Cuaderno

Intelectuales

Nota del 19 de octubre: hay más sobre los temas de esta nota –incluyendo comentarios y aclaraciones diversas– en esta otra nota.

Hubo una discusión, durante buena parte del año pasado, alrededor de los méritos (o más bien la falta de ellos) de los escritores mexicanos de mi generación, la de los nacidos en los años setenta. La polémica nunca fue muy elevada y pronto se convirtió en una serie de bravatas; cuando salió a relucir la metáfora de los huevos (es decir, los testículos) y la cuestión de quién escribía con ellos y quién no, no sólo fue imposible seguir las diversas opiniones sin reírse: quienes seguían prestando alguna atención pudieron ver que, si la presencia o la falta de talento eran difíciles de determinar, en cambio estaba muy claro que a la generación, como conjunto, le interesa mucho menos la literatura que la notoriedad.
      Una de las preguntas más repetidas en aquel tiempo era ésta: ¿dónde está la gran obra, la novela extraordinaria de un autor de los setenta? (Habitualmente se planteaba así, con ese desprecio implícito a todos los otros géneros literarios, del mismo modo que la palabra huevos excluía –magias del machismo mexicano– a todas las escritoras de la generación.)
      Tal vez sea aventurado decirlo, pero es posible que la pregunta tenga ya una respuesta y hoy, en 2009, tengamos las primeras obras cruciales, los primeros trabajos que colocan definitivamente a autores de la generación en el mapa y en la historia de la literatura nacional.
      Por otra parte, si no me equivoco, esos trabajos señeros no son novelas, no son en absoluto libros, sino entrevistas y artículos de opinión. Pienso sobre todo en una entrevista (que ya había mencionado en una nota previa) entre Heriberto Yépez y Rogelio Villarreal publicada hace poco en la revista Milenio, y en una serie de artículos breves pero punzantes, de denuncia, de Rogelio Guedea. En especial la entrevista de Yépez fue promovida como una declaración importante de una figura pública, con lo que se convirtió (hasta donde sé) en la primera mención de un autor de los setenta en los mismos términos en que se habla, en la prensa nacional, de Carlos Monsiváis o Juan Villoro; pero la recepción de uno y de otro (y de varios escritores más) ha sido igualmente entusiasta: se ha subrayado la inteligencia de sus juicios, su crítica certera a la corrupción del sistema político nacional y, en general, la novedad de su interés por la realidad y la agenda nacionales.
      Con esto, tal vez, la generación de los setenta está continuando la tradición del intelectual mexicano: del «escritor, artista o científico que opina en cosas de interés público con autoridad moral entre las élites», como escribió Gabriel Zaid. Con la llegada del PAN a la presidencia de México en 2000, la estrecha relación entre la literatura y el poder que marcó el carácter de las artes nacionales durante casi setenta años se debilitó enormemente: el nuevo régimen no estaba tan interesado como el del PRI en la opinión de los escritores, otras figuras tomaron el lugar de éstos en los medios y, notablemente, mi generación (y, casi en la misma medida, la de los autores nacidos en los sesenta) se negó a desarrollar obras orientadas a la política, como una reacción –no siempre consciente pero, creo, perfectamente comprensible– contra los excesos del grueso de la intelligentsia del siglo XX, en la que hubo grandes autores como Octavio Paz o Carlos Fuentes pero también legiones de otros.
      Esos otros son los que me preocupan ahora. Todos han sido olvidados, porque su trabajo carecía de cualquier mérito (¿o alguien por ahí atesora las obras completas de, digamos, Roberto Blanco Moheno?), pero mientras vivieron y publicaron tuvieron notoriedad gracias a su relación con el poder político y al cultivo de su propia reputación. «Lo que hace al intelectual es la recepción de su discurso, más que su discurso», escribió también Zaid, y tenía razón. La vuelta de los intelectuales, si realmente termina por ocurrir, será otro signo de la vuelta del PRI al poder, ya anunciada y prevista por muchos…, pero será un grave retroceso si implica el regreso del ecosistema completo de toda la vieja intelectualidad, con sus pocos grandes y sus muchos mediocres, sus críticos escasos y sus vendidos numerosos.
      No se me malentienda: esto no es una de aquellas bravatas. Sería muy bueno si los nuevos intelectuales de la generación fueran, en efecto, personas como Guedea y Yépez, que saben escribir y pensar. Francamente, si ellos pudieran hacer algo contra la abulia general, contra la estupidez y el cinismo imperantes, la generación entera se habría justificado. Pero algo que no debe volver es la sumisión completa de la literatura al poder: la creencia de que es suficiente mirar nuestro propio ombligo, de que no hay nada más allá de nuestras disputas caseras y la busca del poder que esté a nuestro alcance, por miserable que sea.

