Cuaderno

La fantasía es antigua

Este texto apareció en el último número de la revista Viento en vela:

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El título de estas páginas se podría malinterpretar del siguiente modo: tomarlo por una descalificación, por una declaración de la caducidad o la inutilidad de la fantasía. Y para muchas personas, semejante error sería no sólo natural sino obligatorio: un signo de responsabilidad y madurez.
En efecto, el conformismo y las resignaciones actuales de occidente –esos que están montados en la base puritana de la “cultura” dominante, obsesionados por lo práctico y lo rentable y aterrados de todo lo que no repita las dos o tres verdades reveladas que ya conocemos– detestan la imaginación, que no sólo permite “largarse al ensueño que distrae de la productividad”, como se afirma, sino además permite el disenso, la crítica y otras actividades intolerables.
Pero lo fantástico no debería interesarnos solamente por razones políticas. En otro sitio escribí que la imaginación es una insolencia del alma, y sigo creyéndolo. “La imaginación al poder” es un lema libertario, de los más hermosos que engendraron los movimientos contraculturales del siglo XX, pero también es un imposible: de los muchos que sólo es posible plantear por medio del lenguaje, como los viajes por el tiempo y las acciones nacionales. La busca de los aspectos ocultos de la realidad –y más aún, de la realidad interior que se manifiesta en los sueños y en la creación artística– tiende a estar lejos de todo ejercicio de fuerza sobre el mundo. Peor todavía, quien ejercite su conciencia en la indagación y la especulación sobre lo que no existe, desde los relatos más desaforados sobre otros mundos hasta las imágenes más sutiles de cómo éste se disloca y se tuerce, acabará por desconfiar (y por sufrir la desconfianza) de cualquier dogmatismo, sin importar su signo ni sus intenciones. Villiers de l’Isle Adam escribió sobre “el divino tal vez” de la fantasía en una historia acerca de los horrores de la Santa Inquisición, pero igual podría haberse referido a los educadores de hoy con sus manuales de superación, a los administradores de baños fríos en la Alemania de Daniel Paul Schreber o a los policías del pensamiento que inventó, o que temió, George Orwell. Y la historia de Villiers tiene un final terrible, en el que el mismo impulso del sueño se convierte en herramienta del poder.
De modo que acercarnos a lo fantástico, en especial si lo hacemos como humildes lectores, no nos ayudará, o al menos no directamente, a mejorar este mundo, del mismo modo en que no nos dará riquezas ni prestigio ni fama mediática.

