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Tres de nosotros: WE3

 
WE3

Grant Morrison y Frank Quitely, WE3.
Nueva York, Vertigo/DC Comics, 2005.

1
En 1983, la película Cuerpos invadidos (Videodrome) de David Cronenberg introdujo en un término nuevo en la cultura de occidente: New Flesh (Nueva Carne), que con el tiempo ha llegado a reunir todas las formas en que pensamos y representamos la intervención de la tecnología en el cuerpo humano y su consiguiente transformación. Desde hace unos dos siglos, el movimiento de nuestra conciencia ha tendido, en general, a alejarnos de la naturaleza; a juzgar por la difusión creciente de las ideas de la Nueva Carne (que se puede rastrear en obras tan diversas como los ensayos sobre el “sujeto virtual” de Scott Bukatman, el cine de Katsuhiro Otomo, las novelas de Clive Barker o Mario Bellatin, entre miles de otros), parecería imposible una vuelta atrás y la relación compleja de la especie con sus creaciones se diría capaz de perdurar más allá de la extinción de la propia humanidad, como se le concibe desde antiguo.
      Sobre tema tan grande, una historia como la de We3 (2005), novelita gráfica de Grant Morrison y Frank Quitely, sólo puede considerarse una obra menor: precisamente de mis favoritas.


2
Morrison, guionista, narrador y “consultor creativo” escocés (además fue miembro de una banda post-punk, The Fauves, ahora olvidada) es conocido en México sobre todo por su trabajo en historietas de superhéroes de las traducidas por Vid, como JLA (Liga de la Justicia) o X-Men. Sin emabrgo, Morrison se ganó el estatus de superestrella del que goza en la historieta de habla inglesa por su trabajo en comics menos conocidos pero más influyentes, como Doom Patrol (La patrulla condenada, 1989-1992) o Animal Man (1988-1990) –que empleaban personajes icónicos a la Superman en tramas borgesianas, llenas de referencias traviesas y juegos con metaficciones– y en especial por The Invisibles (1994-2000), una extensa serie sobre paranoias, conspiraciones y el “otro lado” del tedio finisecular de la que los hermanos Larry y Andy Wachowski “tomaron” (es decir, sin reconocerlo) para crear el guión de la primera Matrix (1999).
      A saltos entre una compañía editora y otra, Morrison ha publicado sus trabajos más recientes a través de DC Comics; We3 apareció en Vertigo, un sello de esa compañía dedicado a historietas “para adultos”, y en cierto modo es el no va más de la vanguardia en dicha colección, que ha tendido siempre a enfatizar su falta de prejuicios con obviedades como tramas de ultraviolencia o grande dosis de cinismo deconstructor, exactamente igual que tantas películas.
      Me explico: We3 (Nosotros tres, desde luego) es en el fondo una historia inocente, sentimental y llena de ternura por las criaturas más desvalidas.

3
Quitely, colaborador frecuente de Morrison, juega de manera inspirada con la forma, la composición y la colocación de los cuadros en la página (si hubiera que buscarle un referente cinematográfico, tendría que ser Peter Greenaway o Jan Svankmajer). Por otro lado, la trama es convencional: un ¿narcotraficante?, ¿terrorista?, ¿político incómodo?, es brutalmente asesinado por el consabido “escuadrón cyborg de la muerte, a cuyos miembros, que alguna vez fueron de carne y hueso, se les sometió a crueles operaciones y experimentos” de la consabida agencia gubernamental estadounidense y secreta. Amenazados, pese a su éxito, con la destrucción por parte de la burocracia militar, los cyborgs –que retienen buena parte de sus recuerdos y su naturaleza originales– intentan huir…
      La diferencia con un millar de historias por el estilo, desde Robocop (1987) de Paul Verhoeven hasta Soldado universal (1992) de Roland Emmerich, es que la consabida tecnología avanzada que entra en juego no se aplica a seres humanos, sino a un perrito, una gatita y un conejito, encerrados en armaduras metálicas fundidas con su carne y repletas de armas mortíferas.

