Taller literario

Temas y variaciones (III)

Un ejercicio más con variación. Ahora se trata de crear una sensación de ritmo en un texto mediante la alternancia de algún elemento.

1. Crear un diálogo en el que se note claramente alguna diferencia entre los personajes comparando los parlamentos de uno con los del otro. Un ejemplo muy simple: uno de los personajes puede ser tímido y decir sólo unas pocas palabras cada vez, mientras que el otro puede ser extrovertido y hablar largamente.

2. La variación: escribir un texto donde se alternen las acciones de los personajes del diálogo anterior y se pueda distinguir a cada uno por cómo actúa, sin recurrir a nada más: ni diálogos, ni pensamientos ni explicaciones directas. Se puede suponer que los dos hacen exactamente lo mismo acciones durante un tiempo determinado (por ejemplo, los dos son deportistas que se preparan para participar en la misma competencia, o compañeros de trabajo en una oficina).

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  • I

    -Buen día Helmut.
    -Vaya que sí. Soleado.
    -Ya lo creo.
    -Pero fresco.
    -Eh… algo, sí. Aunque no como para guardarse.
    -Tal vez más tarde.
    -Tal vez, Helmut. Más tarde.
    -O tal vez no, Heinrich. Quizá cambie rápido.
    -Nunca se sabe. Quizá hasta llueva.
    -El pronóstico no decía nada de lluvia, Heinrich.
    -¡Qué idea!, Tienes razón. Además… está soleado.
    -¿Y si se equivocan los del pronóstico?
    -Caray Helmut. Eso es cierto. Pasa, al menos.
    -Y está fresco, ¿no es así, Heinrich? Fresco.
    -Muy fresco.
    -No quiero resfriarme.
    -¡Yo tampoco!
    -Y ni siquiera traemos paraguas.
    -¡Dios, Helmut!
    -¿Terrible, no te parece? Y con lo lejos que está tu departamento.
    -Oye, Helmut, mejor me voy adelantando.
    -Mejor.
    -Quizá deberías guardarte, Helmut. Ya no tienes 20 años.
    -Sí, en un rato. Ahorita está soleado.

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  • II

    En la esquina del Reichkreuzgasse, casi en la plaza frente a la catedral, pero no precisamente, dos de esos abuelos-sin-nietos esperan sentados en una banca forjada a la antigua. El primero, hombre delgado y seguramente de articulaciones sonoras, cruza sus brazos ante las gesticulaciones y ademanes del segundo, quien se porta a sí mismo con gracia a pesar de su robustez.

    Desde nuestro lugar, nos es imposible saber lo que dicen. Las líneas invisibles que proyectan desde sus manos con las migajas de pan que lanzan a las palomas no pueden ser más distintas: mientras que la del flaco es una recta que se encaja en el suelo, la de su compañero parece una parábola -casi en el sentido bíblico- y hasta rebota graciosamente al final. De cuando en cuando, este mismo come una migaja en lugar de lanzarla y luego escupe migajas-de-migajas al hablar, y su compañero lo mira con refinado desprecio.

    Repentinamente el viejito robusto se levanta, presa de un frío inexistente. Frotándose los brazos bajo el sol de veinticinco grados, se despide de su compañero y sale a paso veloz (o algo semejante, propio de su edad y peso). Una sonrisa triunfal se dibuja y desdibuja casi al instante en la cara del huesudo compañero, y sigue aventando migajas a las palomas, cada vez con mayor velocidad y precisión, como si se tratara de un trabajo que entre más rápido termine, mejor.

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  • 1. -Tarde como siempre… Me gustaría saber, ¿porque siempre llegas tan tarde?
    – Hola. Salúdame antes de empezar la peleadera.
    – Está bien. ¡Hola! ¿Cómo estás? ¿Cómo pasaste la noche? ¿Mucha diversión?
    – El mismo sarcasmo de siempre. Hay que ver lo poco que cambian las cosas por aquí…
    – Lo único que debería haber cambiado es tu inmadurez…
    – Ya, no sigas. Me doy cuenta que sigues siendo tu misma.
    – Así es, gracias a Dios. Todavía habemos personas confiables cuyas reacciones son normales y que mantenemos nuestras querencias inmutables. Personas leales. Por si no conoces la palabra…
    – Ok. Mejor cállate un rato para poder terminar esto cuanto antes. Es lo mínimo que puede pedir un hombre.
    – Bueno, visto desde ese punto de vista… Vámonos de una vez, para no pensar en ti en mucho tiempo.

    2. Un bello día este martes. Asoleado, veintiséis grados, brisa de la intensidad indicada. Un día como hecho a la medida de Julia. Un día para sentarse en el porche y ver corretear su hija por ese jardín que tanto trabajo le había costaba mantener, después de trabajar, toda la semana, doce horas diarias en la fábrica.
    Poca gente había despidiendo a Julia. Pocos amigos, pero todos fieles, todos solidarios, todos con la pérdida reflejada en los ojos, todos húmedos ojos.
    Personas triste, todas envueltas en un cálido recuerdo. Menos una. Un solo hombre impaciente, inquieto, incomodo, cuya edad debería bastar para asegurar una conducta adecuada.
    Bueno, nada puede ser perfecto.

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