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Octavio Paz (fuente: elpais.es)
Octavio Paz (fuente: elpais.es)
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27 comentarios. Dejar nuevo

  • Información Bitacoras.com…

    Valora en Bitacoras.com: Hubo una discusión, durante buena parte del año pasado, alrededor de los méritos (o más bien la falta de ellos) de los escritores mexicanos de mi generación, la de los nacidos en los años setenta. La polémica nunca fue muy el…..

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  • Bravo.

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  • Pues si Yépez es simpático y hasta revulsivo, pero el hecho de que lo hayan convertido en un megáfono no lo hace un intelectual, o no en la mejor de las voces posibles.
    Anímese: esa estafeta lo ronda.

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  • ¿El regreso de los intelectuales? http://bit.ly/5wYpE

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  • Alberto, qué gusto me da ver que se aborda el tema. Llevo tiempo preguntándome eso yo mismo (que nací en los 70’s) y nada mejor que ver la idea en tu pluma tan lúcida.

    Coincido en ambas declaraciones, en congratularse porque se empiece a hablar de los intelectuales de la generación en términos de «faro» (como sí lo fuero Paz y Fuentes) y en que no debe volver el ecosistema completo. Ojalá se elabore sobre esto y se toquen temas como la misma transformación del ejercicio intelectual (y del ejercicio crítico) a partir de las tecnologías que habilitan nuevas posibilidades de comunicación (interpelar a Paz antes era interpelársela) y cómo esas transformaciones dictarán las relaciones de fuerza con los poderes establecidos y, ojalá (quizá lo que más hace falta) con los poderes fácticos.

    En fin, este, y la violencia generalizada, son justos los temas que he estado pensando abordar para tratar de regresar a la ahora tan pasada de moda blogósfera. Dan para mucho y esperemos que la conversación abunde. Un abrazo grande como siempre.

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  • […] This post was mentioned on Twitter by Armando Samano. Armando Samano said: RT @albertochimal ¿El regreso de los intelectuales? http://bit.ly/5wYpE <—- recomendadísima lectura, RTénlo! […]

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  • ¿Y cuántas obras maestras escribió la generación de escritores mexicanos que nació entre 1620-1630? ¿Y la de los que nacieron entre 1770-1780? ¿De qué se estaba hablando en esa discusión? Si mal no recuerdo, empezó porque un escritor nacido en los setenta respingó ante la afirmación de un crítico nacido en los setenta quien dijo que la literatura de los nacidos en los setenta no está a la altura de la literatura de los nacidos antes de los setenta (de los nacidos después ya se verá). Es decir: los autores de los setenta sopesándonos entre nosotros (¿qué nombre tiene/tendrá más peso?). Mejor hubiera valido que nos metiéramos en facebook y contáramos cuántos amigos tiene cada quién (la gran ventaja de la estadística es que no depende tanto de los huevos).

    Una cosa sí es segura: mientras estoy sopesando/preocupando/contando cuánto vale mi nombre, la literatura me tiene sin cuidado.

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  • RT @albertochimal ¿El regreso de los intelectuales? http://bit.ly/5wYpE <—- recomendadísima lectura, RTénlo!

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  • Avisé en mi disculpa-explicación, en el artículo sobre Alan Moore, que iba a explayarme en este otro comentario: cumplo mi palabra.

