criticarlas, o usarlas con fines oraculares, o simplemente continuar leyendo.
      Para facilitar ese último propósito (que será el mejor de todos), termino aquí.

Alberto Chimal
México, agosto de 2012 – abril de 2013

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