Concurso

Concurso #130

Las Historias convoca a su concurso #130 de minificción o microrrelato. Las personas interesadas en participar pueden comenzar observando esta imagen:

Instrucciones:

1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.

2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.

3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.

Quienes ganen el concurso recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar.

La fecha límite para participar es el 30 de julio de 2017. La invitación queda abierta.

56 comentarios. Dejar nuevo

  • ¿Que pasó chaparrito?
    Tu siempre tan así

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  • El testigo

    Horrorizado, con los pies fijos en el suelo, observó cómo se deslizaba imperceptiblemente su silueta por el cortinaje de la habitación. Su corazón latió de forma apresurada por el temor de comprobar si ese animal silencioso y repulsivo se encontraba en la misma habitación que él, ¿cómo llegó hasta ahí?…
    Quizás deslizándose por entre las ramas que golpeaban continuamente su ventana.
    Sigiloso se dirigió al perchero de latón que pendía del muro, sintió el deber de comprobar la suposición de esa venenosa presencia.
    Con pasos indecisos y sintiendo de cerca el encuentro con la muerte, se acercó…¡Se heló su aliento! ¡Si, estaba ahí! Maldita figura reptilia que al verse sorprendida, se lanzo al cuello del deponente inoculando al instante su mortal veneno, en respuesta a la osada intromisión, eliminando de tajo, la existencia de aquel hombre; testigo de su fugaz aparición.
    Esa noche gris lo despidió con un gélido abrazo, las ramas del árbol se estrellaron caprichosas contra la ventana, anunciando la danza implacable de la muerte.

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  • Un día en el banco

    Ahí estábamos todos, tirados boca abajo, esperando a que ellos nos dejaran ir. Mi rostro besaba el frío piso de blanco mármol de la sucursal bancaria. En eso se escucharon una, dos y tres detonaciones, ¡pum, pum, pum! Después de eso vinieron gritos y creo –pero no estoy seguro– que el hombre que estaba a mi lado se había orinado del miedo. Alce sólo la mirada para descubrir que uno de ellos estaba parado justo a mi lado. No pude ver más que sus zapatos de negro charol, parecieran recién boleados, como si después de asaltar el banco tuviera que irse de volada al Tropicana pues su novia estaría bailando con otro vato.

    Otra escena pude ver, al fondo de la sucursal la silueta desdibujada de un guardia se desvanecía y caía grotescamente al piso. Ellos gritaron que cerráramos la boca, que dejásemos de gritar o matarían a todos. Al poco tiempo todo quedó en silencio. Ellos salieron corriendo del banco llevando sobre sus espaldas dos bolsas enormes llenas de billetes. Lo sé porque me atreví a alzar el rostro y verlos huir. También observé los cientos o miles de pesos cayendo de las bolsas al piso, como confeti de carnaval.

    Por alguna razón no sentí ninguna vergüenza sobre lo que sucedió después y es que, cuando estuvimos seguros que ellos se habían largado, nos abalanzamos como hienas hambrientas sobre el dinero caído. Al fondo, el guardia moría desangrado, pero creo que nadie lo vio o nadie se preocupó de él porque nos encontrábamos muy atentos juntando todo lo que podíamos tomar de billetes y bonos del tesoro regados sobre el blanco piso de mármol de la sucursal, como esos niños pequeños de las fiestas de cumpleaños que pelean por dulces y juguetes al romperse la piñata.

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  • NUEVO MENSAJE DE TEXTO

    Su caminar se vió interrumpido por un nuevo mensaje de texto. La sangre bajó estrepitosamente hasta sus pies y sus manos comenzaron a temblar desenfrenadamente. La presión sanguínea aumentó al grado de sentir un ligero mareo que la hizo tambalearse. Instintivamente puso su mano izquierda sobre la pared de cantera marcada por el paso del tiempo. Una gota de sudor frío resbaló lentamente por su frente. Un grito ahogado salió de su boca cuando terminó de leer aquel nuevo mensaje texto.

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  • Zapatos de mujer.

    Con una mirada desdeñosa el obeso comandante me dijo que esos zapatos eran de mujer.

    – Inhalé profundamente-

    (eran tres tipos, me levantaron en una camioneta blanca de vidrios polarizados, después de amenazarme con pistolas, me amarraron con un lazo, me llevaron a un cuarto en una vecindad mal oliente repleta de suciedad y ropa amontonada, ahí me quitaron la ropa, mi cartera, el teléfono, los zapatos, me golpearon hasta que se cansaron. Cuando me creyeron inconsciente, dos de ellos se fueron, y el que quedó se embriagó, ahí pude escapar, pero no podía llegar muy lejos sin ropa y descalzo, entonces me puse lo primero que encontré)

    – Creo que sí, respondí.

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  • José Antonio
    08/07/2017 6:57 pm

    La rosa de los vientos.

    Pensé en los cuatro cuadrantes marcados en el suelo por las losetas bajo mis pasos. Acababa de mandar al diablo a mi pareja y había metido mis cosas a la mochila que colgaba de mis hombros. Tenía que decidir mi nuevo destino. Me sentía libre y agradecida con mi forma de ver las cosas. En mis labios anidaba un mordisqueado palillo, útil para quitarme el cilantro de los dientes y la tempestad de la ira. Lo escupí al suelo y la rosa de los vientos dictó mi sentencia de viaje.