    A mí, el término intelectual me causa una mezcla de repulsión y estrés que no se me va a quitar nunca. Y es así, primero, porque basta hacer una revisión de las bibliografías de los intelectuales –nacionales y extranjeros– para percatarnos de que no son ni de lejos las personas más lúcidas para hacer una transformación de un mundo que ya por sí solo y sin maquillaje de por medio resulta espeluznante (y con ellos, absolutamente intragable); y segundo, porque cada vez que he tratado de hacer contacto con estos seres excelsos los resultados han sido pésimos, por decir lo menos, y eso se debe a que si los del primer mundo son impresentables, los de México están como para agarrarlos a balazos, como dignos representantes de la nación eufémica, esquizoide y zopenca que somos.
    No es la cuestión de meter a todos en una sola canasta, ni me interesa hacer declaraciones de odio contra gente que ni conozco ni he leído, pero en mi experiencia, y estando de cerca con algunos de ellos (una peda con la gente de la SOGEM sirve como campo de observación y como medio de saber que no es gente de fiar) el panorama ha resultado lamentable con todo y sus honrosas e inefables excepciones.
    En vez de nombres, prefiero hablar de situaciones específicas:
    1) A nuestra intelectualidad le gusta más hablar de sí misma y autopromoverse que escribir, y ya por ahí ya estamos fritos. A fin de cuentas, los intelectuales tienen que expresarse, y si es posible, hacerlo de manera precisa, pero salvo honrosas excepciones, a la mayoría de los escritores y artistas de esta país les da por hablar hasta por los codos en vez de escribir, o peor aún, se dedican al periodismo y se convierten en articulistas travestidos que apantallan con argumentos estridentes.
    Aunque esto no es lo más recomendable (dicen que exposure kills, pero pagan), al menos no se les puede reprochar que estén de vagos. Lo malo es escribir poco (o nada), pero dedicados a promover su imagen (o a destruir la de la competencia) siempre con el fin de cazar la beca, el espacio en revistas, la inclusión en los círculos del poder. O lo que es lo mismo, la clase política mexicana y el intelectual son imágenes idénticas de un mismo vicio nacional: un afán insano por la notoriedad, por participar en un escalafón aspiracional que no aporta nada, pero que contamina el que debiera ser su verdadero trabajo: aportar ideas, imágenes, recursos emocionales y racionales a una sociedad que necesita urgentemente muchas cosas (entretenimiento, lucidez, alegría, identidad, reflexión), pero que ya está saturada de figuras y signos vacíos, pero muy aplaudidos que estén.
    2) Bien decía alguien que si la ignorancia es peligrosa, la ilusión de conocimiento es letal. Estamos llenos de personas que más que saber, «creen que saben», y bajo esa miopía se envalentonan a escribir de todo, a opinar de todo y a dictar cátedra (o misa) de cualquier cosa que se les cruza por enfrente, en franco debraye monsivaita y careciendo por completo no sólo de conocimiento, sino de conciencia plena sobre esa ausencia y de humildad para asumirla. So pretexto de que el trabajo del intelectual (y fuente milagrosa de ingresos extra) es dar opiniones y relumbrón a cualquier evento, conferencia o programa que se les atraviese, estos individuos se aparecen a la menor provocación para decirle a la gente cómo vivir. Más aún, aprovechan cualquier ocasión para polemizar sobre asuntos de los que no debieran hablar, puesto que si no los dominan, se arriesgan a caer en el ridículo, o peor, a convencer a los ingenuos de que tienen razón y que escriben bien. Y como en México la lectura es puro mito, ¿pues quién se va a enterar, verdad?
