Taller literario

Otros fantasmas

En el libro Fantasmas (20th Century Ghosts), una colección de cuentos de Joe Hill que está resultando una agradable sorpresa, está la descripción que sigue: el fantasma de un árbol:

Está el famoso caso de pino blanco de West Belfry, en Maine, un altísimo abeto con una corteza blanca y suave como nunca se había visto, y agujas del color del acero bruñido. Lo talaron en 1842, y en la colina donde había estado construyeron un salón de té y un hotel. En la esquina del comedor pintado de amarillo, había una zona circular –de un diámetro idéntico al del tronco del pino– donde siempre hacía un frío intenso. Justo encima del comedor se encontraba un pequeño dormitorio en el que nunca dormía ningún huésped. Quienes lo intentaron contaban que las fuertes ráfagas de un viento fantasmal y el suave crujir que producía en las ramas altas de los árboles no los habían dejado dormir; el viento hacía volar los papeles por la habitación y hacía jirones las cortinas. Y cada mes de marzo, de las paredes manaba savia.

¿Cómo podrían ser las descripciones de otros fantasmas: los espíritus de otros seres no humanos, de objetos, etcétera? La tradición de estas descripciones no es corta pero el juego está lejos de haberse agotado. Los interesados, como siempre, tienen la zona de comentarios de esta nota para dejar sus propuestas o un enlace a lo que publiquen en sus propias bitácoras.

15 comentarios. Dejar nuevo

  • Información Bitacoras.com…

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  • «Ese güey no sabe bailar, es una tabla muerta. Pero cada vez que se pone en ese rincón, empieza a mover las caderas súper bien, lleno de ritmo. Sus pies describen un círculo perfecto y sus huesos moviéndose hacen un ruido, algo parecido a CHAKA CHAKA CHA-KÀ, CHAKA CHAKA CHA-KÀ. Qué raro, ¿no?»

    «Es que en ese rincón estaba mi Hoover.»

    (¡Burum-pum, pshhhh!)

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  • Siempre he reconocido que mi afición por contar historias comenzó en casa de mi abuela. Ella tenía un talento natural para reunirnos a todos alrededor suyo oyéndola contar las más increíbles historias, de las cuales, las que mejor le salían eran las de espantos. Desde luego, como buena narradora, siempre aseguró que se trataba de anécdotas, todas reales.

    No le creíamos del todo, escépticos y educados en tradiciones ajenas a la superstición, sus nietas y nietos pensábamos que era una treta para poner más emoción a lo que contaba. Eso pensé yo hasta el día en que -con estos ojos que han de comerse los gusanos- vi a mi abuela palidecer y encrespársele la piel al escuchar el silbido de una flauta de Pan con la que un hombre en bicicleta soplaba la melodía que anunciaba su paso en busca de navajas embotadas. Era un afilador, pero por la reacción de mi abuelita parecía que había escuchado a quien hacía sonar la trompeta del Apocalipsis.

    Entonces me contó, con lágrimas en los ojos, de una tarde en que estaba con su madre (mi bisabuela) y una tía a quien quería mucho. Conversaban en la sala sobre las cosas de la vida cuando escucharon a lo lejos el tímido llamado que anunciaba, calles atrás, la llegada de aquel hombre con su flauta y su rueda de afilar. Como era costumbre, corrieron a buscar utensilios en la cocina y tijeras en el costurero. Su tía salió corriendo empuñando el enorme cuchillo con que destazaban a los pollos, cuando un mal paso la hizo irse de bruces y caer justo sobre la filosa navaja que llevaba en las manos. Me contó entonces que por mucho tiempo no pudo quitarse de la cabeza la imagen de ese cráneo atravesado por una hoja plateada con un hilo, casi humeante, de sangre. Me dijo también con la mirada perdida, que desde esa tarde cada que escuchaba una flauta anunciando la llegada de un afilador, la tía se aparecía. Poco después pude corroborar que, al menos la historia de una parienta de otro tiempo que había muerto en esas condiciones, era completamente cierta.

