Taller literario

#Escritura2018: el cuento sin fantasma

Seguimos con la serie de ejercicios semanales, no obligatorios, para quienes quieran practicar diferentes aspectos concretos del proceso de escritura.

Esta semana: el cuento sin fantasmas.

Instrucciones: considerar los elementos habituales del cuento de fantasmas: los escenarios, las anécdotas, los personajes típicos. Se vale (de hecho es muy recomendable) revisar textos de los grandes maestros de este subgénero o vertiente literaria.

Después, redactar un breve resumen de cómo sería un cuento de fantasmas en el que no aparezcan fantasmas. Que emplee tantos elementos tradicionales como sea posible, pero en el que nunca se llegue a describir de forma explícita una aparición sobrenatural.

Al menos un gran autor de narraciones de fantasmas, el inglés Algernon Blackwood, tiene un cuento así: titulado “La casa vacía” cuenta sólo con dos personajes, vivos ambos, que visitan una casa embrujada. Pero no se ve nada: el miedo y la inquietud se logran de forma magistral a pesar del obstáculo impuesto.

El propósito es reconocer los elementos de un subgénero literario –la serie de características que lo conforman– y entender de qué manera se relacionan unas con otras y cuáles son sus fortalezas y debilidades. De hecho, el ejercicio se puede plantear a partir de cualquier subgénero: por ejemplo, un cuento policiaco tradicional en el que no se cometa un crimen, o un cuento cyberpunk en el que no haya ninguna tecnología avanzada.

Como los demás, este ejercicio se puede realizar en privado –escrito en una libreta, por ejemplo– o publicar en algún espacio en línea. También se puede enlazar, si se desea, en la sección de comentarios de esta nota, o dejarse allí directamente.

Importante: en este caso el ejercicio vale la pena si se utiliza un subgénero conocido y bien caracterizado. No se vale hacer trampa “inventando” un subgénero “nuevo”, hecho de elementos arbitrarios.

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1 comentario. Dejar nuevo

  • Aullido

    Por Antonio de Jesús Fuentes Ruiz. Febrero 2018

    Recuerdo muy detalladamente, como si hubiera sucedido en fracciones de segundo que hubieran durado horas en mi percepción, los gritos de espanto de Andrea aquella noche. Me llamaba con la voz distorsionada, a punto del colapso, totalmente histérica. Corrí desde luego, aunque tardé más de lo que hubiera querido debido a la distancia entre la biblioteca y su alcoba. Mis pasos no alcanzaban a cortar los metros que me separaban de ella en el tiempo que yo hubiera deseado, y si alguna vez quise volar fue en ese momento de oscura incertidumbre.
    He vuelto a soñar varias veces con ese evento. En él, soy consciente de mis manos tomando con urgencia el picaporte de la puerta al escuchar su primer grito; también percibo con claridad asombrosa mi brazo echado hacia atrás con fuerza para abrir la puerta y siento aún cada partícula de mi cuerpo cruzando el dindel tallado que tanto me gusta. Corro enseguida por el recibidor y luego de un tiempo que me parece eterno, cojo al fin el pasamanos de hierro. Mi cuerpo gira y mi pierna se eleva para tomar al primer peldaño.
    En ese sueño la escalera se va haciendo más y más larga, metida en una bruma que me impide saber si alguna vez va a terminarse. En algún punto de la angustiosa escalada me deslumbra la luz de la araña de cristal que pende de lo alto. Me ciega, pero sigo a tientas. Mis pies sienten la alfombra mullida que mi memoria sabe azul, rojo y ocre y me doy cuenta que aplasto las flores que la decoran mientras éstas parecen mecerse burlándose del vano intento de hacerles daño. Veo la puerta del cuarto de Andrea cerrada y desde la que aún vienen los gritos con mi nombre, una y otra vez, cual campanas que repican en aumento. Mi boca, distorsionada, no alcanza a emitir el nombre amado y apenas me sirve para jalar un poco de aire que me permite seguir corriendo. Al fin consigo llegar a la puerta cerrada. Los gritos han cesado. Y es allí donde en medio del terror, despierto.
    Como ustedes ya saben, la puerta cedió de inmediato. Cuando entré, mi esposa tenía en sus manos el guion que estaba estudiando y balbuceaba la siguiente línea ya memorizada con los ojos cerrados.
    Todo es cierto. ¡Lo juro! Consiguió así el papel que tanta fama le ha dado, pero en su desarrollo histriónico me ha dejado sólo noches de insomnio y de pesadilla. Lo bueno es que hoy, a un año de aquella noche loca, mis gritos la despiertan también y me sirven de dulce venganza.

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