    3) Los escritores nacidos a los años setenta (entre los que me incluyo, aunque técnicamente no soy escritor porque nadie me publica ni me publicará) no tienen la súper obra que el país (creen ellos) espera porque es una generación desvinculada de la vida como la conocieron sus padres y tíos. Nosotros somos hijos de la crisis, del desencanto y de unos padres que, o nos protegieron en exceso o nos abandonaron del todo, pero usando la misma eufemia, las mismas mentiras y los mismos prejuicios que los alimentaron a ellos. Autistas de una vida que vimos rechazada, los nacidos en los setenta hemos tenido que aprender por las malas a salir adelante (ya fuera por el dinero ausente, por las crisis generadas cuando uno descubrió que las cosas no son como nos las pintaron en nuestras disneylandias familiares, o por las grietas en el carácter que cada quien carga y que todos superan o creen haber superado). Por ello no es de extrañar que los setenteros, o estemos inmersos en solucionar problemas de toda especie que nos alejan de la escritura, o nos dediquemos al jueguito de coleccionar contactos y palancas, mientras acumulamos costumbres extrañas, como abandonar el baño diario, aumentar de peso de manera exponencial o cultivar vicios como el alcohol, las drogas o el coleccionismo compulsivo de enemigos reales e imaginarios. Como siempre, y por muy culto y talentoso que seas, el juego es triunfar para que después el triunfo sepa a mierda y te descubras infeliz. Ingeniosa manera de castrar a la gente y desactivarlos, ¿no?
    4) Ya que menciono los vicios, no es de extrañar que entre esos autores cundan los casos de alcoholismo, narcodependencia y padecimientos mentales. Y ello no es solamente a la infelicidad antes citada, producto del ambiente enrarecido que generan a su alrededor, sino de la necesidad de vestir de glamour algo que no es sino falla por superar o vicio de carácter. Todos conocemos algún émulo de Bukowski o de los “Beats” que creen que escriben igual que ellos nomás porque andan borrachos todo el día o porque creen que la creatividad es el ingrediente secreto de la mota, y pues no… Sobre este mismo formato de la pose súper original, del miedo a la identidad (otra vez, vivir en un país que dinamita cualquier vestigio de individualidad, de amor propio o identidad causa estragos entre sus ciudadanos) contamos también con émulos del feminismo que acabaron en adefesios feminoides; caucásicos indigenistas con calzador que suspiraban con irse a la guerrilla y que ahora se conforman con ser paleros de Marcos, cuarentones de 20 años que no acaban de fusilarse el estilito de Lovecraft para contar las mismas historietas vampíricas de siempre (eso sí, criticando al maestro porque escribe con muchos adjetivos) y dramaturgos insufribles que siempre cuentan con recursos para montar sus bostezos, pero que están siempre quejándose de que son víctimas del gobierno, cuando se pasan seis meses del año en Europa con cargo al erario, viendo qué se van a fusilar para montarlo aquí. Ante todo, originalidad y autenticidad.
    5) Y ya para rematar, pues habrá de mencionar que en la rebatinga por las bequitas, los premios o los trabajos, y en el temor de las vacas sagradas al no encontrarse asistentes lo suficientemente serviles o subnormales que puedan rebelarse a la primera (los “Juanitos” literarios son precursores de los de Iztapalapa), debemos mencionar la cizaña, ese deporte sensacional en el que sembrar rumores y armar grillas es la fuente de la eterna discordia y la galopante envidia. Así, los cuentistas se pelean con los novelistas, se ríen por lo bajo de los poetas, y a los dramaturgos los excluyen siempre. ¡Ah, que linda familia mexicana: con todos los rencores y los resentimientos bien sepultados bajo la alfombra!