    De cualquier modo habría creído que ésta podía ser también una de las encantadoras historias que aderezaba con detalles asombrosos para hacerlas más emocionantes, a no ser porque mi abuela me la contó casi dos años después de que la habíamos enterrado.

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  • Oops!

    Ya leí bien… debía ser el fantasma de algo no humano.

    Bueno, entonces la de mi tíabisabuela no vale y deje pienso otro je je

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  • El fantasma de una esfera

    Beatriz Viterbo recordaría en los funerales de su suegro, la gélida noche de julio en que Carlos Argentino le habló de un increíble hallazgo que había tenido lugar en el decimonono peldaño de la escalera de su sótano. Es una esfera minúscula desde donde se puede contemplar la vastedad del Universo, le dijo. Ella no prestó atención ni compartió entusiasmo, en cambio, lo besó cariñosamente y se encerró en su estudio a escribirle una apasionada, obscena y precisa carta.

    Muchos años después, cuando ella misma yacía enterrada bajo el calor de febrero y de su cuerpo no quedaban sino reliquias atroces, vio como en su sepulcro aparecía una y otra vez el fantasma de aquella esfera tornasolada de dos o tres centímetros de diámetro y casi intolerable fulgor desde donde sentía los ojos de todos los tiempos mirándola y profanándola simultáneamente. Sintió ganas de llorar, pero ya no tenía ojos con qué hacerlo.

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  • Ea, Fernanda… Aquello que comenzaste podría ser un gran cuento.

    Borges estaría gustoso de esta simetría tan parecida a su cuento de la casa de Asterión.

    De pronto he imaginado a la pobre Beatriz Viterbo, de hermosas y largas manos, atormentada por la mirada infinita de un ser infinito… un antiguo pretendiente

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  • MIGUEL LUPIAN
    16/04/2009 8:53 pm

    LA GUITARRA

    Dicen que por las noches se tienen que aflojar las cuerdas de las guitarras.

    No recuerdo hace cuánto compré esta guitarra de madera. De color naranja, envinada. Con sus cuerdas doradas y negras de nylon. Con pequeñas aves en el tercer, quinto, séptimo, noveno y duodécimo traste. Con sus llaves nacaradas. Totalmente desoctavada y orgullosamente de Paracho, Michoacán. Lo que si recuerdo es su eterna compañía. Recargada en su base. Observándome. Analizándome. Cediendo a mi nerviosismo. Soportando violentos acordes y furiosos ritmos. Todas las noches aflojaba sus cuerdas sin importar la molestia al día siguiente para afinarla. Pero un día se terminó la amistad. La dejé en su base con las cuerdas tensas.
    Sólo pensaba en ella. ¿La volvería a ver? Era primavera. Nunca había hecho tanto calor. La ventana abierta permitía entrar frescas brisas de aire que jugueteaban con mis pies descalzos. A punto de perderme en el fantástico mundo de los sueños, escuché un ruido. Presté atención. No era un ruido, era un sonido. Eran notas musicales. Acordes que evocaban ensoñaciones dulcemente tristes. La música provenía de la guitarra que se encontraba en su base al pie de la ventana. Era mágico presenciar cómo las frescas brisas de aire acariciaban las tensas cuerdas produciendo, aunque depresivas, bellas melodías y cómo las pequeñas aves agitaban sus alas volando por todo el traste. La coloqué en mi regazo e intenté tocar deseando que todo esto mejorara mi técnica. Probé los violentos acordes habituales, pero una cuerda negra se rompió golpeándome el rostro. Cambié la cuerda con cuidado y me limité a imitar las angustiantes notas que ella producía.
    Ahora sólo escribo oscuras baladas.

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  • MIGUEL LUPIAN
    16/04/2009 8:57 pm

    Suena muy interesante el libro de Fantasmas de Joe Hill. Tendré que darle una leída.
    En ese sentido, recomiendo a un autor que hace poco descubrí (gracias al diplomado de lit. fantástica) : Francisco Tario.
    Cuentos inolvidables como la noche del féretro, la noche del buque náufrago, la noche del traje gris…
    Se ha convertido en uno de mis favoritos.

