Cuaderno

Memín y el Golliwog (2/2)

Siguen estas palabras sobre (o a partir de) imágenes racistas.

Cuando una imagen (o un icono, o un personaje) queda ligado en la memoria a una idea inaceptable, una reacción habitual es, como decía, suprimir la imagen: hacer como si nunca hubiera existido. Esto iba a pasar con Memín Pinguín y pasó con la propaganda antijaponesa que empleaba a personajes como Superman o el Pato Donald (véase, en la primera parte de esta nota, la imagen de Superman imprimiendo carteles). Pero ¿sería posible rehabilitar las imágenes «malditas», despojarlas de sus connotaciones negativas?

El año pasado, Alan Moore, el gran escritor británico de comics, lo intentó en la tercera entrega de su serie The League of Extraordinary Gentlemen (conocida acá como La liga extraordinaria por la pésima adaptación cinematográfica de su primera parte).

The League of Extraordinary Gentlemen - Black Dossier

1. Archivo Negro

The League of Extraordinary Gentlemen: Black Dossier (El Archivo Negro) continúa el proyecto de reunir personajes de muchas obras de ficción popular –los protagonistas siguen siendo Mina Murray, la heroína de Drácula de Bram Stoker, y Allan Quatermain, de las novelas de H. Rider Haggard–, pero lo lleva más allá de los objetivos de sus dos primeras entregas: ya no se trata sólo de jugar con la idea de crear un mundo ficcional común para cierto número de personajes, al modo de las historias de la serie Wold Newton de Philip J. Farmer, sino de involucrar a dichos personajes en una historia que los confronte con su naturaleza de criaturas de la imaginación y reflexione al peso de las historias y los mitos en la cultura humana: Moore lleva algunos años interesado en el tema, como se ve en trabajos suyos como Promethea o Lost Girls.

Con el dibujante Kevin O’Neill, Moore pone a sus personajes a buscar el Archivo Negro al que el título se refiere, y luego nos permite leerlo en su totalidad. Hecho de pastiches de diferentes géneros y eras (hay una biblia de Tijuana al lado de un manuscrito atribuido a Shakespeare), el Archivo esboza la historia de un mundo en el que «todo es verdad» y, por lo menos en teoría, todos los personajes de los libros, el cine, la televisión y las historietas de la cultura occidental (y sobre todo europea y anglosajona) existen realmente. Para dar más ejemplos, el Archivo había sido confiscado por el régimen totalitario del Gran Hermano (tomado de la novela de Orwell); los perseguidores de Mina y Allan, quienes logran huir con el documento, son nada menos que James Bond y Emma Peel (de la serie televisiva británica Los vengadores)…

La novela es una defensa muy extraña del poder creativo y mágico de la imaginación. Quienes intentan suprimirla, parece decir, atentan contra el impulso fundamental que da vida al pensamiento humano. Pero el episodio que viene a cuento aquí es el siguiente: cerca del final, Mina y Allan están a punto de llegar al sitio donde los espera una misteriosa «tripulación»; con sus enemigos detrás, los salva, en el último minuto, este personaje:

El Golliwog en versión de Moore y O'Neill

2. Caricatura negra

El Golliwog empezó como protagonista de una serie de libros para niños escritos por Florence Kate Upton (1873-1922), una autora e ilustradora británica. Semejante a un muñeco de trapo que su creadora poseyó en la infancia (y que desde luego caricaturiza rasgos negroides), el Golliwog es un personaje simpático aunque feo, que a todas partes va acompañado de varias «muñecas holandesas» y tiene diversas aventuras. Actualmente, su imagen se considera un ejemplo de racismo y la palabra misma ha terminado por ser un insulto para muchas personas de origen africano.

En El Archivo Negro, por otro lado, Moore pretende reivindicar al personaje despojándolo de todo significado negativo. Se le crea otro origen (ahora proviene de un universo de materia oscura), se le asigna un habla distinta de los acentos de caricatura que muchas veces se le han dado y en general procura distanciarlo de sus apariciones previas; por ejemplo, ahora es el piloto de un barco mágico que puede llegar al mundo utópico de la fantasía; por ejemplo, él y las muñecas holandesas tienen relaciones sexuales constantes y satisfactorias, en consonancia con otro interés actual de Moore (la defensa de la sexualidad libre y sin culpa). El escritor, evidentemente, busca enfrentarse con quienes preferirían que el Golliwog fuese simplemente olvidado o suprimido; evidentemente –aunque más de un comentarista se ha creído en la necesidad de discutir con amplitud este punto– no busca defender el racismo sino hacerlo a un lado, incluso (aquí sí) suprimirlo: los personajes de ficción son, en el contexto de esta historia, neutros, vacíos en sí mismos de significado pero capaces de adquirir uno si se los da una imaginación lo suficientemente poderosa. Hay que admirarse del atrevimiento de Moore, que de hecho no se detiene en el Golliwog sino busca redefinir varias docenas de otros iconos.