    Y al final de todo esto, nada, excepto la comprobación de que todo esto pesa sobre nuestro ánimo. La cuestión es saber qué actitud tomar ante esta corte de los milagros, y queda claro que la frustración no es el camino, ni mucho menos la convivencia. Es evidente que todos estos problemas forman un núcleo, una colectividad de personajes fallidos que escriben para contagiar de su malestar a sus lectores, para convencerse a sí mismo de que no son unos fracasados. La pregunta es: ¿Nos unimos a este desastre y participamos en él, o marcamos la diferencia y nos dedicamos realmente a escribir, o mejor aún, a vivir en plenitud? La respuesta sólo la sabrá cada quien, si de verdad se quiere escribir.

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  • Pues a mí me falta por conocer todavía a los relevantes de los sesenta, mi generación. Sobran los promovidos o autopromovidos, con mérito de sobra, sí, en ciertas ocasiones, pero no veo ninguna figura señera ante la cual la soberbia de cada quien se postre. Es decir que no conozco la «Terra nostra» ni «El laberinto de la soledad» de los sesenta.
    Aunque me parece que el planteamiento inicial de las décadas conlleva la misma trampa que decir literatura «femenina» o «de la onda». El siglo XX, por ejemplo, para mí terminó con el suicidio de los Estados Unidos al asesinar a Kennedy.

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  • […] aquí: Los Intelectuales. Envía este texto […]

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  • Para los nacidos en los ochenta, esta discusión nos tiene sin cuidado.

    Porque el único escritor latinoamericano que habla a estas generaciones es uno nacido en los cincuenta. Bolaño.

    ¿Pasará lo mismo con mi mentor Chimal?

    (Aunque solamente ua vez fui a su taller, y lo oí en varias conferencias, lo considero mi mentor, porque para aprender de un escritor hay que leerle no pegarse como sanguijuela)

    Digo, me refiero a que es muy posible que la literatura de Alberto hable a mexicanos del futuro.

    Sólo el tiempo podrá decirlo.

    Abrazos

    Responder
  • Alberto,

    Por la casa nos gusta sentarnos a discutir quién es hoy el mejor escritor de tu generación, si Rogelio Guedea o Alberto Chimal. Hace unos años la discusión era cuando la carrera de Chimal iba a despegar como merecía y si Guedea se iba a poner a escribir más seguido (o sus libros más fáciles de conseguir, que es casi lo mismo). Ya pasaron esas dos cosas y ahora nos ponemos a discutir quién será el mejor escritor. Es muy interesante ver cómo se complementan las dos obras, que perfilan preocupaciones similares.

    Sin embargo, tu nota me preocupa un poco. No porque no te anotes en la lista, como dice Óscar, sino porque esto me recuerda a otra de las pequeñas polémicas del año pasado, sobre el compromiso social del escritor. Me parecería terrible que en realidad la única forma que tenga un escritor para legitimarse sean estas notas críticas, de denuncia, por más bien pensadas y ejecutadas que estén. Por un lado, porque escritores de la talla de Guedea tengan que hacer el trabajo de un periodista (por bien que lo haga) resulta deprimente; por otro, porque la inmediatez de la plaza pública no es reemplazo para la literatura. Nos es tan urgente la primera como la segunda, pero como el agua, la literatura es más escasa.

    Así las cosas, espero que sean tú o Guedea los mejores escritores de su generación, y no Yepez. Nos hacen más falta.

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  • Gracias a todos por los comentarios y los enlaces. Después responderé más largamente.

    Saludos y suerte.

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  • «¿Que no hay obras importantes de los escritores mexicanos nacidos en los setenta? Irónicamente, algunas pueden no estar en libros…»

    Debo admitir que me sorprendí con el artículo: esperaba más bien una respuesta en relación a lo que publican los autores nacidos en los 70’s en sus blogs. No por eso deja de ser muy cierto lo que escribes. Sin embargo, todo eso de «escribir una obra importante» suena algo… ¿anticuado, anacrónico? en tiempos de contenidos personalizados, auto-publicación instantánea y frenéticos updates a-la-twitter.

    Por ello, surgen dudas: ¿Quién tiene tiempo para una obra importante? ¿Necesitamos tantas obras importantes? ¿Para qué? ¿Cuántas son suficientes? O, ¿porqué querría un autor/a escribir una obra importante, además de la fama y la fortuna? ¿No tiene más sentido, el día de hoy, un blog como el de http://guillermoinj.blogspot.com/, el de http://malversando.wordpress.com/ o el tuyo propio? Y sin olvidar el encanto que tienen las cosas tan ligeras y perecederas como los bytes.

    En fin, sólo divago… me da gusto volver por aquí, saludos.

    Responder
  • Dice Jacques Rancier que en las sociedades post.obreras y post.campesinas el intelectual ya no existe, o mejor dicho la mayoría de los ciudadanos son intelectuales en tanto se ganan (o se pierden) la vida haciendo uso exhaustivo de sus capacidades intelectuales. También contrapone la figura del «maître à ignorer» a la del «maître à penser»: el primero te enseña a desaprender tus taras culturales: el segundo te enseña, intelectualmente, a obedecer.

