El cuento del mes

La rama seca

Este mes habrá más de un cuento. El primero es éste, de Ana María Matute (Barcelona, 1926-2014), narradora considerada entre las grandes autoras del siglo XX en España. Cuentista y novelista, perteneció a la Real Academia Española y fue la tercera mujer en obtener el Premio Cervantes, en 2010. Como muchos otros de sus cuentos, «La rama seca», proveniente de Historias de la Artámila (1961), tiene que ver con el mundo de la niñez y con experiencias desoladoras que no cuesta trabajo imaginar en la vida real. Por supuesto, Matute es una de muchos autores que murieron durante este año tan lleno de acontecimientos desdichados.
      Nota: el título tiene varios significados posibles.

AnaMariaMatute

LA RAMA SECA
Ana María Matute

1
Apenas tenía seis años y aún no la llevaban al campo. Era por el tiempo de la siega, con un calor grande, abrasador, sobre los senderos. La dejaban en casa, cerrada con llave, y le decían:
      —Que seas buena, que no alborotes: y si algo te pasara, asómate a la ventana y llama a doña Clementina.
      Ella decía que sí con la cabeza. Pero nunca le ocurría nada, y se pasaba el día sentada al borde de la ventana, jugando con «Pipa».
      Doña Clementina la veía desde el huertecillo. Sus casas estaban pegadas la una a la otra, aunque la de doña Clementina era mucho más grande, y tenía, además, un huerto con un peral y dos ciruelos. Al otro lado del muro se abría el ventanuco tras el cual la niña se sentaba siempre. A veces, doña Clementina levantaba los ojos de su costura y la miraba.
      —¿Qué haces, niña?
      La niña tenía la carita delgada, pálida, entre las flacas trenzas de un negro mate.
      —Juego con «Pipa» —decía.
      Doña Clementina seguía cosiendo y no volvía a pensar en la niña. Luego, poco a poco, fue escuchando aquel raro parloteo que le llegaba de lo alto, a través de las ramas del peral. En su ventana, la pequeña de los Mediavilla se pasaba el día hablando, al parecer, con alguien.
      —¿Con quién hablas, tú?
      —Con «Pipa».
      Doña Clementina, día a día, se llenó de una curiosidad leve, tierna, por la niña y por «Pipa». Doña Clementina estaba casada con don Leoncio, el médico. Don Leoncio era un hombre adusto y dado al vino, que se pasaba el día renegando de la aldea y de sus habitantes. No tenían hijos y doña Clementina estaba ya hecha a su soledad. En un principio, apenas pensaba en aquella criatura, también solitaria, que se sentaba al alféizar de la ventana. Por piedad la miraba de cuando en cuando y se aseguraba de que nada malo le ocurría. La mujer Mediavilla se lo pidió:
      —Doña Clementina, ya que usted cose en el huerto por las tardes, ¿querrá echar de cuando en cuando una mirada a la ventana, por si le pasara algo a la niña? Sabe usted, es aún pequeña para llevarla a los pagos…
      —Sí, mujer, nada me cuesta. Marcha sin cuidado…
      Luego, poco a poco, la niña de los Mediavilla y su charloteo ininteligible, allá arriba, fueron metiéndosele pecho adentro.
      —Cuando acaben con las tareas del campo y la niña vuelva a jugar en la calle, la echaré a faltar —se decía.

2
Un día, por fin, se enteró de quién era «Pipa».
      —La muñeca —explicó la niña.
      —Enséñamela…
      La niña levantó en su mano terrosa un objeto que doña Clementina no podía ver claramente.
      —No la veo, hija. Échamela…
      La niña vaciló.
      —Pero luego, ¿me la devolverá?
      —Claro está…
      La niña le echó a «Pipa» y doña Clementina, cuando la tuvo en sus manos, se quedó pensativa. «Pipa» era simplemente una ramita seca envuelta en un trozo de percal sujeto con un cordel. Le dio la vuelta entre los dedos y miró con cierta tristeza hacia la ventana. La niña la observaba con ojos impacientes y extendía las dos manos.
      —¿Me la echa, doña Clementina…?
      Doña Clementina se levantó de la silla y arrojó de nuevo a «Pipa» hacia la ventana. «Pipa» pasó sobre la cabeza de la niña y entró en la oscuridad de la casa. La cabeza de la niña desapareció y al cabo de un rato asomó de nuevo, embebida en su juego.
      Desde aquel día doña Clementina empezó a escucharla. La niña hablaba infatigablemente con «Pipa».
      —»Pipa», no tengas miedo, estate quieta. ¡Ay, «Pipa», cómo me miras! Cogeré un palo grande y le romperé la cabeza al lobo. No tengas miedo, «Pipa»… Siéntate, estate quietecita, te voy a contar, el lobo está ahora escondido en la montaña…
      La niña hablaba con «Pipa» del lobo, del hombre mendigo con su saco lleno de gatos muertos, del horno del pan, de la comida. Cuando llegaba la hora de comer la niña cogía el plato que su madre le dejó tapado, al arrimo de las ascuas. Lo llevaba a la ventana y comía despacito, con su cuchara de hueso. Tenía a «Pipa» en las rodillas, y la hacía participar de su comida.
      —Abre la boca, «Pipa», que pareces tonta…
      Doña Clementina la oía en silencio. La escuchaba, bebía cada una de sus palabras. Igual que escuchaba al viento sobre la hierba y entre las ramas, la algarabía de los pájaros y el rumor de la acequia.