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  • Marivent era mi hermana
    10/07/2017 3:49 am

    Esa siesta la soñé a ráfagas, podría haber sido unas botas de un militar, hombre o mujer…desde el suicidio de mi hermana, el dolor de mi subconsciente recreaba sus paranoias. Agarré la mano de mi madre, y nos precipitamos por el hueco del tendedero a buscarla.

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  • J.E Esquivel
    10/07/2017 1:12 pm

    Sombras

    Estas es la única foto que se tiene de la sombras, fue un burla o fue de plano por respeto para mantener la identidad. Quién sabe quién era ese muchacha, hasta donde sabemos, mandaba recados al frente y que fue mano derecha del líder del movimiento, que el gobierno la buscaba con ahínco para llevársela, porque bueno, era la conexión entre las facciones, la única porque los cabecillas no podían utilizar celulares. Dicen que se movía de madrugada, después del toque de queda y solo se le veía la sombra, era como una sombra, entre las calles grafiteadas, entre los retenes y ofíciales revisión nocturnos. La única foto fue esta.

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  • Alejandra
    10/07/2017 2:51 pm

    Les dan las buenas noticias a ellos y yo veo el reloj para verificar la puntualidad. Al alzar la vista veo con regocijo al hombre aproximandose hacía mi.
    «El seguro de vida será cobrado por la esposa, para usted no hay nada» me comunica.
    Estoy segura, las malas noticias deberían recibirse en las cafeterías y no en la estación del metro.

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  • Ivonne Mendoza
    10/07/2017 4:28 pm

    Voy río abajo no puedo ni amarrarme las cintas, llego y recargo el pie en el primer escalón de la pirámide, por fin las amarro, allá en lo alto está lloviendo, está la salida del metro.
    Salgo del subterráneo a pasos largos dando tumbos sobre un planeta distinto en el que brillan cuatro lunas, cada una reflejada en un charco negro.

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  • El primer día.

    He llegado a la universidad, es mi primer día de clases y tengo los nervios hasta el cuello. Muchas cosas pasan por mi cabeza, empezando por preguntarme -¿Qué voy a utilizar como atuendo?- Es mi primer día y debo generar confianza tanto en mí, como en los nuevos compañeros, y claro, en mis nuevos profesores. Ya no es el colegio dónde nos obligaban a utilizar ese uniforme horroroso diariamente. Sin embargo, supongo que algo cómodo como estos botines no pueden ser mejor amuleto para iniciar.
    Han pasado cuatro horas desde que ingresé a mi primera clase, la cual fue de matemáticas y realmente me siento afortunada, llena de confianza. Hasta el momento he dirigido la palabra a unas diez personas, nada mal para un primer día y los dos profesores me han llenado de tanta buena energía que presiento este es un buen comienzo de esta etapa de mi vida.

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  • La sombra

    Cada paso me parecía más pesado, más difícil, por culpa de mi sombra. Parecía que estaba aumentando su densidad y, con ello, me anclaba más a la tierra, me dificultaba la vida.
    Debíamos separarnos.
    Lo intenté todo. Lo intenté tanto que no creí que la solución sería tan fácil: zapatos de tacón. Los conseguí en el mercado, baratísimos. De inmediato, la firmeza de mi andar, la altura ganada, la seguridad, hicieron su efecto. Mi sombra se redujo bajo los tacones, hasta quedar apenas como un charquito de oscuridad.

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  • Azurophylic
    10/07/2017 7:51 pm

    Dos guerras

    – Pues que chinguen a su madre yo soy así, y si tengo que pelear contra el mundo, contra el mundo voy a pelear – se dijo a sí misma. ¿Cómo habría de caerle la noticia a su papá?, a él, tan casto, tan necio y conservador. Pero poco importaba ya, se había llenado de ira, ira por el tiempo desperdiciado, por la impotencia, por el candente deseo de los labios de otra mujer, ira. Cómo de ira se iba llenando esa noche el cielo, en un extraño fenómeno de luces que casi nadie en la ciudad pudo percibir.

    Se enfundó mallas y zapatos negros, la chaqueta de cuero que tanto le gustaba y salió a buscar chicas, drogas duras y rock and roll. Afuera del pub, en las calles, se libraba una cruenta batalla. Una guerra sanguinaria que pocos después serían capaces de contar.

    Cuando partió, el cantinero la puso sobre aviso, y efectivamente le parecía haber escuchado algo apenas hace unas horas pero, ¿alienígenas? que pendejada. Al salir del garito, a las nueve de la mañana, pudo comprobar sin embargo que ya no había más mundo contra el que pelear.

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  • -¿Esto es todo, señorita? -preguntó el capitán Echaniz a la esposa del teniente Gordiano, sin poder disimular una cara de «no mame»-. Necesitaremos algo más que la foto de unos zapatos para identificar al hombre que la atracó.
    -Sorry, es lo único que tengo. Un chico alcanzó a tomarla y me hizo el favor de enviármela a mi perfil de Facebook.
    -¿Recuerda el rostro del agresor? Podemos hacer un retrato hablado.
    -Ay, no, señor, con el espanto no pude ver bien su cara. Además, soy muy mala para describir a la gente. Sólo me acuerdo de que era prietito y muy feo, tipo acapulqueño, así como usted…
    Echaniz, orgullosamente oriundo de la sierra de Oaxaca, pudo haberla mandado a chingar a su madre en ese mismo instante; dos razones se lo impidieron: La primera es que, como se mencionó antes, la señorita Covarrubias, mujer consentida y caprichosa, era la esposa del teniente Gordiano e hija de unos de los jueces de la Suprema Corte de Justicia. La segunda es que la escueta descripción fue más que suficiente para que el capitán supiera quién había sido el responsable del robo. Tal era su seguridad que se aventó el tiro de atrapar al malandro en menos de 6 horas.