Ahora bien, este aspecto de El Archivo Negro no parece haber convencido a muchas personas, y al margen de lo que se ha dicho de otros aspectos del libro, la aparición del Golliwog ha sido objeto de las críticas más agrias. Una reseña muy desfavorable resume la mayoría de los comentarios sobre el asunto:

Black Dossier seems to assert a bit too easily that intractable social problems (like racial and gender discrimination) can be overcome with a little fifth dimensional imagination, a notion that is offensive in itself.

[El Archivo Negro parece afirmar de modo un poco demasiado fácil que problemas sociales complejos (como la discriminación racial o de género) pueden superarse con un poco de imaginación pentadimensional, una idea que en sí misma es ofensiva.]

… y pasa también por los lugares comunes que es razonable esperar, es decir, recuerda que Moore es blanco, anglosajón, protestante, hombre y acomodado. No es necesario discutir aquí esa cuestión, pero  asumamos, aunque sea por el momento, que ni siquiera el genio de Alan Moore –que me parece innegable– puede «resignificar» al Golliwog a la entera satisfacción de todo el mundo.

¿Qué pasa entonces? ¿Es posible rehabilitar las imágenes «malditas»? Hasta el momento no parece haber ejemplos. El problema del Golliwog en tanto icono es mucho más pequeño, por ejemplo, que el de la esvástica, cuyo uso más célebre durante el siglo XX no da a pensar que puede rehabilitarse nunca. Y si este símbolo, que era en su antiguo origen de buena fortuna, pudo contaminarse así, ¿qué decir de aquellas imágenes que son concebidas (aun involuntariamente, como debe haber sido el caso de Kate Upton) para la burla? ¿Y las que nacen directamente del odio…?

Cada imagen maldita puede perdurar y capturar la imaginación de muchos con sus implicaciones más terribles. Y borrar éstas puede ser imposible si no se borran antes todos los recuerdos de infamias o sufrimientos ligados a la imagen. De modo que, mientras persista una cultura o un grupo de culturas, el territorio de sus posibilidades creativas se va envenenando: se va poblando de lugares infectos, imposibles de pisar o de recuperar. Y de esto resulta que la imaginación es otro recurso no renovable, que no dejaremos de usar (que no podemos dejar de usar: esta alternativa sería aún más terrible) pero que bien podría inspirarnos respeto y temor reverencial.

(Un temor semejante, menos respetuoso que obsesivo, ya está en muchos: celebrar lo que se ve como el agotamiento terminal de nuestra época es una reacción contra ese miedo, que muchos encuentran invencible.)

4 comentarios. Dejar nuevo

  • «¿Qué pasa entonces? ¿Es posible rehabilitar las imágenes “malditas”? Hasta el momento no parece haber ejemplos.»

    Yo creo que sí, un ejemplo sería, si le creemos a las películas, la palabra Nigger. Me acordé de un diálogo en Bulworth, de Warren Beatty:

    Darnell: I say, you ain’t no real nigger, IS you?
    Bullworth: [stoned] Is YOU a real nigger?
    Darnell: You callin’ me nigger, motherfucka? Don’t call me a NIGGER, moth’fucka

    Darnell es negro de barrio bajo, y Bullworth es un senador blanco. El punto es que Darnell se dice nigger como si nada, hasta con orgullo, pero si se lo dice el otro hay bronca. Pero el punto en realidad es que, al menos al interior de ese barrio ficcional, los negros se apropiaron del nigger despectivo.

    Pero eso son las películas, de la vida real, «chilango» dicen que empezó como un despectivo para los capitalinos, pero yo nunca lo he sentido así y cuando me preguntan de dónde soy digo que soy chilango, porque defeño suena espantoso, y tiene un tufo horrible a eufemismo. La única vez que lo he sentido despreciativo fue cuando alguien de la familia que tengo en Guadalajara me dijo que en realidad «no era tan chilango, que no me preocupara», pero hubiera sido igual si me lo decía con defeño o cualquier otro adjetivo.