3
Un día, la niña dejó de asomarse a la ventana. Doña Clementina le preguntó a la mujer Mediavilla:
      —¿Y la pequeña?
      —Ay, está delicá, sabe usted. Don Leoncio dice que le dieron las fiebres de Malta.
      —No sabía nada…
      Claro, ¿cómo iba a saber algo? Su marido nunca le contaba los sucesos de la aldea.
      —Sí —continuó explicando la Mediavilla—. Se conoce que algún día debí dejarme la leche sin hervir… ¿sabe usted? ¡Tiene una tanto que hacer! Ya ve usted, ahora, en tanto se reponga, he de privarme de los brazos de Pascualín.
      Pascualín tenía doce años y quedaba durante el día al cuidado de la niña. En realidad, Pascualín salía a la calle o se iba a robar fruta al huerto vecino, al del cura o al del alcalde. A veces, doña Clementina oía la voz de la niña que llamaba. Un día se decidió a ir, aunque sabía que su marido la regañaría.
      La casa era angosta, maloliente y oscura. Junto al establo nacía una escalera, en la que se acostaban las gallinas. Subió, pisando con cuidado los escalones apolillados que crujían bajo su peso. La niña la debió oír, porque gritó:
      —¡Pascualín! ¡Pascualín!
      Entró en una estancia muy pequeña, a donde la claridad llegaba apenas por un ventanuco alargado. Afuera, al otro lado, debían moverse las ramas de algún árbol, porque la luz era de un verde fresco y encendido, extraño como un sueño en la oscuridad. El fajo de luz verde venía a dar contra la cabecera de la cama de hierro en que estaba la niña. Al verla, abrió más sus párpados entornados.
      —Hola, pequeña —dijo doña Clementina—. ¿Qué tal estás?
      La niña empezó a llorar de un modo suave y silencioso. Doña Clementina se agachó y contempló su carita amarillenta, entre las trenzas negras.
      —Sabe usted —dijo la niña—, Pascualín es malo. Es un bruto. Dígale usted que me devuelva a «Pipa», que me aburro sin «Pipa»…
      Seguía llorando. Doña Clementina no estaba acostumbrada a hablar a los niños, y algo extraño agarrotaba su garganta y su corazón.
      Salió de allí, en silencio, y buscó a Pascualín. Estaba sentado en la calle, con la espalda apoyada en el muro de la casa. Iba descalzo y sus piernas morenas, desnudas, brillaban al sol como dos piezas de cobre.
      -Pascualín —dijo doña Clementina.
      El muchacho levantó hacia ella sus ojos desconfiados. Tenía las pupilas grises y muy juntas y el cabello le crecía abundante como a una muchacha, por encima de las orejas.
      —Pascualín, ¿qué hiciste de la muñeca de tu hermana? Devuélvesela.
      Pascualín lanzó una blasfemia y se levantó.
      —¡Anda! ¡La muñeca dice! ¡Aviaos estamos!
      Dio media vuelta y se fue hacia la casa, murmurando.
      Al día siguiente, doña Clementina volvió a visitar a la niña. En cuanto la vio, como si se tratara de una cómplice, la pequeña le habló de «Pipa»:
      —Que me traiga a «Pipa», dígaselo usted, que la traiga…
      El llanto levantaba el pecho de la niña, le llenaba la cara de lágrimas, que caían despacio hasta la manta.
      —Yo te voy a traer una muñeca, no llores.
      Doña Clementina dijo a su marido, por la noche:
      —Tendría que bajar a Fuenmayor, a unas compras.
      —Baja —respondió el médico, con la cabeza hundida en el periódico.