    -¡Cabo Lozano!
    -¡Dígame, mi capitán!
    -Encuentre y arreste al Muñeco lo antes posible.
    Isidro Paniagua, mejor conocido como El Muñeco, es una de esas ratas tercas que las entamban una y otra vez y cuando salen siguen de «patrañosas», como se dice ahora. El apodo, como se podrá imaginar el lector, se debe a sus bellos rasgos, capaces de sacarle un pedo con premio a quien se lo encontrara en el camino.
    Un sapo le dijo a Lozano dónde encontrar al «Muñe». Después de una calentadita el infeliz accedió a subir a la patrulla. Gracias a la torreta y a la sirena, el cabo pudo sortear varios semáforos en rojo y llegar en chinga al cuartel. Media hora después se presentó la señorita Covarrubias junto con el teniente Gordiano. Echaniz sacó al Muñeco de la celda y, como buen perro de caza, lo mostró orgulloso a sus amos.
    -¡Sí, fue él, trae los mismos zapatos! -afirmó la joven.

    Un día después, a la hora de la comida, Lozano aprovechó la confianza para preguntarle a Echaniz cómo supo que el Muñeco había cometido el delito.
    -Elemental, mi querido cabo: esa niña, la Covarrubias, además de malcriada es una pinche racista. Bastó ponerle enfrente a un tipo «prietito y muy feo» como el Muñe, portando unos zapatos parecidos a los de la foto, para que, sin pensarlo, dijera que había sido él.
    Así de chingón era Echaniz.

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  • Guillermo Galván
    11/07/2017 10:20 am

    –¡Quiero que lo mates!
    –La cuota son diez mil pesos si quieres que simplemente desaparezca, veinte mil si lo quieres ver en los diarios hecho pedazos o treinta si lo que quieres es que aparezca muerto, descuartizado y que sepas todo lo que sufrió.
    –¡¡Si!!—casi chilló—quiero verlo descuartizado, ver en su mirada todo lo que sufrió antes de morir!!!.
    –Hecho está, tráeme el dinero y al día siguiente lo veras, así exactamente como quieres.

    Le llevó los treinta mil esa misma noche, lo encontró en ese bar de siempre, de pie junto a la barra vestido de negro como lo vió la primera vez y todas, en cuanto le entrego el dinero, él hizo una marca sobre el suelo que pisaba y sonrió. Esperó nerviosamente a que llegará el día siguiente. A primera hora compró el diario, uno, otro y ninguna noticia al respecto de la muerte de quien tanto odiaba. Buscó al responsable en el ese tugurio, preguntó por él y nadie parecía hacerle caso, simplemente bebían con la mirada perdida. Ya había oscurecido cuando distinguió su figura sobre la barra del antro. «¿Pues a que hora entró que no me di cuenta?.» Sin contestarse se dirigió al sujeto y lo inquirió. Él solo contesto “Te dije que lo verías y lo verás, mira al suelo que piso, aqui esta su marca, aqui esta la tuya».

    Llegó a la noche a su casa, lo primero que vio al abrir la puerta de su oscura habitación, fue a ese que tanto odiaba chillando y recibiendo cuchillada tras cuchillada por una mano a la que nunca pudo ver el rostro. Encendió la luz, la imagen desapareció. Nervioso se fue a la cama, en cuanto cerró los ojos, la imagen volvió, la sangre corría, la carne se abría ante cada impacto, gritos ensordecedores nublaron su mente, abrió los ojos, encendió la luz, ya no pudo conciliar el sueño.

    «¡¡No me mate por favor, no me mate!!!. «La imagen apareció al apenas cerrar los ojos por un instante. Lo había visto revolcándose, gritando y chillando por su vida, desangrándose al tener múltiples heridas en su cuerpo. Esas imágenes lo acompañaron toda la mañana, para cuando era media tarde, ya no solo las veía al cerrar los ojos o en un rincón oscuro. Se le aparecían súbitamente en cualquier lugar, en la oficina, en la sala de juntas, en el comedor e incluso en el baño. Nadie más que él las veía, nadie lo veía gritando y suplicando misericordia, sólo era para él esa mirada moribunda que sollozaba por compasión, nadie veía como su cuerpo era desmembrado poco a poco mientras totalmente conciente, se revolcaba y desangraba.

    No pudo más, ya anochecía cuando corrió a buscar a aquel con el que había hecho ese trato, lo encontró en la misma cantina de mala muerte, en la misma barra con la misma ropa y la misma mirada vacía y cruel.

    –¿Pues que acaso no era lo que querías?.¿No era tu anhelo ver todo lo que le pasaba?. Lo verás amigo, todos y cada uno de los días que te queden de vida. Su infierno será el tuyo, su muerte será la tuya. Ya no hay más remedio, hubieras pensado bien lo que pedías, lo que deseabas, ya que puede convertirse en realidad… Y yo, mi querido amigo, soy el que se encarga de cumplir los anhelos más oscuros. Ahora siéntate y bebe, es cortesía de la casa.

