El cuento del mes

No todos podemos ser juniors

[fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][Nota del 18 de septiembre de 2013: el día de ayer falleció Rafa Saavedra. La noticia es muy triste para muchas personas: Rafa era –sin aspavientos ni poses, o quizá precisamente por eso– uno de los escritores más queridos de México. Quizá ahora, como suele pasar, se le recuerde un poco más y se le lea mejor. Descanse en paz.]

Este mes, un relato de Rafa Saavedra (1967), quien no sólo es uno de los escritores más interesantes de Tijuana (a su vez una de las ciudades más interesantes del país) sino también pionero de los blogs en México, fundador de revistas y fanzines, profesor, DJ y productor del programa de radio Selector de frecuencias: además, es el inventor del adjetivo beyondeado, una palabra fronteriza que se vislumbra en la ironía de esta historia y se ve con plena fuerza en muchos otros de sus textos. (La frase que antecede es para invitarlos a localizar los libros Buten Smileys (1997) o Lejos del Noise (2003), en los que está «No todos podemos ser juniors».)

NO TODOS PODEMOS SER JUNIORS
Rafa Saavedra

Ella, siempre dispuesta a escuchar mis diatribas, acostumbraba a llamarme diariamente por teléfono. A mí me encantaba esa terapia sin costo. Por años me había sentido derrotado y sin una respuesta. “¿Cuál es el camino correcto?”, me preguntaba a mí mismo a cada instante. Ella me daba algunas pistas, pero la situación era vaga, apenas bosquejo de emociones inciertas sobre conexiones que no se daban. Habría que ver si eran genuinas o no.

(1. El eterno inconforme es un líder de derechas y sale casi a diario en los periódicos.)

A dónde diablos, le pregunté a ella, se llevaron nuestras sonrisas y bromas juveniles, en dónde torcimos el rumbo y en qué segundo de indecisión se fueron nuestras ilusiones al carajo. (¿Por qué siempre me pasa esto a mí? hay quien dice que es cuestión de karma pero yo lo dudo). El verano de nuestra vida se empieza a marchitar, ya somos adultos y no sé porque eso me rompe el corazón. (¿Cuál era la política del aburrimiento y aquella otra de la buenaventura? A ver, quién puede explicármelo). Ahora todo lo que escucho es «Ten cuidado con lo que pides que puede que se te cumpla».

(2. Esa chica rara tuvo una época atroz, un aborto y un intento de suicidio; ahora se pasea arrogante y nunca responde a nuestro saludo.)

Y ella me contestó, con su peculiar tono pausado, diciéndome esto: «Si quieres vivir Fer, tienes que eliminar los placeres pasajeros y reemplazarlos con lecciones divinas más duraderas. Explorar el potencial de la conciencia humana, eso es lo mejor y chance que sea tú única opción». (Como si eso fuera fácil, cosa de ir al supermarket a comprar un manual por cien pesos y ya…)

(3. Los pequeños idiotas e indeseables del salón van por la vida de cuello blanco y corbata para disfrutar tangiblemente el escurridizo éxito.)

¿Y ahora qué?, le pregunté una noche al salir juntos de una fiesta. (Creo que fue una buena pregunta ¿no?). Ella, al verme totalmente ebrio, me quito las llaves del auto y se ofreció a llevarme en el suyo a casa. En el camino le confesé lo que mis buenos amigos me habían dicho: «No te preocupes, estamos chamacos y todo va a salir bien». (¡Qué risa nos dio! qué estúpidos fuimos, somos y seremos). Y proseguí: «¿Puedes ver el estado de situación? Los maestros y nuestros padres nos decían, nos prometían, nos mentían: el futuro es de ustedes. Ahora me pregunto ¿es qué acaso no lo sabían?, es que no se enteran que la vida te enseña, la vida se ensaña y nunca conoces el por qué». (Suena desolador pero no era así, hasta entonces todo marchaba bien, se los juro). No sé quién empezó la discusión, ella o yo, pero al llegar a mi casa me bajé furioso del auto y le estrellé en el vidrio delantero la botella de whiskey que me había robado de la fiesta; ella no me hizo ningún reclamo, tan sólo se marchó y, más enojada por mi estupidez que por el cristal roto, dejó de hablarme por teléfono casi seis meses.