4
A las seis de la mañana doña Clementina tomó el auto de línea, y a las once bajó en Fuenmayor. En Fuenmayor había tiendas, mercado, y un gran bazar llamado «El Ideal». Doña Clementina llevaba sus pequeños ahorros envueltos en un pañuelo de seda. En «El Ideal» compró una muñeca de cabello crespo y ojos redondos y fijos, que le pareció muy hermosa. «La pequeña va a alegrarse de veras», pensó. Le costó más cara de lo que imaginaba, pero pagó de buena gana.
      Anochecía ya cuando llegó a la aldea. Subió la escalera y, algo avergonzada de sí misma, notó que su corazón latía fuerte. La mujer Mediavilla estaba ya en casa, preparando la cena. En cuanto la vio alzó las dos manos.
      —¡Ay, usté, doña Clementina! ¡Válgame Dios, ya disimulará en qué trazas la recibo! ¡Quién iba a pensar…!
      Cortó sus exclamaciones.
      —Venía a ver a la pequeña, le traigo un juguete…
      Muda de asombro la Mediavilla la hizo pasar.
      —Ay, cuitada, y mira quién viene a verte…
      La niña levantó la cabeza de la almohada. La llama de un candil de aceite, clavado en la pared, temblaba, amarilla.
      —Mira lo que te traigo: te traigo otra «Pipa», mucho más bonita.
      Abrió la caja y la muñeca apareció, rubia y extraña.
      Los ojos negros de la niña estaban llenos de una luz nueva, que casi embellecía su carita fea. Una sonrisa se le iniciaba, que se enfrió en seguida a la vista de la muñeca. Dejó caer de nuevo la cabeza en la almohada y empezó a llorar despacio y silenciosamente, como acostumbraba.
      —No es «Pipa» —dijo—. No es «Pipa».
      La madre empezó a chillar:
      —¡Habrase visto la tonta! ¡Habrase visto, la desagradecida! ¡Ay, por Dios, doña Clementina, no se lo tenga usted en cuenta, que esta moza nos ha salido retrasada…!
      Doña Clementina parpadeó. (Todos en el pueblo sabían que era una mujer tímida y solitaria, y le tenían cierta compasión).
      —No importa, mujer —dijo, con una pálida sonrisa—. No importa.
      Salió. La mujer Mediavilla cogió la muñeca entre sus manos rudas, como si se tratara de una flor.
      —¡Ay, madre, y qué cosa más preciosa! ¡Habrase visto la tonta ésta…!
      Al día siguiente doña Clementina recogió del huerto una ramita seca y la envolvió en un retal. Subió a ver a la niña:
      —Te traigo a tu «Pipa».
      La niña levantó la cabeza con la viveza del día anterior. De nuevo, la tristeza subió a sus ojos oscuros.
      —No es «Pipa».
      Día a día, doña Clementina confeccionó «Pipa» tras «Pipa», sin ningún resultado. Una gran tristeza la llenaba, y el caso llegó a oídos de don Leoncio.
      —Oye, mujer: que no sepa yo de más majaderías de ésas… ¡Ya no estamos, a estas alturas, para andar siendo el hazmerreír del pueblo! Que no vuelvas a ver a esa muchacha: se va a morir, de todos modos…
      —¿Se va a morir?
      —Pues claro, ¡que remedio! No tienen posibilidades los Mediavilla para pensar en otra cosa… ¡Va a ser mejor para todos!

5
En efecto, apenas iniciado el otoño, la niña se murió. Doña Clementina sintió un pesar grande, allí dentro, donde un día le naciera tan tierna curiosidad por «Pipa» y su pequeña madre.

6
Fue a la primavera siguiente, ya en pleno deshielo, cuando una mañana, rebuscando en la tierra, bajo los ciruelos, apareció la ramita seca, envuelta en su pedazo de percal. Estaba quemada por la nieve, quebradiza, y el color rojo de la tela se había vuelto de un rosa desvaído. Doña Clementina tomó a «Pipa» entre sus dedos, la levantó con respeto y la miró, bajo los rayos pálidos del sol.
      —Verdaderamente —se dijo—. ¡Cuánta razón tenía la pequeña! ¡Qué cara tan hermosa y triste tiene esta muñeca!

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  • Miguelina.
    03/04/2015 12:03 pm

    Excelente cuento!!! Gracias por compartirlo Maestro Chimal, Saludos desde Orizaba, Veracruz.

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  • Karina Moreno
    05/09/2020 10:09 pm

    Qué triste! No hay dos «Pipas».

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  • Atenea Lira
    27/09/2020 6:18 pm

    Creo que estoy llorando en este momento, me quedé sin palabras. me dan muchas ganas de leérselo a mi hija.

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  • Es un cuento lleno de frescura y sabiduría del alma. Una obra de arte. Gracias

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  • Que cuento tan bello, es triste pero de mucha realidad!