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Se me dirá que nada de lo anterior tiene sentido, pues el goce de una buena historia es su propia justificación y, de todos modos, hay gran cantidad de esas en el mundo de lo fantástico, desde Eragon hasta los libros de Harry Potter. Se me dirá también, recordando el título de estas páginas, que esas franquicias no son en absoluto antiguas, y que de hecho son parte de lo de “ahora”: muestras de uno entre los numerosos géneros disponibles para el consumidor actual.
Pero el término fantástico –en todas las artes, y en especial en la literatura– puede referirse a mucho más que a esos libros del párrafo anterior y sus versiones fílmicas. La antigüedad de lo fantástico es la de los comienzos del lenguaje, antes de la historia escrita, cuando surgieron los primeros pensamientos y los primeros temores de la especie.
De este tiempo datan los mitos, por supuesto: los dioses y los espíritus, los grandes padres y los grandes extraños que, amplificando aspectos de la realidad más inmediatas para ajustar a ellos el universo entero, dejaron atrás muy pronto cualquier “apariencia de realidad” y sirvieron a nuestros antepasados para entender (para creer que entendían, se dice ahora) el caos y la enormidad de la existencia más allá de lo humano. Las historias de aquellos tiempos, transmitidas primero de manera oral y luego recogidas para la escritura y la imprenta y los medios electrónicos, siguen entre nosotros, siempre transformadas pero siempre capaces de señalar a sus precursores. Por ejemplo, Eragon de Christopher Paolini, mala novela que ha engendrado una pésima película reciente, desciende de innumerables relatos de “calabozos y dragones” que descienden de una mala lectura de J. R. R. Tolkien, cuyo propio trabajo desciende de leyendas aún más antiguas que Paolini, casi con seguridad, no conoce.
El caso concreto de ese subgénero estrecho, que se vende con la etiqueta de “fantasía”, no sólo ilustra cierta incomprensión generalizada de la literatura de imaginación, de la que el mismo Tolkien es una parte ínfima (Borges nada tiene que ver con él, ni Shakespeare, ni los poetas desconocidos del Mahabharata y de Gilgamesh; no se le parecen Italo Calvino, Ludwig Tieck, Jean Ray, Mrs. Liddell, Edgar Allan Poe, H. P. Lovecraft, Ursula LeGuin, Alan Moore, Emiliano González, Felisberto Hernández); además, los textos de Paolini, como los de Rowling y muchos otros, reducen a sus precursores, los simplifican y los endulzan para adaptarlos a las pacaterías comúnmente aceptadas, y en tal sentido no son representativos del resto de lo fantástico, que como cualquier literatura tiene, de modo excepcional y brillante, sus originales y sus raros, sus renegados y sus genios. El comercio de lo nimio pero debidamente etiquetado mancha la percepción del resto; quien quiera acercarse a ese resto, podrá hacerlo con relativa facilidad, y tal vez podrá descubrir que la enormidad de las incertidumbres humanas apenas ha disminuido: que todas las épocas tienen sus propios “sueños de la razón” pero también, necesariamente, sus propios creadores de auténticos monstruos, dispuestos a señalar los límites de cualquier imagen del mundo y a enfrentarnos, una vez más, con la fragilidad de nuestro entendimiento, sumergido en un universo que nos sobrepasa.

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¿Qué sentido tiene preocuparse por estas cosas?
Ninguno, para los lectores que se entienden como consumidores de entretenimiento y no desean más. Ninguno, para los escritores que sólo están buscando una forma de satisfacer a esos consumidores por tanto tiempo como sea posible. Ni unos ni otros cometen ningún delito, por supuesto, y en efecto los temas de lo fantástico, como los de cualquier otra vertiente de cualquiera de las artes, están en boga a veces, y otras no. Por ejemplo, en México, el interés por los narradores “exóticos” de los años noventa –muchos de los cuales se acercaban a lo fantástico– ha dado paso a un auge de diversos “realismos”, casi siempre relacionados con temas de moda como el narcotráfico, la violencia o la destrucción del tejido social.
Pero aun si la fantasía fuera antigua de otras formas; si cuanto vale la pena en la imaginación de occidente en verdad se pudriera, y sólo le quedara desaparecer en versiones cada vez más desgastadas de sí mismo, aún así no cambiaría de opinión: prefiero la vida de esos muertos, que hablan desde lejos y recuerdan la soledad y la incóngita de toda existencia, que la compañía de los muertos en vida que dicen escribir “lo de ahora”.

10 comentarios. Dejar nuevo

  • Chimal ha hecho un recuento pertinente. La fascinación de la fantasía carece de rentabilidad, pero es el elemento para profundizar en la creación inmediata. Piénsese en Thomas Bernhard cuando escribió Der Untergeher. Personajes como Horowitz o Gould aparecen como en una generación de fantasía para la literatura haciendo de lo fantástico la historia de las «realidades» en Viena y en el planeta. La fabulación, por otra parte, de un Poe o Quiroga (el terror que se hilvana, los aparecidos espontáneos), de un Artl o Dostoiewsky (que ilustran la fantástica naturaleza humana) tienen equivalencias en ensueños provenientes de modelos metaliterarios, a saber: Strawinsky musicalmente, Magritte en la plástica o Rosenmann Taub en la poética que integra más que poesía. Todos ellos, provocadores del esguince o luxación. En las líneas de Chimal queda patente la inutilidad de las cosas que, como en la poesía, también traspasa la naturaleza de la fantasía misma.
    *
    Nos estamos leyendo

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  • Creo entender que estás comparando, del alguna manera, los cuadros de Da Vinci con la fotografía actual. Y claro que sí, tan distintos son. De hecho, uno sin saber con una cámara digital puede lograr, sin proponerselo, fotos maravillosas, tan solo por el azar.

