Cuaderno

La bitácora de Balzac

 



Jorge Harmodio,
Musofobia. México, Mondadori, 2008. 216 pp.

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En México, que tiene a TV Azteca y a Televisa, no ha aparecido aún una blogonovela. Pero la palabra se usa en diversos contextos para nombrar a los libros impresos que transcriben historias publicada inicialmente en bitácoras virtuales, con el fin de explotar comercialmente la popularidad que éstas hayan logrado en Internet. En otros países ya hay muchos ejemplos de libros semejantes, que utilizan la publicación en red como medio para imitar la publicación por entregas al modo de los folletines del siglo XIX y luego siguen el mismo camino hacia el papel. Los ejemplos en español van de Apocalipsis Z de Manel Loureiro, una encantadora novela de catástrofes, a la muy sobrevaluada Más respeto que soy tu madre de Hernán Casciari; hasta el momento, todas coinciden en ser de lo más convencional en su forma y sus temas: la única novedad es el “canal” que emplean para su distribución, y ninguna lo aprovecha para lograr algo más de lo que se podía lograr ya, aunque con menos eficiencia, en los tiempos de Dickens o Víctor Hugo.
      Justamente lo contario pasa con Musofobia, que para seguir con el juego tendría que llamarse no blogonovela, sino novela blog: la primera que consigue, al menos en castellano, traer realmente a la página impresa el mundo de la escritura virtual.
      La historia es la de Jorge, ingeniero mexicano y aspirante a cuentista radicado en París, sujeto a los vaivenes de su trabajo y al desastre de su vida amorosa (un ratón entra en su departamento –de ahí el título– cuando su pareja lo abandona por un novelista y su mundo entero se trastrueca). Y todo se presenta en efecto como blog, diario en línea con enlaces a otros sitios, comentarios y hasta basura electrónica, pero aparece primero como un libro, paralelo a la verdadera bitácora de Harmodio (malversando.wordpress.com) y sin repetir nada de lo publicado en ella. Además, entre los hechos de la trama novelesca, fechada y fragmentada como un diario, se atraviesan cuentos atribuidos al Jorge personaje, que aparecen sin fechas, no siempre son anunciados por el propio diario y en ocasiones, incluso, pueden leerse como un comentario humorístico o terrible de los hechos de su presunto autor. ¿Quién decide la colocación de estos materiales adicionales? No la criatura ficticia, desde luego, sino el escritor que le da su nombre y algunos hechos de su propia vida, deformados según conviene a las necesidades de la historia. No faltará quien crea, ingenuamente, que esto es un diario de verdad, una autobiografía a la que juzgar de acuerdo con las reglas del culto moderno a las celebridades, pero diré más sobre este problema en la sección 3 de la presente nota.

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Sin mencionar aún a cierto gran precursor de Musofobia (véase para esto la sección 4), que prefigura varias de sus propuestas para alivio de los lectores más calmosos, baste decir que este libro se vale de la estructura discontinua del blog para aludir a la fragmentación de nuestra propia conciencia, de nuestros modos de estar en el mundo y comprenderlo, en el temprano siglo XXI, cuando ya la idea de los Grandes Relatos está definitivamente muerta y, al menos mientras llegan las primeras grandes conmociones tras del “Fin de la Historia”, sólo podemos terminar de lidiar con el trauma: limpiar lo que quedó tras los derrumbes que todos conocemos y explorar un mundo que se ha vuelto distinto. Como también muestra la comunicación por Internet, señas de identidad que eran cruciales hace unas décadas han perdido todo sentido para muy grandes poblaciones, y los deseos de éstas –por sumisión o por impotencia o por mero desconocimiento– tampoco tienen que ver con las aspiraciones y los valores de antes, que se mantienen por inercia salvo entre sectas y fanáticos. La experiencia parisina del Jorge personaje no tiene que ver con las que aparecen en Rayuela de Julio Cortázar y otros libros escritos por latinoamericanos “exiliados” en Europa durante los años sesenta, pero tampoco con la descrita en Los detectives salvajes de Roberto Bolaño, que hace una década puso en crisis a aquellas otras novelas. No hay en Musofobia la angustia por un origen perdido ni el deseo de correr hacia el futuro, de agotar sus posibilidades, que viene del descubrimiento de que ningún retorno es posible. Los personajes viven, aman, odian, se enferman y se alivian, se acercan y se alejan aislados en su propio mundo virtual, que existe suspendido, aislado del otro pero sujeto a sus vaivenes y siempre en peligro de desaparecer, como desaparece el “nidito.de.amor” que es el primer escenario de la novela (Harmodio juega todo el tiempo con la sintaxis mecánica de las direcciones de Internet y la traslada al mundo tangible).
      Por lo demás las existencias de estos seres artificiales también se parecen a las nuestras en que están hechas de trozos desiguales, reunidos y ensamblados con grandes esfuerzos para “personalizar”, como se dice ahora, la superficie de una vida en que la libertad de acción cuenta muy poco. Las alternativas de ahora, parecen decir estas aventuras, son ilusorias, tan profundas como el cristal de una pantalla.

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Hay algo más que decir sobre la idea de la autobiografía. Este año se ha puesto de moda condenar (de plano) la ficción, juzgarla agotada e impropia para estos tiempos y abogar por la crónica, el reportaje y la autobiografía: “la directa, precisa y temeraria escritura del yo”, escribió el español Vicente Verdú en uno de tantos textos sobre el asunto. Extraña un poco que se pase por alto el hecho de que ya vivimos saturados de imágenes de la realidad, debidamente editadas (o fabricadas) y empacadas para el consumo pero vendidas como verdad…, pero Musofobia, en todo caso, propone un juego distinto: el yo del autor se transforma y se convierte en parte de una figura literaria, independiente de los vaivenes “reales” de quien la creó. Peor para nosotros si esta intención precisa del texto nos parece una novedad.

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La novedad está aquí: entre los grandes precursores de Musofobia –es decir: entre los libros que mejor se transforman y se matizan tras leer Musofobia–, no hay ningún autor mexicano ni tampoco, al contrario de lo que exige otra de nuestras modas, ninguno de habla inglesa. El más visible de quienes sí están es Enrique Vila-Matas, cuyas autoficciones no necesitan ninguna justificación y quien sólo en una novela: El mal de Montano, engaña y desengaña para la eternidad tanto a quienes buscan a “los seres reales y la historia real” como a los enemigos de la imaginación y del lenguaje. En el fondo, la tradición a la que pertenece y con la que se mide Jorge Harmodio es larga y venerable: su gran santo es Honoré de Balzac, a quien Harmodio lee devotamente y con quien se atreve a jugar tanto en Musofobia como en otros textos (véase su “BalSac”, publicado en la antología Grandes hits vol. 1 de Tryno Maldonado).
      No es tarde para admirar a las más prodigiosas máquinas de contar –las imaginaciones verdaderamente capaces de meter la realidad en la escritura y no al contrario– y Jorge Harmodio nos lo recuerda con una novela legible ahora, digna de aprecio ahora.

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