    Dio unos pasos atrás aterrorizado sin comprender lo que pasaba, se hincó y cerró los ojos. La imagen apareció nuevamente, los gritos no lo dejaban siquiera respirar, abrió los ojos, una risa, vacía, burlona y oscura inundó el lugar. Se sentó absorto y comenzó a beber de una copa que nunca se vaciara, con la mirada perdida y los gritos en su mente… Lo ultimo que recordaría al sentarse fue una nueva voz, que dirigiéndose a ese ser en la barra gritaba. » ¡Quiero que lo mates!.», mientras él, hacia una nueva marca en el suelo….

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  • Espía

    Ahogándome sin remedio, empecé a sentir el amargo y cálido jugo que bajaba por mi garganta. Los colores se desvanecieron y la mirada vencida sobre el suelo me marcaba el destino. No supe cuándo ni como pasó, sólo me quedé allí, petrificado, dejándome embriagar por la sangre que a raudales me calentaba el pecho sin dejar de besar mis labios cerrados, cegando mis sentidos. A mi espalda huía anónimo el asesino que seguro conocí.

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  • Miguelina Reyes Hernandez.
    12/07/2017 9:11 pm

    Confusion.

    Tum tüm tüm tüm, el sonido inconfundible de aquellas botas sucias con olor a estiércol, cuya punta de metal se ensaña sin piedad en cada centimetro de mi piel. En mi cuerpo ya no queda un espacio libre de golpes producidos por las botas color negro que utiliza el sicario para someterme. Es todo lo que puedo ver., esas botas y su fatídico sonido tum, tum, tum, tum, mismo que me produce dolor, antes de que se de el contacto y, en un reflejo instintivo de protección, mi cuerpo adopta una posición fetal .Comienza la pesadilla; en un grito que se ahoga en mi garganta, me incorporo de mi cama, respirando con dificultad y el cuerpo empapado en sudor…Uf¡ Se trataba de eso, una pesadilla. Después de un rato, la calma vuelve a mi, el silencio total invade la habitación, tratare de dormir…de pronto el mismo sonido tum, tum, tum, tum. Ya no se si estoy despierta, dormida, o…muerta.

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  • Aquellas pisadas

    ¡Las escuchó esa noche! … Venían. Reconoció el traqueteo de las suelas de los zapatos que las calzaban. La marcha larga y segura. Había esperado por ese momento, soñado con volver atrás en el tiempo, alterar la realidad. Hoy, su anhelo por fin será cumplido. Escuchó de nuevo para tener seguridad, no quería equivocarse… ¡son ellas!, el caminar es inconfundible, resuenan en el pasillo, prontas a patear la puerta del departamento, movidas por una fuerza irresistible. Asiéndose a la cuerda con poleas, se instala en su silla de ruedas. Radiante, conmocionado por el reencuentro, les da la bienvenida

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  • Son raros. Tus zapatos, ¿por qué escribir sobre ellos si son tus pies los que caminan? Los zapatos son sólo un producto que usas para no sentirte sucio, para evitar tocar el suelo porque “es lava”. Qué mal chiste. En todo caso, prefiero dormir, estar en cama.
    Cuando termines me dejas leerlo, ¿sí? Bien. Ahora que pienso mejor, no escribas sobre zapatos. Mejor sobre mí. ¿Qué no me quieres, no te inspiro nada? Sé que es un trabajo, pero quererme es también tu trabajo. Te quiero, mucho y lo sabes. No me digas esas cosas. Mira, que me vas a hacer enojar y esta fila no avanza.
    Bueno, pero no metas ninguna de esas ideas extrañas que tienes, como aquella vez que escribiste que el verde se tornará en jade, o que el azul pertenece al agua y como llanto correrá por la corteza de la tierra. Esas cosas no son para nada lindas. Mejor escribe sobre nosotros. Nosotros besándonos, acariciándonos. ¿No es mejor?
    Me gustan tus pantalones. Quedan con esos zapatos.
    No te pares así. Sé que es cansado, pero podría hacerle daño a tu espalda. Mira, recárgate en mi hombro mientras esperamos. No sé por qué hay tanta gente hoy.
    (Cuando él se acercó a su hombro, un aire frío recorrió la sala del banco en el que se hallaban. Después, un suspiro que se repite y se repite y no acaba. Es entonces cuando Aziza puede ver la sangre que del cuerpo de su pareja brota. Ella, sin un rasguño, se pone a llorar.
    Eran cinco ladrones y se llevaron poco más de dos millones de pesos.)

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  • Antonio Sevilla
    15/07/2017 12:31 am

    Deambulaba con la mente en blanco, el corazón vacío y la vista en el piso. Entonces mis ojos se encontraron con un par de zapatos ridículos que remataban el parado absurdo que solo podía ser suyo. Despues de media vida me había encontrado.

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  • Ronald G. Hernández Campos
    15/07/2017 1:00 am

    LIBRE

    Te quedaste ahí parada, firme, erguida, ya sin dudas. La suela de los zapatos no se movía. Tus ojos fieros, la mirada fría… No supe cuando jalé el gatillo. No me podía mover, a pesar de que era libre al fin…

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  • Sin inspiración me encuentro, las imágenes se alejan de mi mente, por qué no llega la inspiración, no lo sé, un par de zapatos de hombre, podría decir que son los de mi padre a quien le gustaban los zapatos finos y casi al final de su vida terminó usando zapatos que rallaban en lo desgastado, igual que hizo con sus anteojos, tampoco sé si al llegar a cierta etapa de tu vida renuncias por derecho propio a vivir con cierta comodidad, tal vez lo que sigue en la vida madura sea vivir en la marginalidad, hoy sinceramente me encuentro sin inspiración.