    Entonces sí, creo que se pueden rehabilitar las imágenes malditas, pero los encargados de rehabilitarlas son los marcados por esas imágenes, no los marcadores. Si Naomi Campbell hubiera dicho algo como «ya llegó su Golliwog Supermodel», habría tenido una intención reivindicativa, algo así como «a pesar de sus estereotipos racistas, miren qué guapa estoy». Si lo dice el piloto blanco, en el mejor de los casos se lee (la intención puede ser la misma) algo como «miren, ésta mujer está guapa, y eso que es negrita».

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  • Hola, Santiago. Entiendo perfecto…, aunque creo que no estamos hablando exactamente de lo mismo. El apropiarse del término despectivo es posible, sí (y el ejemplo es buenísimo), pero la apropiación se vuelve algo deseable porque existe la conciencia del significado inicial del término; si no la hubiera no tendría sentido. En cambio creo que lo que Moore intentaba era actuar como si la conciencia de qué fue el Golliwog no contara, o pudiera ser borrada del todo por una re-imaginación más poderosa. De la impresión que me da por lo menos a mí (es decir, que Moore fracasó en este empeño) es de donde viene esta nota.

    Saludos y, como siempre, gracias.

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  • Tienes toda la razón Alberto, no es exactamente lo mismo, me desvié y ni me dí cuenta. Pero, por intentar hacer más fino el punto, sigo bordando, ahora sobre tu comentario. «Actuar como si la conciencia de qué fue X no contara» es muy fácil, basta no tenerla (y hay ejemplos pavorosos). Pero de nuevo ese no es el punto, por que no es a propósito. A propósito, tú mismo das un ejemplo, la esvástica, que pasó de símbolo inocuo a símbolo del partido nazi y su ideología, primero; luego ya sin control significó todos los fascismos y sus atrocidades y se volvió maldita. Es bastante mal ejemplo porque el movimiento es el contrario, pero es muestra de que sí se puede borrar un significado original a través de una re-imaginación poderosa (y una campaña enorme, y muchos años… y si lo salpimentas con un horrible recuerdo de esos años, la permanencia del borrón será mayor). Lo que sí veo muy difícil es que una persona, con una obra, lo logre. Porque el signo no es suyo, es parte del patrimonio de su sociedad, y su relectura (la de Moore, en éste caso) se va a enfrentar con la lectura «clásica». Ahora, yo no he leído el Archivo negro, pero lo que me parecería importante no es tanto cómo lo recibe el público (de entrada se puede predecir que será polémico), sino cómo funciona al interior de la ficción, para juzgar si la rehabilitación de Moore fue exitosa o no. Y aquí me encuentro al borde de hacerme bolas, así que mejor corto.

    Otros saludos, y en realidad las gracias son a ti.

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  • Hola otra vez, Santiago… En cuanto a Moore, creo que El Archivo Negro es un caso de algo parecido al hibris: orgullo y confianza desmesurada en los propios poderes creativos. En un primer momento pensé en decir (para responder a tu pregnta) que su relectura del Golliwog sí funciona dentro de la ficción, pero en realidad no estoy tan seguro: a mí me gustó el personaje, porque no cuadra en el mundo razonable y tecnificado que sirve de escenario a la historia y da para una irrupción muy impresionante de lo maravilloso…, pero de nuevo: yo no lo conocía. Y no sé, para salir un poco de la ficción, si me parecería tan interesante o tan atrayente que en lugar del Golliwog hubiera una rehechura, digamos, de la caricatura racista del greaser o del beaner, esas que con tanta frecuencia se aplican a los mexicanos.

    Por lo demás, no puedo acusar a Moore de nada: lo que más admiro de él (y probablemente de cualquier artista como él) es el hibris, el deseo de «ir más allá», lograr lo que no se ha hecho: ¿qué caso tiene conformarnos con hacer lo que sabemos que va a quedar bien, lo que está sin duda al alcance de nuestras habilidades? Mejor intentar algo distinto, algo mayor, aunque se fracase, pienso (aunque sé que estas ideas son impopulares).

    Pasando a lo de la esvástica: tienes razón. Lo que me pregunto, por otro lado, es si será igual de fácil descontaminar un icono que contaminarlo (lo de «fácil» entre comillas, claro; para contaminar la esvástica hicieron falta millones de creyentes, millones de muertos, una guerra, etcétera)… En momentos malo pienso que la contaminación es más fácil.

    Saludos y suerte.

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