    Responder
  • Hola a todos. Muchas gracias por los comentarios, enlaces, reenlaces… Voy a publicar muy pronto otra nota sobre esta cuestión pero antes, de una vez, respondo aquí al menos a algunas cuestiones.

    Yo estoy de acuerdo, Jorge, con lo que comentaste al principio: querer censar y enjuiciar a la generación a estas alturas es inútil y la polémica sólo sirvió para demostrarlo; aquellas danzas de la fertilidad (supongo que por algo volverían todo el tiempo a los testículos) supusieron la pérdida de horas preciosas que los implicados podrían haber empleado en escribir algo que valiera la pena. Sobre Rancier, no lo he leído (por lo que agradezco la referencia) y me llama la atención lo del “maître à penser”, que enseña a obedecer (y, supongo, no a criticar): son pocos los intelectuales, creo, que se salvan de la tentación de convertirse en amos de su público, y la busca de la adoración es para las estrellas de la tele, diría yo (aunque también la emprendan otros)…

    Gracias por explayarte, José. Yo creo, como tú, que el de la grilla y el relumbrón no es el camino. A no olvidarlo.

    Sólo el tiempo, Soma, es cierto. Mientras, creo que lo mejor de Bolaño es que podría terminar no hablando sólo a una generación (porque entonces se extinguiría con ella, como le ha pasado a más de cuatro), sino a todas… (Sólo el tiempo, aquí también.) Un abrazo.

    René: la confianza es halagadora, desde luego. La agradezco. Por mi parte, sólo puedo decir que tampoco creo que el de la plaza pública sea el único camino (justamente por eso escribí el texto: porque sería terrible que llegáramos a creerlo), y que en lo que yo mismo estoy haciendo aspiro a más que lo ya hecho. Así que ya veremos…, o más bien ya verán otros después de que nos muramos; lo que importa no es eso, sino hacer las cosas ahora. Espero, por cierto, que te vaya gustando el nuevo plan del blog; viene en parte de tu nota sobre el Blog Day 2009, que me dejó pensando.

    Hola de nuevo, Rafael… Lo de la importancia de la obra me parece que tiene todavía sentido, aunque tal vez puedo agregar esto: no es que todos los textos tengan que «importar» de la misma manera, ni mucho menos que esa manera sea la del opinador profesional (para el caso, los textos de opinión de los intelectuales rara vez pueden considerarse parte de la literatura –ni modo–, y las más de las veces no son más que gestos huecos, visajes que el poder se hace a sí mismo por medio de instrumentos bien dispuestos).

    Saludos a todos.

    Responder
  • Fernando Pilich
    18/10/2009 11:04 am

    Nací a finales de los ochentas. El panorama es desolador.
    En fin, los recomiendo un ensayo de Malva Flores:
    El ocaso de los poetas intelectuales.
    Con ese ensayo ganó además, ganó un premio nacional, en el 2006 me parece.

    Responder
  • Hola, Fernando. Gracias por comentar y por la referencia al ensayo. Lo buscaré. Saludos y suerte.

    Responder
  • A mi me parecería una infamia si Yépez llega a ser como Octavio Paz, aunque de hecho creo que va para allá. Es igual de solemne y de falsamente liberal. Y Guedea es tan pomposo como Eduardo Galeano, ¡no nos hace falta otro igual!

    Responder
  • Vernon: como digo por ahí en otra nota, no creo que a ninguno de los dos que mencionas se les pueda achacar ahora lo que implicas. Si Yépez llegara a ser tan importante como Paz y Guedea tan famoso como Galeano no estaría mal. Si se ensoberbecieran con el poder y la fama…, sí estaría bastante mal, y no sólo por sus carreras. Pero no ha pasado. Hay que leerlos, ver qué pasa y, en dado caso, criticarlos a ellos también. Podemos discernir y juzgar.

    Saludos.