Los tres, huyendo

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La premisa de We3 ha sido comparada con la de El viaje increíble (1963) de Fletcher Markle, una película de la Disney hecha con base en un libro para niños de la escritora canadiense Sheila Burnford y vuelta a hacer, en dos o tres o más ocasiones, por la misma compañía. El truco estaría en el hecho de que los tres lindos animalitos que se ven separados de sus hogares, no se sienten a gusto en donde están y emprenden el (desde luego) increíble viaje de regreso, solos y sin ayuda, entre numerosos peligros del bosque y la campiña, tienen sus cuerpos intervenidos por la tecnología: “piense en el perro”, dice uno de los escasos personajes humanos, “como en un pequeño tanque; el conejo está entrenado para colocar explosivos y gas venenoso, y la gata es una máquina furtiva de asesinato”.
      En semejantes lecturas, tarde o temprano aparecen como elementos centrales de la historia los malvados agentes del gobierno que quieren acabar con los animales, la científica de buen corazón que los ayuda a escapar, el hombre de clase baja que se vuelve amigo de las criaturas en el “último acto” de la historia, el otro científico –que primero defiende a los humanos despiadados y luego se arrepiente– como otros tantos estereotipos salidos de subgéneros o argumentos populares. No hace falta escarbar demasiado para advertir que, según su costumbre, la mayoría de los comentaristas del trabajo de Morrison y Quitely han recurrido a las (pocas) tramas que conocen: nunca de antes de los años ochenta, nunca de más allá de los los alrededores de Hollywood, para describir lo que están leyendo. “El viaje increíble mezclado con Terminator”, como se escribió en alguna nota que leí, o con los hermanos Wachowski, o con Bruce Willis. (O con el cine de John Woo: las secuencias de acción, sumamente violenta, cuidadosamente planeadas y “coreografiadas” en los dibujos de Quitely, son de enorme belleza, incluyendo la lucha prescrita del final con un enemigo más poderoso que todos los anteriores, como en los videojuegos.)
      Pero las diferencias de We3 con el poso del entretenimiento global al que acabará por pertenecer –después de todo, es una novela gráfica publicada por una subsidiaria de la Time-Warner– son más interesantes.

5
La idea de la Nueva Carne, que se ha multiplicado más allá del cine de Cronenberg en una serie ya larga de estudios, especulaciones y obras inquietantes, implica en muchos casos no sólo la metamorfosis o la desaparición de la naturaleza del “hombre” (si tal cosa existe y puede aprehenderse) sino la eliminación total de la naturaleza, como un fragmento defectuoso e inútil de la vida geológica del mundo, prescindible para una civilización que ha dado el paso definitivo hacia la inteligencia maquinal. La belleza que se invoca es la del plástico y la electricidad, como la que fascinó a los futuristas, aunque sus acordes son más siniestros y su futuro, tal vez, más inapelable. We3 tiene ese mismo tono, pero no sólo está protagonizada por animales: al contrario de lo que ocurre habitualmente (por ejemplo, en las remakes de El viaje increíble, muy semejantes a Vacas vaqueras, Madagascar y otras porquerías recientes), Grant Morrison no pretende humanizar a sus criaturas, y aunque los dota de la capacidad de hablar, por medio de implantes convenientes, lo que dicen es sólo la transcripción, en un vocabulario limitado a diez o quince palabras, de los deseos, las apetencias y los miedos de un animal común, ni más inteligente ni con un programa ideológico. Sólo esta penetración en lo otro, sin convertirlo en vocero de nuestros intereses, pone a We3 en una provincia distinta, menos homocéntrica, del pensamiento sobre nuestro lugar en el mundo. (Justamente lo contrario de lo que sucede en una novela gráfica más reciente y más celebrada, creo, por razones ideológicas: Pride of Baghdad de Brian K. Vaughan y Niko Henrichon.)
      ¿Por qué, si en verdad pasamos de la vida orgánica a la mecánica como presencia dominante en el mundo, nuestras pasiones y deseos y plataformas políticas deberían importar en absoluto? Pienso en estudios –u obras fantásticas– como Después del hombre del paleontólogo pop Dougal Dixon, que imagina la evolución de numerosas especies tras la extinción de la raza humana. Pienso también en un cuento de Stanislaw Lem, que si no me engaño está en sus Diarios de las estrellas, y que pone al consabido roboticista loco a crear, en vez de humanos, animales de metal, y para el caso animales salvajes, que se arrojan contra las puertas de la jaula y sacan los colmillos contra su creador. Esta historia de un perro, el gato y el conejo –se llaman, por cierto, 1, 2 y 3– se asoma, siquiera por momentos, a ese territorio distinto de la ficción, que no gira alrededor de la razón y de la “conciencia” como claves del mundo.
      Y, por lo demás, el de We3 no deja de ser un texto sentimental y conmovedor. Los animales buscan protección y seguridad; el perro 1 tiene una crisis cuando el ser “buen perro” no sirve más; aun si sólo asoma un poco entre el metal retorcido y las fauces de un monstruo, la cabeza del conejito 3 mientras está a punto de ser muerto es una imagen desoladora, triste como la de un animal atropellado en una carretera.

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