(4. Mi mejor amiga antes bailaba y reía mucho, ahora triste no acepta, como tantos otros, el fracaso de su matrimonio. Rueda mi mente pensando en que nuestros posibles hijos hubieran sido más bellos y divertidos.)

Recuerdo que, por esa y otras tantas razones difíciles de admitir, un día triste de agosto de mil nueve noventa y dos me fui de aquí porque quería olvidar, pero al mes volví a mi casa. A mi ciudad. No podía escapar de mi historia y de mi vida en paralelo con ella. Y ella siempre me lo advirtió: todos nos podemos equivocar, la vida te atrapa y a veces, sin merecerlo, te da una segunda oportunidad. (Para eso, yo ya estaba a punto de alcanzar mi revólver, harto de proteger mi humanidad ante una multitud de falsos sueños). En ese instante de confrontación y crisis existencial comprendí que no todos nacimos para ser juniors y que yo apenas estaba aprendiendo a vivir la vida de trabajo y sufrimiento, una tarea larga y aburrida que mutila algo más que ilusiones.

(5. La chica tímida, que nunca supo en donde tenía el clítoris, se cambió de religión y se perdió dos años en rumbos extraños; en su equipaje llevaba nuestra amistad y hasta la fecha, ella no sabe en que sitio la perdió.)

Casi diez años después, en nuestras reuniones todos mis amigos de escuela hablan de sus hijos, de sus coches, de terrenos y vacaciones, de aventuras y divorcios, de mil cosas. Pero ninguno habla de sus sueños más personales, esos sueños que creo se perdieron con el paso del tiempo, entre las opciones y los deberes con los que nos tantea y distrae la vida. (¿Qué es eso de sentar cabeza, carajo? una nueva táctica experimental o el asunto ese de la madurez). Todos corren tras el dinero y yo… ya no me atrevo: se me acabaron las ganas, me quedé sin speed. Justo ahí, en una de esas fiestas, me enteré que…

(6. Ese chico tan hablantín se canso representar ante nuestros ojos una insípida mentira: ahora, para sorpresa de todos, vive feliz con su simpático novio y le importa un comino si lo aceptamos o no.)

Mis mejores amigos, mis compañeros de escuela y cómplices de aventura son más que extraños. Muchos de ellos, aspirantes de viajes autónomos, escogieron reintegrarse y formar parte del rebaño y ya no quieren acordarse de las fiestas en las que disfrazados nos reímos tanto. Yo ya no entiendo su lenguaje, ni ellos el mío. (Por cierto, nunca ha sido una cosa que me preocupe mucho). Los únicos que parecen entender de qué va el rollo son esa pareja –ella en eterna dieta y él experto en computadoras y música heavy de los ochentas– que adopto a un niño mongolo; ellos, divertidos y muy viscerales, son los únicos que siguen en la misma sintonía de furor adolescente, videando películas porno y pidiendo por teléfono pizza a domicilio.

(7. Aquel otro murió de forma chistosa -no preguntes cómo- luego de enterarse por celular que su padre en bancarrota se había volado los sesos.)

Yo no me explico en qué fallamos, el trato era no ser iguales a nuestros padres, pero esa noche al salir del último party se rompieron los lazos. (Tengo el momento justo grabado en video). Es triste admitirlo, pero no hay amigos para siempre. Es inevitable, sucede y, ahora sólo quedamos ella y yo hablando por teléfono, riéndonos al recordar que, en esa última reunión, alguien me preguntó: «Y ahora Fer, ¿cuáles son tus planes?». Yo, sin un dejo de ironía en mi voz, dije: «Este año sí quiero aprender a manejar correctamente» y me eché a reír otra vez.

© Rafa Saavedra. Tomado del archivo en la bitácora Bukónica de R. S.

 

Rafa Saavedra como El Escritor Increíble
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