    Responder
  • Omar Nieto
    18/11/2009 9:05 pm

    Estimado Alberto:

    Sabes que yo siempre opino al contrario de todo mundo. Y esta vez no es la excepción. Hay una sobrevaloración de los medios electrónicos como el blog, la revista electrónica y todo lo que implique archivos electrónicos enviables, aunque es obvio que nadie está en contra de esto a menos de que haya perdido la razón. En efecto, Alberto, éstos contribuyen tal vez por primera vez en toda la historia de la humanidad a democratizar el conocimiento, pero creo por otro lado que son extremadamente autocomplacientes en el sentido de que si se junta un grupo de personas que tengan computadora, lo cual tampoco habla bien de su supuesta vocación universal, cualquiera puede legitimarse como escritor. Hay una reacción pueril a todo lo que es Paz, Fuentes, Vargas Llosa, Neruda, García Márquez o Borges, y hay un endiosamento de lo beat en el sentido de Bolaño. Pero me pregunto: ¿no acaso leyendo Los detectives salvajes se pueden encontrar cientos de errores narrativos que hacen dudar de que Bolaño siquiera haya querido revisar su novela cuando la terminó? ¿No podría ponerse en duda al igual que todos los «intelectuales» su amistad con Jorge Herralde para que Anagrama haya publicado absolutamente todo lo que se le ocurriera? Pero eso sí: como tomaba, follaba y se drogaba abiertamente como todo mundo desea pero no se atreve a hacer, y además aborda a los estridentistas y a toda la constelación poética y narrativa latinoamericana, se endiosa al chileno. Esto, siento es un error infantil: el propio Bolaño en la página 191 de Los Detectives Salvajes hace homenaje a Carlos Fuentes -o en su deecto. a Alfonso Reyes- cuando dice: «el largo viaje hacia la región más transparente me había vaciado de muchas cosas». ¿No deberíamos linchar a este dios beat , héroe de toda la generación «alternativa» nacida a partir de los 70´s por homenajear al símbolo del arribismo político mexicano y latinoamericano llamado Carlos Fuentes? Yo creo que no. Yo creo que a un verdadero escritor le vale madre la derecha, la izquierda o el centro. Poner a buenos y a malos en política me parece el discurso más trasnochado del siglo XX. Te menciono un ejemplo: se ha criticado en este blog el sistema de becas que parece alimentar al círculo «intelectual mexicano», pero no acaso Carlos Martínez Rentería, director de la revista «contracultural» Generación recibe una contribución anual etiquetada por parte de Conaculta para que siga existiendo su revista? ¿Acaso no se trata de un subsidio igual al que recibe un campesino de Metlatonoc en la sierra de Guerrero por parte del Programa Oportunidades? Según un documento del FONCA las becas de jóvenes creadores de arte y del sistema nacional de creadores de arte, éstas últimas nada despreciable, las han estado recibiendo Luigi Amara, Mario Bojórquez, Mario González Suárez, Guillermo Fadanelli, Luis Humberto Crosthwaite, Leo Mendoza, Susana Pagano, Mauricio Montiel Figueiras, Eduardo Antonio Parra, David Toscana, Pablo Soler Frost y Alberto Chimal, entre muchos otros. ¿Acaso estos autores no se mercen dichos apoyos? Si nos ajustamos a la lógica del «intelectual» en el sentido priísta, entonces todos estos son beneficiados del régimen y en consecuencias simpatizan con la Derecha. Muy por el contrario, Alberto, covendrás conmigo en que son autores que han estado reinventando las letras mexicanas. Tampoco creo que un autor se convierta en un intelectual por escribir en una revista como Letras Libres que administra el ex albacea de Octavio Paz, Enrique Krauze. Esto lo convertiría, bajo la misma lógica, en un escritor del régime revolucionario. Si esto es así, tú mismo estimado Alberto tendrías que ser considerado como tal (y nada más alejado de la realidad), y no solo tú, sino aquellos que han sido considerados por décadas como «contraculturales» como JM Servín o Guillermo Fadanelli. Esta lógica muy empírica de muchos lectores nacidos en los 70´s u 80´s que tienden juvenilmente agrupar a las personas en buenas o malas por usar los productos del internet o no usarlos, me parece más trasnochado como el mismo discurso priista que institucionalizó la palabra «intelectual» para definir a aquellos que estaban o no con el régimen. Si esto es así, amigos tan encomiables en sus esfuerzos destructivos por romper con la literatura «amildonada» de los grandes círculos como Rodolfo JM o Carlos Velázquez (creador de su tan corrosiva Biblia Vaquera) tendrían que ser considerados «cachorros del imperio calderonista» por haber sido publicados o premiados por el sistema Tierra Joven que administra el gobierno panista. Es por eso que no comparto semejantes encasillamientos algunos productos de charlas del Salón Corona (a la cual se le ruega que no le ponga éter a su cerveza) o como dijo uno de los posteadores, «de peda de la SOGEM». Que Heriberto Yépez pueda ser considerado como un «intelectual» simplemente porque es profesor de filosofía y destacado ensayista, aparte de narrador, es un reduccionismo que opera solamente para un cierto sector literario. Estarás de acuerdo Alberto que si se tiene como único -y subrayo UNICO- contacto con el mundo el blog o la peda, podría considerarse en efecto a narrativas tan fútiles como las de Poniatowska o Ángeles Mastreta en efecto, productos de la «intelectualidad» mexicana. Insisto, para no desgastarnos en polémicas inútiles, que el internet es un medio de comunicación que no garantiza la inteligencia a menos de que el autor de los espacios ostente en verdad tal categoría. Un saludo bien afectuoso a Pepe Rojo, BEF, Sifuentes, Libia, Rodolfo, José Luis Zárate, Edgar Omar y a ti por la serie de narraciones que va a salir pronto en Tijuana con selección de Pepe e ilustraciones de Bernardo. Muchos saludos para ti. Un abrazo fuerte.