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  • Pablo: 😛

    Fernanda: tus dos textos (dos fantasmas) están muy bien. De hecho, el segundo realmente es excelente. Felicidades.

    La vuelta de tu texto, Miguel, me gusta por intrigante. Y sí, Tario es maestro grandísimo…

    Saludos a todos.

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  • Las paredes de más de alguno de aquellos edificios nuevos del centro, de lustrosas paredes de granito o de cristal, ofrecen, sin embargo, texturas ásperas, grietas sólo existentes al tacto, olor de adobe que suele atribuirse a la nostalgia por el viejo pueblo.
    En su plaza de armas, con sus fuentes automatizadas, hay bajo las lozas un calor que al caer la noche dilata más de lo usual en ceder paso al frío, y los vagabundos y seniles dementes, antiguos jornaleros del lugar, hallan el confort de una fogata generosa en su tibieza, pero siempre tímida pues sólo asoma un poco de su sombra de humo mientras que la luna total señorea la noche.

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  • ¡¡SALUDOS!!

    Yo hice este texto basándome en la actividad pero me pasó que me impactó mucho el final que le dio Fernanda a su propuesta lo que detonó en retomarlo. Espero no me lo tome a mal tomarlo para concluir el mío sólo en esta ocasión:

    Agustín recordaría aquella noche en que ella terminantemente se había ido para siempre.

    Nada más que una carta había quedado sobre un buró situado en el cuarto de quien años atrás trajera vida a su detestable existencia. Tomó el frágil sobre entre sus manos y frenéticamente se dispuso a leer la carta. No había palabras.

    Extrañamente, Agustín sintió que la hoja había borrado una a una las letras que ella había dejado. Era esta la evaporación justa tras lo que él le había hecho a quien todo le había dado.

    La suave hoja pareció deslizarse de sus manos. Él buscaba aquellas palabras que le dijeran que no era su culpa, que todo volvería a la normalidad, que era sólo un tiempo para reflexionar, que no la había matado esa misma noche. Sin embargo, la hoja parecía envolverlo mientras imágenes que no podía descifrar le dictaban que nadie más era culpable. Todo le parecía turbio, cada vez lograba percibir menos. De pronto, todo era negro.

    Sintió ganas de llorar, pero ya no tenía ojos con qué hacerlo.

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  • Hola, Capitú. Fernanda te tendrá que decir, pero yo creo que en principio no debería haber mayor problema; se ve claramente quién escribió qué y, en todo caso, la idea de todo esto es que todo el que lo desee experimente y escriba lo que quiera.

    Saludos…

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  • No’mbre Capitú, al contrario, gracias por tomar en cuenta mis garabatos. Después de todo para eso es un taller y la historia de Agustín quedó de eggs. Besos.

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  • Odesvario Rem
    21/04/2009 11:25 pm

    De Otros fantasmas

    Había pues en otro tiempo, cuando el Anterior Mundo había ya muerto, un fantasma.
    Antiguo y ultramoderno, tal orbe, tenía un espectro con tal santo y seña.
    No era más que una aleación de los millares de insignificancias fundidas en todos los infiernos, extensos como la vida misma en ese y todos los entonces.
    Los otrora hijos de Dios, le llamábamos a esa visón: Diablo.

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  • Mi novio anterior falleció por un accidente en moto, y recién había pasado su accidente y estaba en casa de su abuela con su familia, cuando de repente se escucharon unos pasos que se cortaron justamente en la puerta de entrada de la casa, y al asomarnos a ver kien era la persona ke había llegado, no había nadie… por eso supisimos ke era él, kien había llegado a la casa de su abuela pues siempre acostumbraba usar botas, por lo que sus pasos resonaban más fuertes. luego, en otra ocasión estando yo en mi casa, justo en mi cuarto escuché su voz ke me decía Hey! pensé ke era alguien más pero fue su voz la ke me habló…..

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