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  • Roberto Hernández
    15/07/2017 11:32 pm

    Cola de ballena
    Pinche Cosme, otra vez con sus jaladas. Clarito le dije que eran mis botas para la presentación. Hoy es el día, hoy el cartel anuncia mi nombre (me vale madre si está hasta abajo y en 12 puntos, ahí estoy) y yo con estas jaladas. Me estorban, me aprietan y obviamente no son para salir al cuadrilátero. Pinche Cosme, otra vez. Le dije a mi hijo que hoy lo iba a llevar a las luchas, no sabe que yo saldré a luchar, a rifármela; él se emocionó porque en la estelar sale Mr. Niebla, yo le dije que sí, que a ése íbamos a ver, pero teníamos que llegar desde temprano, para ver todas las luchas y Cosme me sale con sus jaladas. No sé qué entendió cuando le dije que mi nombre es Cola de Ballena…

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  • Dennise Alcíbar
    17/07/2017 7:02 pm

    “Las devotas van al cielo”, decía mi abuelo y chuleaba mis botas con taconcitos que usaba para verme más alta; así me sentía invencible, miraba el mundo desde los sublimes 170 centímetros. Los halagos de mi abuelo nunca faltaron, le cantaba Woman de Lennon con mi inglés champurrado y entrecerrando los ojitos, a él le parecía un espectáculo tan maravilloso que me pedía que lo repitiera, aunque no entendía ni pío de lo que cantaba. La sonrisa no se le quitó nunca y menos el hambre, siempre fue hombre de buen diente aunque le tuvieran que dar de comer en la boca, aunque a la sopa le sobrara ajo, el abuelo Poncho siempre tenía hambre. El día de su funeral me puse las botas porque recordé su frase, lo miré como dormido, parecía sonreír de medio lado como cuando le cantaba, entonces no pude evitar cantarle entre sollozos. Si la frase es cierta nos veremos en el cielo.

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  • Sin destino

    Cierto, yo parecía un maníaco, gesticulando incoherencias, palabras sin sentido que suelen decir los dementes. Era un interminable y frenético vaivén de ideas corriendo de mi alocado cerebro a mi boca. Estaba lejos de casa. Salí en la mañana y empecé a caminar sin rumbo, pero queriendo llegar a algún lado. Recuerdo haber caminado muchos kilómetros y parado a comer con una señora de pelo blanco, mujer extrañamente bondadosa. No quiso cobrarme y hasta me bendijo y yo, sin pensarlo, la besé en la frente. Después, continué caminando entre las filas de los coches, en sentido contrario, sin aminorar la marcha, tragando smog y bocinazos. Me tumbe en la hierba mientras los servicios de emergencia atendían un choque múltiple. Me acuerdo que dos vagabundos me observaban llenos de curiosidad y miedo. No se atrevieron a acercarse, pues yo los miraba frunciendo el ceño, riendo como un maniático. No tenía sentido recorrer un camino tan largo, aunque tenía una determinación férrea para no detenerme. Pero la cordura llegó batiendo sus alas. Aunque no quise llegar aquí porque no era mi destino. Tal vez ustedes piensen que hice una pausa. Sencillamente me cansé de caminar, de malgastar la suela de mis zapatos sin sentido, por lo que simplemente clavé mis pies al piso.

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  • Siempre en medio de alguna encrucijada.

    Como si no tuviera ya demasiado con este dolor de estómago, con las náuseas, con el temblor que sacude mis piernas y el sabor a bilis que me llena la boca. Como si no saber si debo odiarme o aplaudirme por lo que acabo de hacer no llenara cada poro de mi piel. Como si no fuera suficiente con el peso de decidir mi propia vida.

    La gente avanza en sus propias direcciones y yo no sé si voy o vengo.

    ¿Estoy triste, algo me molesta o es sólo que soy una persona difícil de leer? ¿Quiero caminar contigo bajo tu paraguas hasta cruzar la plaza? ¿Estudio o trabajo? ¿Aceptaría tomar un café, tal vez ir a cenar o prefiero que me invites unas cervezas? ¿Soy fan del estilo gótico, estoy de eterno luto por el tiempo y las oportunidades perdidas o simplemente me gusta el color negro? ¿Podemos sincerarnos o es demasiado pronto para abrir algunas puertas? ¿Soy un hombre jugando a ser mujer, una hembra con gustos de macho o simplemente una persona que detesta las etiquetas? ¿Me molesta tu osadía, me atrae, me asusta? ¿Qué tal ir un rato a tu casa, o me apetecería mejor ir a mi lugar? ¿Nos bañamos juntos y desayunamos o me preparo un café y me largo antes de que despiertes y quieras averiguar más de mí? ¿A qué le tengo miedo, por qué no comparto un poco más, por qué no me mudo a tu departamento? ¿Es así la vida, o soy yo? ¿Estar con alguien es tomar todo lo que viene y engrosar la piel o debería de salir corriendo cada vez que alguien me lastima? ¿Qué es mejor, hacerse fuerte o retirarse cuando aún es tiempo? ¿Prefiero los gatos, o los perros… o siempre detesté los pelos de tus idiotas animales por toda mi ropa? ¿Acaso es que odio la responsabilidad de cuidar algo o alguien que no sea yo? ¿Acaso sé lo que es la responsabilidad? ¿Acaso alguna vez he cuidado de mí? ¿Te amo? ¿Me amo? ¿Es que alguna vez he amado a alguien? ¿Fuimos de verdad una pareja o sólo te adopté como un amputado adopta su muleta y renquea de un modo nuevo? ¿Jugabas conmigo o algo fue en serio alguna vez? ¿Eras un niño jugando a ser mi padre, mi amante, mi dueño? ¿Debí de escucharte y evitar el forcejeo? ¿Debí de rendirme en lugar de usar por primera vez mi fuerza? ¿Hice lo correcto o debí dejarte, dejarme, dejarnos ir? ¿Debí haber sido yo quien se quedara flotando en esa marea espesa en medio de la habitación? ¿Qué debo hacer ahora? La gente avanza en todas direcciones y yo no sé si alguna vez me he movido. ¿Camino directo hacia los oficiales, me entrego, cuento lo que hice, descanso? ¿O sigo simulando que todo está bien, tomo ese tren y me largo?

