Taller literario

Los motivos del loco

Parte del trabajo a la hora de inventar personajes y ponerlos a actuar en una historia tiene que ver (sobre todo en nuestra época) con lograr que su comportamiento resulte verosímil, es decir, creíble. Pero también, en ocasiones, hace falta justificar comportamientos inusitados: actos de un personaje enloquecido o separado, por alguna razón, de la lógica que se ha establecido en el mundo ficcional que habita.

Una solución particular de este problema es la que emplea Nabokov al final de Lolita, cuando Humbert Humbert, tras haber cometido un crimen y haber perdido todo lo que le importaba en la vida (no: no estoy contando el final), comete la siguiente locura, del siguiente modo:

La carretera se extendía ahora por el campo abierto, y se me ocurrió –no como una protesta, no como un símbolo, ni nada parecido, sino simplemente como una experiencia nueva– que, puesto que ya había despreciado todas las leyes de la humanidad, podía también despreciar las reglas de tránsito. De modo que crucé al carril izquierdo de la carretera, y comprobé qué se sentía, y se sentía bien. Había un agradable calor en el diafragma, con elementos de tacto difuso, y todo reforzado por el pensamiento de que nada podía estar más cerca de la eliminación de las leyes físicas que conducir deliberadamente del lado equivocado del camino. En cierto modo era una comezón muy espiritual. Gentilmente, como en sueños, sin exceder las veinte millas por hora, conduje allí, en aquel raro carril del otro lado del espejo. El tráfico era ligero. Los coches que de tanto en tanto me rebasaban por el carril que yo les había dejado me tocaban brutalmente el claxon. Los que venían hacia mí temblaban y se desviaban, gritando de miedo. Pronto me encontré cerca de áreas pobladas. Pasarme una luz roja fue como un sorbo prohibido de vino de Borgoña, cuando era niño. Entretanto comenzaba a haber complicaciones. Me seguían y me escoltaban. Luego vi ante mí dos autos que se colocaban de tal manera que bloqueaban por completo mi ruta. Con un gracioso movimiento viré y salí de la carretera, y después de dos o tres grandes saltos empecé a subir una loma cubierta de pasto, entre vacas sorprendidas, y allí hice un alto gentil y estremecido [fusion_builder_container hundred_percent=»yes» overflow=»visible»][fusion_builder_row][fusion_builder_column type=»1_1″ background_position=»left top» background_color=»» border_size=»» border_color=»» border_style=»solid» spacing=»yes» background_image=»» background_repeat=»no-repeat» padding=»» margin_top=»0px» margin_bottom=»0px» class=»» id=»» animation_type=»» animation_speed=»0.3″ animation_direction=»left» hide_on_mobile=»no» center_content=»no» min_height=»none»][…]

La estrategia, desde luego, pasa por impedir que el personaje se sorprenda de lo que hace, y en cambio hacer que lo «explique» de un modo lo suficientemente llamativo. Los lectores quedan invitados a imaginar parecidos comportamientos alocados y su respectiva explicación: la propuesta es que, al modo de Humbert Humbert, el propio personaje trastornado describa y explique los sucesos.[/fusion_builder_column][/fusion_builder_row][/fusion_builder_container]

6 comentarios. Dejar nuevo

  • Información Bitacoras.com…

    Si lo deseas, puedes hacer click para valorar este post en Bitacoras.com. Gracias….

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  • Psicópata

    Salvé el casco de mi papá…¿,me pegará mamá si descubre que yo provoqué el incendio?

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  • Veo que dejé mi minicuento en el lugar equivocado, era para el concurso…..Saludos

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  • igual bueno y corto y bien hecho el ejercicio. je.

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  • Estoy de acuerdo con David. Cuadra aquí y allá. En todo caso contará también para el concurso.
    Saludos…

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  • Los animalitos entraban y salían de mi cuerpo abriéndose camino entre mi piel. No era fácil distinguirlos a un primer vistazo, son de esos animales que se mimetizan en cuanto pones los ojos sobre ellos, de modo que, a la vista pueden parecer pelusas o cabellos fracturados, sin embargo, caminaban sobre mi cuerpo y luego entraban por mi piel y nadaban dentro de mi torrente sanguíneo. Entonces la comezón y el cosquilleo eran insoportables. Esos malditos gusanos estaban comiéndome viva. Por eso aquella tarde tomé el cuchillo y me arranqué en pedazos la piel del brazo, iba a cortar mi yugular para obligarlos a salir de mis venas cuando sobrevino el desmayo. Ahora me siento mejor, creo que esos malditos bichos me han abandonado, especialmente porque estoy viendo como uno de ellos ya camina descaradamente cerca de tu ojo derecho.

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