    Ya volverá el tiempo de la fantasía, cuando nos atoremos de la modernidad.

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  • Pronto, quienes escriban realidad de ahora (entiendase cambio climático) escribiran fantasia antigua. (!)

    Ya hablando de divisiones, creo que sería conveniente re-etiquetar a los autores «fantásticos» (entiendase Borges, Machado de Assís, etc.). Ellos nos son literatura fantástica estrictamente, no pretenden «abandoanr la realidad» ni cosa parecida; los prodigios que contienen son, creo en su totalidad, ecos de tradiciones que con argumentos fantásticos han entrado en esa «realidad». Ellos junto a los primeros escritos religiosos son de índole fantástica pero reconociendo la realidad y otorgandole un lugar quizá igual de importante que a la fantasía. No deberían llamarse Literatura Fantástica así nada más, son mucho más que eso; han impuesto esos argumentos a la realidad, aunque sea por los momentos que dura la lectura y que decir de los religiosos…. Me parece que lograr eso y además incorporarlo a cualquier tradición humana merece una etiqueta al menos distinta que las que posee Tolkien, Rowling o hasta gente más respetada como Swift, quien además es crítico. No digo que estos dos grups sean iguales, sí que comparten ciertas cosas además de su radical diferencia con los «muy fantásticos».

    Mi educación occidental ya me reclama estar «perdiendo el tiempO».

    Muchos saludos Alberto!

    *ese comentario llevaba días queriendo salir!

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  • ¿Qué es la literatura fantástica? Es decir, ¿a qué defines como fantástico? Porque, honestamente, podría yo llamarle a algo fantástico (por convencionalismo o lo que sea) a algo que realmente me ha parecido maravilloso.
    ¿Y quién dice que ese mundo de fantasía es menos real que este plano que estamos experimentando? ¿No es esta, la que tú me estés leyendo, que yo te esté leyendo y en segundos tengamos una unión, una forma de fantasía?
    Porque realmente no estás frente a mí… no te veo, no te toco, no veo cómo respiras, cómo hablas… tus gestos.

    No puedo ver cómo se mueven tus manos o tomas el cigarro, si es que fumas. ¿Es eso, acaso fantasía, el imaginármelo? Pero si estuvieras frente a mí, ¿sería menos una fantasía?

    Estoy confundida…
    http://www.siriusfem.com
    http://www.latamoderna.ciudaddeblogs.com

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  • Un saludo, Soy 13, y por acá seguimos.

    Así lo creo también, Hernán…

    Más tarde, Fernando, escribiré algo sobre esas etiquetas. (¿Te suena siquiera aceptable algo como «realismo anamórfico»?)

    Lata, la palabra fantástico la empleo aquí para hablar de aquellos textos (sobre todo narrativos: cuentos y novelas) en los que se pone de algún modo en entredicho nuestra idea de lo real, ya sea mostrando un mundo distinto del nuestro o la transgresión de alguna «ley» de las que, creemos, rigen la existencia. Esto, claro, abarca un campo amplísimo, desde Borges hasta Tolkien, desde Murakami hasta Emiliano González…

    Espero que podamos seguir conversando de esto. Suerte.

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  • Sigo confundida. Yo sé a lo que te refieres (créeme) pero me puse a pensar un montón. Y ahora que estoy metida en esto de la metafísica y la Nueva Era… peor aún. Subí mi cuestión (y un pedazo de tu texto) a mi blog y surgieron cosas interesantes.
    Es todo un tema, que me parece fascinante, pero confuso.