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  • La reunión.

    Dos horas y diecisiete minutos.
    Eso dice tu reloj.
    Suspirás.
    Posas tus manos en tus caderas, mirás tus zapatos y cerrás los ojos.
    Qué carajo.
    Una vez más estás esperando.
    ¿Para qué?
    Cuántas veces te habrás hecho esa pregunta.
    Pero ahora es diferente.
    Se te escapa el aire en una risa nerviosa.
    Por supuesto que esta vez es diferente.
    ¿Cuantas personas lo saben? Cuatro, cinco como mucho.
    ¿Cómo carajo se enteró?
    Mirás de nuevo tu reloj, te tienta, siempre te tentó; después todo tienen razón, vos no sos tu hermano.
    Por supuesto que no.
    Ese fue el plan.
    Vivir.
    Y sin embargo ahí estás.
    Y sin embargo no lo hacés, bien aprendida tenés la lección después de la última vez hace ya tantos años.
    El mundo no está preparado para la magia.
    Un secreto de milenios construido casi con amor. Oculto como detrás del mueble viejo de tu abuela acumuladora.
    Nadie se va a fijar, mucho menos a limipiar, hasta que ella muera.
    Puede que hasta ni eso.
    Te pasás las manos por la cara y suspirás nuevamente pero más ondo, más preocupado.
    Por las dudas fuiste temprano, trece minutos más temprano para ser exactos.
    La carta no era precisa.
    No tenés la más puta idea si es hombre, mujer, edad.
    Ningún indicio de cuándo, en qué momento te equivocaste.
    Te dejaste ver.
    Con el indice y el dedo gordo te tapás los ojos.
    No tenés tiempo para psicoanalizarte.
    Ahora, por segunda vez en tu vida, te toca esperar.
    Movés en círculos tus hombros. Inhalás profundamente y exhalás lentamente al mismo tiempo que te fijas la hora en tu reloj de muñeca.
    Dos horas veintiún minutos.
    Murmurás una puteada épica al tiempo, la progenitora del de la carta y en la mierda del momento en que fuiste descuidado.
    Mirás hacia los costados.
    Las personas van y vienen por todo el shopping.
    ¿A quién carajos se le ocurrió concretar una reunión anónima a un lugar tan lleno de gente?
    Y entonces la ves.
    Está al costado de las escaleras mecánicas.
    De todas las personas en el mundo esperaste con todo tu corazón que ella no fuera.
    Se acerca a vos, con esa sonrisa de medio lado y la mirada pícara. Como si no supiera el tormento que estás pasando y el atropello de preguntas en tu garganta.
    Pero ella lo sabe.
    Ella sabe demasiadas cosas.
    —Vení, vamos por un café, te lo cuento mientras—te dijo señalando con su cabeza el camino.
    Oh, dios, cuánto extrañaste su voz.
    Tragaste saliva y asentiste casi disimuladamente.
    Estás tan en el horno.

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  • Entonces, después de tantos encuentro imaginarios, te tuve de frente, pero incapaz de levantar la mirada, pues, a pesar de todo, era incapaz de mirarte a los ojos… Sabia que en el momento que nuestras miradas se cruzaran iban a pasar dos cosas : o un cataclismo inminente que terminaría con la existencia de nuestra pequeña galaxia, o bien, reconoceríamos nuestras almas después de mas de mil años de deseo contenido. No se cual sería mas devastador, lo primero o lo segundo.

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  • Javier Cuesta
    20/07/2017 9:53 am

    Piernas aparte

    —————————————————————————–

    En la mesa de mi despacho tengo una foto.

    Es una foto del único caso que tuvo la unidad de delitos raros. De hecho la unidad se creo por ese caso en concreto y no duró mucho, ya que no se le asignaron más casos. No hubo nunca ningún caso tan extraordinario que justificara la asignación a la unidad como el caso que le dio origen.

    Todo comenzó como un chiste o travesura cuando Domingo Castillo quiso enfrentar al osado que le había propinado una rotunda patada en el culo mientras esperaba el próximo tren del suburbano. Al volverse su cara de furia se transformó en sorpresa, al encontrarse con que dos piernas, independientes, sin estar pegadas a ningún cuerpo, se alejaban a toda velocidad. El Sr. Castillo lo expresaría en el interrogatorio con mucha plasticidad «(..) su movimiento veloz me recordó a las hojas de la tijera de peluquero, pero una tijera sin ojales».