    PD. Perdón no me poía sustraer a esta interesante polémica. Saludos de nuevo.

    ATTE.
    Omar Nieto

    Responder
  • Querido Omar, te agradezco el tiempo que te tomaste para escribir tu comentario. Te prometo responder…, pero no podrá ser en este momento. Te confieso que la cabeza no me da. 🙁 Un abrazo.

    Responder
  • Bah!

    Está muy bien el comentario de Nieto.

    Sólo que me parece enormemente injusto con Los detectives. Además de vanidoso y fatuo.

    Quisiera saber a qué errores se refiere el autor del penúltimo comentario para tratar con esa confianza una de las obras mejor recibidas por la gente en latinoamerica desde hace muchísimo tiempo.

    Se ve que no la entendió. Es la nueva novela latinoamericana.

    Bolaño fue un escritor hecho sólo.

    Ponerlo en el mismo saco de los intelectuales de estado es una estupidez.

    Bolaño y Chimal rules!!!

    Responder
  • Hola. Releo el comentario de Omar (y agradezco la confianza de Soma).

    Sobre lo de la intelectualidad: precisamente escribí esta nota porque no quisiera ver que volvieran aquellas malas costumbres del priísmo. Quien escribe no tiene por qué seguir esa «lógica» impuesta desde el poder según la cual el artista existe sólo en función del poder y está invariablemente obligado, lo parezca o no, con el poder. Estoy convencido de que las cosas no son ni tienen por qué ser así.

    Un abrazo, Omar.

    Responder
  • El debate es interesante por cuanto habla que ya existen (existimos) sufiecientes escritores, unos más marginales (me incluyo) que otros, pero suficientes para comenzar a discutir el tema de los mejores o peores.

    Aqui habra que ver cual será la impronta de nuestra generación, ser intelectuales del poder (los 50), los que cuestionan ese poder (60) o incluos los que comenzaron la construcción de ese poder (generación del 15), pero dudo que podamos estar alejados del poder, porque al final del día el escritor es una conciencia de su tiempo, asi que puede validar o atacar conductas o instituciones.

    Responder
  • Con un poco de suerte, Arturo, seremos (o serán los mejores entre nosotros, los que acaben quedando) algo distinto a todos los que mencionaste. Precisamente la tarea es esa.

    Saludos…

    Responder

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