    ¿Quién dice qué es real o no? Es decir, si vas a los pueblos de Michoacán o Oaxaca, la gente cree en los Alushes (les llaman de otra forma, que no recuerdo) y para ellos es MUY real, lo cual puede ser totalmente fantástico para otros.

    Chale, Alberto, es confuso. Te juro que no fumé nada…
    jajaja
    c.

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  • Yo andaba pensando en «literatura fantástica tradicional». A mi me gustó lo que una vez dijiste acerca de la Literatura de la imaginación pues abarca ambas, pero si hemos de etiquetar algo como cualquier producto, realismo anamórfico suena cool (haha perdón) y deja claro que algo esta dado vuelta, distorsionado, etc. Pero no sé, cuando leo esa clase de géneros no me queda una sensación de distorsión o rompimiento (obvio la hay con respecto a este plano de al realidad; y ya volvimos a la metáfisica!) sino de un preciso acople entre cualquier prodigio y otra situación que hacen que el prodigio se disuelva; yo no me siento incómodo, y en ningún momento pierdo claridad al leerlo, por eso le voy más a «de la imaginación» que a anamórfico. Bueno, tu último libro si es de realismo anamórfico (creo) y «Estos son los días» también, pero los dos anteriores a esos son «literatura fantástica tradicional» (según yo claro haha). Me siento como etiquetador de supermercado.

    La tradición lo dirá, yo mientras escribiré algún ensayo que espante o agrade a mis maestros; ojalá los espante y luego te cuento cuan divertido fue. ¿Borges tiene algún ensayo acerca de esto? ¿Seguro, no?

    PD: También nos debes el texto acerca de las fotografías y la literatura (qué lector tan demandanete ¡verdad?). Yo escribí una reseña para Vértigo, creo que tengo un par de puntos válidos en ese tema; cuando publiques acá vengo a discutir.

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  • PD2: No me siento incómodo al leer Grey o Estos son los Días, lo que quería decir es que en esos libros el rompimiento es más tangible.

    Un abrazo! Adiós!

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  • Fernando, tengo que rumiar un poco esto que has escrito. En cuanto pueda pondré una nota aledaña, aparte de estos comentarios. (La etiquetación es, por lo demás, una práctica que puede tener feas consecuencias; y a mí también me sigue gustando lo de literatura de imaginación, aunque en realidad hasta la narración más supuestamente «fotográfica» o «fiel a la realidad» ha de requerir siquiera un poquitito de imaginación… Yo no creo, por ejemplo, que A sangre fría de Capote sea otra cosa que una novela.)

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  • Lata, al menos como yo lo entiendo lo fantástico no es absoluto: depende de qué consideremos real. Habrá quien juzgue fantásticas las historias sobre las criaturas que mencionas (¿cuál será su nombre?), e incluso quien pueda escribir nuevas historias semejantes a aquéllas sin necesidad de creérselas. La situación sería la misma que, por ejemplo, la de los dioses de la grecia clásica: hubo un tiempo en el que ciertas poblaciones creían en la existencia de Zeus y Afrodita y Hefesto, que ahora llamamos personajes mitológicos (y en cuya existencia no creemos).

    Más aún, creo que la literatura fantástica es un fenómeno que se puede dar (y que tiene sentido) sólo en culturas como la(s) de occidente, que vienen de cierto vaciamiento o abandono de creencias tradicionales por creerlas insuficientes. Lo fantástico surge como tal cuando se descubre que el nuevo «sistema del mundo» adoptado con tanto entusiasmo también tienen límites. Eso pasó en occidente a mediados del siglo XVIII, con el auge del racionalismo; apenas medio siglo más tarde, los escritores románticos escribían de fantasmas y hadas y toda clase de personajes y sucesos que el racionalismo había desterrado a la categoría de lo irreal pero que de algún modo conservaban el poder de fascinar a lectores reales.

    Desde luego, lo fantástico es literatura en tanto no lo creemos, en tanto no se incorpora a nuestro «sistema de creencias», sea cual sea éste. Cuando empezamos a creer en lo fantástico lo convertimos en religión.

    Muchos saludos.

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