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  • Walter Toledo
    04/12/2020 8:33 am

    Quiero pensar que quizás no es un cuento para niños, sino más bien una invitación a reflexionar como adultos para mejorar esta sociedad carente de emociones.

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  • Claudia Hamed
    13/01/2021 2:36 pm

    Cuánta tristeza en un cuento tan breve, es fascinante. Gracias por presentarlo, no la conocía.

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  • Verónica Jiménez
    13/01/2021 7:14 pm

    Este cuento lo leí en un libro de secundaria de uno de mis hermanos y me encantó por la belleza que una niña pobre pudo encontrar en un juguete muy sencillo. Toda la narración es muy interesante.

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  • Se me humedecieron los ojos… y por un instante quise encontrar a «Pipa». Que triste y tierna historia.

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  • ESTELA MARÍA PLANCHÓN
    10/03/2021 3:28 pm

    Ei verdadero valor de las cosas se lo pone cada persona. Es un cuento muy realista! Me gustó mucho!

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  • Cuando era niña leí este cuento en un libro viejo. Me salieron las lágrimas de que la niña no pudo encontrar a Pipa.

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    • Es un cuento muy triste, claro que sí.

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      • Mari Carmen Villa Montaño
        01/04/2021 1:48 pm

        No solo me gustó la historia, sino que me impresionó la forma en que está escrita: El ritmo que ipmprime a la narración, tiene cierta cadencia, condensa en pocas escenas y breves diálogos todos los sucesos, lospersonajes secundarios apenas se asoman en la escena lo mínimo necesario reslatando más a los centrales, y no solo habla del pesar de la niña, sino de las emociones que descubre la vecina cuando encuentra el amor que puede tener a la niña esta se muere, y se queda más sola que antes de acercarse a ella porque ahora la ha perdido. Como decía antes, condensa muchos significados en una breve y delicada narración.
        Me encanta el material que pones a nuestra disposición, gracias Alberto.

        Responder
  • Cesar Romero Cázares
    23/03/2021 12:36 pm

    hermoso cuento ,transmite las emociones con letras

    Responder
  • Carmen Gómez Casco
    23/03/2021 6:52 pm

    Dilecto maestro Alberto Chimal, gracias por compartir con nosotros sus estudiantes material de apoyo tan interesante, el cuento LA RAMA SECA de Ana María Matute, es triste, y de una objetividad increíble, en cuanto a la actitud de la niña, que frente al regalo de una muñeca de verdad, ella reclama su juguete inventado creado por su imaginación, a PIPA a la que le dio vida su creatividad y a la amaba.
    Estudiante Agradecida.
    Carmen Gómez Casco

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  • Mónica Espíndola
    21/04/2021 10:32 pm

    Hola Alberto, ha sido difícil elegir el cuento para los ejercicios de la unidad 3. Después de leer cada uno, mi intentos me han parecido una osadía sacrílega, pero se hace el intento. He disfrutado la lectura de los cinco cuentos que recomendaste, pero no sé porqué este primero ha captado más mi atención. Aprovecho para agradecerte esta antología de cuentos. ¡¡Me ha encantado!! Saludos.

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  • BEATRIZ ARANA
    27/07/2021 6:06 pm

    Muchas gracias, compartes tu conocimiento, nos regalas estos cuentos que estoy empezando a disfrutar. Voy a tratar de modificar la perspectiva de este excelente cuento.

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  • Excelente cuento. Me imaginaba estar en una esquina de la casa observando la escena. También me dio mucha pena lo solita que estaba la niña, su enfermedad y muerte. Y su pequeño mundo, PIPA, llega a ser la preocupación para su vecina, que aprende a quererla y luego la echaría de menos.
    Intentaré modificar la perspectiva de este cuento. Gracias por compartirlo!

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  • ¡Que hermoso cuento! Gracias Prof. Chimal.. me conmovió profundamente la historia…que mucho se puede transmitir en una cuantas líneas de palabras….

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  • Zoila Cruz
    03/08/2022 7:58 pm

    Precioso cuento, desnuda en forma sutil muchas carencias humanas, emociones y necesidades. Se entristeció mi corazón.

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  • Rafael Gaspar Guzmán
    23/02/2024 4:45 pm

    Esta narracion la escuché cuando era niño recién iniciaba la secundaria, en la actualidad tengo un adolescente que tiene un juguete que cuida y quiere mucho y es muy celoso de el, he visto que si alguien lo toma el se molesta, su hermana se lo quiso quitar y el se molestó con ella, de este modo vino a mis recuerdos este hermoso cuento que lo busqué y se los conté tal y como me lo contaron a mi, creo que los tres tuvimos una bonita reflexión. Gracias por compartir.

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