    Los casos se repitieron, las piernas entraban en los vagones del suburbano en las horas de mayor afluencia. Nadie las veía, camufladas entre el resto de piernas de la muchedumbre de viajeros se dedicaban a pisotear pies a diestro y siniestro. Los pasajeros pisoteados se enfurecían con sus vecinos, que a su vez se enfurecían de vuelta con ellos por la injusta reclamación de un pisotón que no habían dado. Las discusiones y peleas que se desataban eran homéricas.

    Y así continuó durante un tiempo, con incidentes entre lo chistoso y lo fantástico, pero sin mayor transcendencia.

    Finalmente la cosa pasó a mayores, las piernas asaltaron al niño de 5 años Alfonsito Rubial al cual trataron de empujar a patadas a la vía al paso del tren, salvándose en el último minuto sólo gracias a la heroica defensa de su madre, María Delcos.

    De ahí en adelante, y poco a poco, la violencia de las piernas: Diestra y Siniestra, que es como se las conocía ya, fue en aumento convirtiéndose en el enemigo público número uno.

    En la búsqueda de las piernas consideramos primero que debían ocultarse en algún lugar cercano a la estación del suburbano. Todas sus acciones las hacían allí. Aún así sea cual fuera su escondite ¿cómo podían pasar desapercibidas? Pensamos que quizá, como en aquel cuento de Poe de la carta robada, pasaban desapercibidas a la vista de todos, o sea pegadas a un cuerpo. Pero en ese caso esa persona sin piernas, que sin duda sería un rehén las habría delatado, así pues ¿cómo hacían?

    La solución me asalto mirando un escaparate. Inmediatamente solicitamos acceso a las grabaciones de las cámaras de seguridad de todas las tiendas de moda del suburbano, y en una de ellas, «Modas París», las agarramos. En la grabación se veía a las dos piernas desprenderse de su maniquí y abandonar la tienda quedando el maniquí sujeto a la barra que lo sostenía sobre el suelo a la espera de su regreso.

    Al día siguiente fuimos a por ellas, al ver aparecer a los agentes Diestra, en un visto y no visto, se escabulló cojeando a gran velocidad, mientras que Siniestra se quedó como paralizada.

    La inspección de Siniestra no arrojó muchos datos. No tenía tatuajes ni marcas. Se le radiografió y no se encontraron órganos extraños que explicaran su extraordinaria autonomía. Las huellas digitales tampoco eran útiles. No se guarda registro de las huellas de los dedos de los pies. El número de criminales mancos que se valen de sus pies descalzos para cometer delitos es tan bajo que no merece la pena. Tampoco los interrogatorios con una gran cartulina con el alfabeto escrito dieron mayores resultados.

    En definitiva Siniestra, salvo por su extraordinaria capacidad, era una pierna corriente y moliente.

    Nunca encontramos a Diestra. Siniestra fue sentenciada de por vida, y sigue recluida. Yo sigo yendo a verla, con la cartulina como excusa, aunque muchas veces ya ni se la enseño.

    En las visitas Siniestra se sube a la mesa dividida por el mamparo de cristal y se enrosca como un gato y se queda tranquila, se diría que mirándome. Me causa una extraña tristeza esta pierna separada de su compañera, y creo que si sigo con la esperanza de encontrar a Diestra, y mirando escaparates a la búsqueda de un maniquí con una sola pierna, es más por reunir a las compañeras que por perseguir el castigo del delito.

    Mientras tanto ahí las tengo, juntas, en la imagen captada por la cámara de seguridad, pocos momentos antes de desprenderse de su maniquí-refugio. Diestra un tanto adelantada, y orientada hacia fuera del plano de la foto, como anticipando su futura huída, y Siniestra frente a cámara, triste, como mirando ya a través del cristal en la sala de visitas.

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  • Visitante
    Es la primera vez que mis dos pies se posan sobre el suelo de esta ciudad– si consideramos que el aeropuerto es territorio federal.
    Me extraña no solo el silencio absoluto de sus pobladores, de los que no he escuchado palabra alguna, sino también la rapidez con que me voy quedando sin sombra.
    Y pensar que no compré vuelo de regreso…

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  • Mis pies vestidos de negro,
    mis pies vagan por el mundo,
    mis pies caminan sin rumbo
    mis pies deambulan por el camino.

    Ojala seas tu quien me deje
    ser quien quiero ser.

    Su poesía resonaba en mi cabeza, dónde la encontraría si huyó sin dejar nota, sin una dirección, sin un indicio, yo fui quien estuvo para ella a pesar de la distancia y el tiempo, la esperé por más de un año para que de la noche a la mañana se esfumara para siempre, como si nunca hubiera existido.

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  • Cuando yo era niño; tenía un par de botas: que solamente usaba cuando visitaba a mis abuelos al rancho (San J.). Yo únicamente me ponía esas botas para ir a jugar al campo libre, églogas de vega, mayates por doquier, el cabrón persigue a las chivas, el ladrido de los perros y un juego de beisbol. Mis botas se arruinaron el día que visité un cráter volcánico con mi padre y mi hermano; nos hundimos en medio de las cenizas y estuvimos a punto de convertirnos en fósiles, pero el sabio de mi padre supo manejar la situación, tomó un palo de madera y fue sacándonos poco a poco de las arenas volcánicas: a mí y a mi hermano; desde entonces me di cuenta que él tiene la capacidad de resolver todos los problemas que surgen en la vida. Su super poder era ese, arreglar las cosas. Y desde ese día, yo no me puedo sentirme seguro si no tengo puestas un par de botas sucias.

