Taller literario

La belleza

Platicando con una amistad, llegué a la anécdota de un publicista que comentaba la belleza de una campaña publicitaria. Mi amigo se indignó porque, dijo, nadie podía creer realmente que hubiera belleza en algo como la publicidad. Y se indignó más cuando le dije que yo sí lo creía. Nabokov, le dije, veía la belleza de un problema de ajedrez en la secuencia de jugadas que representan su solución. Hay millones de personas capaces de hablar de la belleza de un gol o de una jugada de futbol, como el famoso «Gol del siglo» de Diego Maradona:

Yo no puedo ver lo que ellos ven porque no sé de ajedrez ni me gusta el futbol, dije también. No llegamos a nada entonces, porque la discusión se fue a Diego Maradona y a temas aún más remotos. Pero lo que cuenta aquí es lo siguiente:

Un ejercicio interesante de escritura puede ser inventar un personaje y ponerlo a describir algo, cualquier cosa, en lo que él o ella encuentre la belleza. La belleza es una experiencia subjetiva: depende del conocimiento, la experiencia, los intereses y la percepción de cada persona. Más ejemplos: J. G. Ballard escribió de la belleza de los choques de automóviles en su novela Crash; «Olaf oye a Rachmaninoff» de Cary Kerner (un autor ¿noruego? a quien se recuerda exclusivamente por ese cuento) describe la belleza de un concierto de piano sin referirse casi nada a la música…

Los comentarios de esta nota quedan abiertos para quien desee intentar y publicar aquí su ejercicio.

8 comentarios. Dejar nuevo

  • Información Bitacoras.com…

    Valora en Bitacoras.com: El gol con la mano de Maradona, 1986. Foto de Alejandro Ojeda Carbajal Platicando con una amistad, llegué a la anécdota de un publicista que comentaba la belleza de una campaña. Mi amigo se indignó porque, dijo, nadie pod……

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  • María del Carmen Gálvez
    27/02/2012 12:06 pm

    «casualmente» después de leer tu nota encontré este link, muy ad hoc:
    http://www.hablemosdeamor.nl/atracci%C3%B3n-personal-siempre-hay-esperanzas , relacionado con la belleza física.
    Haré mis pininos aceptando tu propuesta de intento y publicación del ejercicio…. ya lo verás por aquí, muchos saludos.

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  • Primero, si me lo permite, algunas preguntas:

    ¿Usted prefiere que le digan maestro o camarada?
    Si un humilde felino, que desconoce el manejo de los símbolos, le pidiera que usted fuera su maestro ¿Usted lo aceptaría como dicípulo?
    ¿Cuál es el precio por aprender a lado de usted?

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    • Hola. Respondiendo a tus preguntas:
      1. Prefiero que me digan Alberto. 🙂
      2. Se puede. Doy un taller los sábados y estoy por abrir otro los lunes, a más de que doy cursos con frecuencia. Aquí pondré la información.
      Gracias por preguntar y suerte.

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  • 21 DE MARZO

    Las estaciones del año son cuatro. Un número puede ser una forma de expresar el tiempo. Cuatro.

    Sin importar que haya crisis, conflictos, presiones, estrés en el mundo la primavera se presenta puntual en su equinoccio. No importa que la bolsa de valores haya perdido o ganado puntos; o que algún país sea tercermundista o potencia mundial. La primavera llega y sin pedir permiso se pone a bailar. Su baile florido. Durando lo que dure su ciclo estacional.

    ¿Cómo no amar a la primavera? esa muchacha tan natual.

    Tan natural pensar en ti, primavera.

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  • Hice lo propio a partir de una pintura que vi en el Museo Van Gogh. Dejo el ejercicio:

    El sol cae, despacio pero irremediable, y jala tras de sí toda una estela, una cortina que destapa la noche. Las nubes apenas formadas, difuminadas, se pierden en tonos caprichosos, golpeados por la luz moribunda que no termina de irse, que tiñe todo de un rosa que no es rosa, de un naranja que no termina de ser naranja, hasta olvidar que hace unas horas todo fue azul, para avisar que dentro de poco todo será negro. Y sin embargo, ahí permanece aquella esfera moribunda, estática pero incrustándose milímetro a milímetro como cuchillo, penetración lenta, paso en falso que denuncia el ciclo, la repetición.

    Mientras la luz se va, bajo el horizonte un reflejo sobrevive con más vida, tintinea y se mueve al capricho de un dios en el que nadie cree, juguetea claramente y golpea la costa, donde se confunde espuma con arena. A veces grácil, a veces demoniaco, aquel estado incomprensible para el tacto parece complacido, feliz de arremolinarse y serpentear, ocultar aquel espacio arenoso, punto de tregua ante la fuerza del gigante. La tierra es mediocre, responde a medias, complaciente. Se deja hacer, como vieja prostituta, resistiendo, quién sabe si planeando una venganza. Hasta el viento y las gaviotas le han perdido el respeto. Frente a ellos camina un hombre, sorteando las piedras y las olas, ligero aún pese a la gran red que sostiene a sus espaldas.

    Daubigny envidia al hombre, que se pierde con paso ligero. Envidia más bien la imagen, y sigue pintando.

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  • Hice lo propio a partir de una pintura de Daubigny que vi en el Museo Van Gogh. Dejo el ejercicio:

    El sol cae, despacio pero irremediable, y jala tras de sí toda una estela, una cortina que destapa la noche. Las nubes apenas formadas, difuminadas, se pierden en tonos caprichosos, golpeados por la luz moribunda que no termina de irse, que tiñe todo de un rosa que no es rosa, de un naranja que no termina de ser naranja, hasta olvidar que hace unas horas todo fue azul, para avisar que dentro de poco todo será negro. Y sin embargo, ahí permanece aquella esfera moribunda, estática pero incrustándose milímetro a milímetro como cuchillo, penetración lenta, paso en falso que denuncia el ciclo, la repetición.

    Mientras la luz se va, bajo el horizonte un reflejo sobrevive con más vida, tintinea y se mueve al capricho de un dios en el que nadie cree, juguetea claramente y golpea la costa, donde se confunde espuma con arena. A veces grácil, a veces demoniaco, aquel estado incomprensible para el tacto parece complacido, feliz de arremolinarse y serpentear, ocultar aquel espacio arenoso, punto de tregua ante la fuerza del gigante. La tierra es mediocre, responde a medias, complaciente. Se deja hacer, como vieja prostituta, resistiendo, quién sabe si planeando una venganza. Hasta el viento y las gaviotas le han perdido el respeto. Frente a ellos camina un hombre, sorteando las piedras y las olas, ligero aún pese a la gran red que sostiene a sus espaldas.

    Daubigny envidia al hombre, que se pierde con paso ligero. Envidia más bien la imagen, y sigue pintando.

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