Teoría de Adán

Este breve ensayo, luego de varias versiones distintas publicadas en internet, apareció en su versión definitiva en el libro La Generación Z y otros ensayos (2012).

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La historia entera de la literatura es la historia de lo que vuelve a escribirse: a pasar por el filtro del lenguaje –de las lenguas cambiantes– para regresar al pensamiento y la memoria. Los textos sobreviven en la medida en que son leídos, y repetidos, más allá del lugar y el tiempo de su origen: no morirán mientras conserven la capacidad de decir.
Este proceso implica un problema doble para quien escribe. Si le interesa la tarea ingrata y solitaria, necesita contar de nuevo las historias, formular una y otra vez los mitos y las imágenes, a riesgo de que sus formas antiguas se vuelvan incomprensibles y dejen de propagarse en la memoria de las culturas. Pero no es sólo que cada intento de renovación debe enfrentar el peso del pasado, que nuestra época quisiera medir en el desgaste de toda obra tardía, es decir, última en recibir las influencias de todas las anteriores.
No: además, nuestros intentos deben enfrentar la liviandad del futuro –la inasibilidad, la incertidumbre invencible del futuro– que se puede entrever si se considera el hecho siguiente: la lectura es caótica. No atiende a listas, jerarquías ni órdenes cronológicos.
Un ejemplo. Alejandro Ariceaga (1949-2004) era un escritor de mi ciudad natal, Toluca, en la difusa provincia mexicana. Yo leí Ciudad tan bella como cualquiera, uno de sus libros de cuentos, poco después de que saliera, a mediados de los años ochenta, y en ese libro descubrí una parte apreciable de Julio Cortázar: lo siniestro de Cortázar, la ruptura de lo real de Cortázar, los misterios ctónicos de Cortázar, a quien entonces sólo conocía por algún cuento suelto, sin conciencia clara de quién era. Después leí Las armas secretas, los cronopios, todos los monumentos venerados durante los últimos cuarenta años, pero pensar en Ariceaga y Cortázar nunca será, para mí, como ver al precursor argentino y al sucesor mexicano, entusiasta pero menor. Al contrario: Alejandro es el precursor que le marcó el camino al otro, que le permitió llegar un poco más alto. Las cronologías no cuentan: la vida de todo lector es un proceso incomunicable, absolutamente personal, y construye su propio tiempo.
El peligro oculto en esta situación es casi invisible, pero está allí: cada texto y cada escritor puede ser el primero para alguien. Cada obra nueva que se escribe corre el riesgo de ser aplastada por sus precursores, hecha polvo antes de la llegada de su primer lector, pero si éste llega –hecho improbable– puede que se asome por primera vez a la vastedad de la tradición (no la llamemos tradición: llamémosla memoria) precisamente en esa versión momentánea y novísima.
Si quien escribe siente siquiera un poco de responsabilidad para con el lenguaje, que se imagine allí, en el ardiente amanecer de un mundo, con la tarea de Adán: nombrar por vez primera, decir todo por vez primera al menos para un solo escucha. Le puede pasar a cualquiera: a estas páginas les sucederá una vez, mucho después de la muerte de su autor, lejos de donde éste vivió y ante los ojos de un lector muy joven y curioso, que llegará a estas palabras por un azar improbable. Ese lector se encontrará aquí con mucho que no había sabido nunca; ese lector tendrá aquí un comienzo, o muchos.
En cuanto a usted, que también puede ser Adán, tendrá al menos que hacer una pausa y considerar su sitio y sus posibilidades en relación con este movimiento del lenguaje, que viene desde el tiempo más remoto pero a cada instante está a punto de rebasarnos.

Copyright © Alberto Chimal, México, 2012
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"Teoría de Adán" en hebreo, publicado en las páginas literarias del diario israelí Ha-Aretz. (Gracias a Rami Saari)
«Teoría de Adán» en hebreo, publicado en las páginas literarias del diario israelí Ha-Aretz. (Gracias a Rami Saari)

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