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  • Cristhian C. Soto
    24/07/2017 7:57 pm

    Héme aquí. Remordimiento 4023. Los zapatos que usé el día que me mataste.
    Héme aquí. Remordimiento 4024. Los zapatos que usé el día que me mataste.
    Héme aquí. Remordimiento 4025. Los zapatos que usé el día que me mataste.

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  • salvador erik
    25/07/2017 4:43 pm

    La obra de se vida

    Me mantenía atento a mi alrededor, el aire sofocaba mi nariz y entraba hasta lo mas profundo de mi pecho, me puso la piel «chinita», el miedo me acechaba, las malas costumbres traídas desde casa me alejaban por completo de la realidad vivida, estaba a cuatro cuadras de llegar al teatro, mi tiempo estaba contado, solo me quedaba correr o esperar lo inevitable, mis pies se mostraban fijos en el suelo pero, no tenia la certeza de que todo estaría bien, cubría mi cuerpo con mis brazos, todo estaba en contra, hasta que empezó a llover y de esta manera pude correr con la tranquilidad que me ofrecía el empaparme, y así poder llegar al teatro y con la esperanza debida poder ver a ese ser amado, por el que tanto había luchado para poder deleitar mis pupilas al ver el gran estreno de la obra de su vida.

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  • Uña de Porcelana

    En esta ciudad esperar por alguien es un ritual de resistencia y cambios climáticos, usualmente en banquetas ascinadas tolerando el roce con extraños. Pero hoy una breve amenaza de lluvia a despejado la calle, quedando tú y un par de peatones bajo el cielo gris que no permite ni una sombra.

    Siempre esperas de pie en el mismo lugar, puesto que nadie ha pensado poner si quiera una mínima banca. Agradeces no cargar más que la cartera y haber elegido pantalones negros y botines para no pasar frío con el viento que sopla de repente.

    Han transcurrido poco más de 15 minutos, y la resolana no te deja mirar la forma de las nubes para pasar el rato. Entonces volteas al piso para descubrir un centenar de hendiduras en el concreto simulado, algunas parecen «jugar gato» y otras asemejan garabatos infantiles.

    Entretenido contando los trazos, como los días de un naufragio, te detienes en unas marcas al parecer más profundas y extrañamente coloridas. Un paso te acerca para encontrar una uña humana, de pronto las hendiduras son marcas de arrastre y garras.

    Alguien siendo secuestrado, abducido por alienígenas sin nave o arrastrado por bestias antropófagas. Una víctima sujetándose al piso con uñas y sangre. ¿Por qué no ha llegado? ¿Por qué es tan tarde?

    -Hola amor, ¿qué haces? – escuchas a tus espaldas.

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  • Luis Aguirre
    27/07/2017 2:36 pm

    Otra vez.

    Impaciente y preocupada, no tenía más opción que permanecer allí, parada a causa de los nervios que amenazaban con empezar a crecer lentamente. Llevaba varias horas esperando que el doctor le diera alguna noticia sobre su hija. El hospital, público, era bastante pequeño, y había tanta gente que todos tenían que esperar, sin importar lo grave que fuese la emergencia, en un pasillo completamente vacío de personal médico, que quedaba entre los consultorios y la sala donde debían permanecer los familiares. Y allí, en una silla de plástico, estaba la hija. Aún se notaban las ojeras y las marcas en la cara provocadas por el incesante llanto. Todo fue a causa de un dolor muy agudo en la boca del estómago. Pero ya no importaba, ya que, lo que sea que hubiese provocado el dolo, había desaparecido ya.

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  • No coma embutidos.

    Joaquín estaba parado en la explanada, nunca había estado al pie del edificio, situación inédita. Había pasado muchas veces en su auto observando de reojo la Clínica 7 del Servicio de Salud, también se había referido al sitio, varías veces, solamente utilizándolo como referencía para ubicar algún despistado que buscaba alguna dirección.

    Estar allí físicamente de pie frente a esa torre de siete pisos de arquitectura sesentera era una nueva experiencia, a sus cincuenta y nueve años casi un milagro. Decidido y motivado se encamina a la entrada.

    No es que nunca hubiera estado enfermo en su vida, de pequeño sus padres lo atendían de los acostumbrados temas con el médico de la colonia; de joven se autorecetó regularmente para curar infecciones y problemas estomacales y durante los últimos treinta años, salvo resfriados, nunca se había enfermado.

    Cinco años antes en los chequeos anuales que cumplía casi por obligación como parte del paquete de prestaciones de su trabajo, los resultados de los exámenes y el médico contratado por la empresa le habían informado de su problema de presión arterial, obviamente generados por sus hábitos de alimentación, bebida y el sedentarismo propio de su actividad de oficina.

    Desde ese tiempo consumía una pastilla diaria para controlar su hipertensión pero el costo del medicamento le tenía harto. Eso lo había motivado a desempolvar su tarjeta de Seguro Social, nunca usada para aprovechar ese beneficio.

    Había hecho cuentas y había calculado que si conseguía que le recetaran las mismas pastillas que compraba regularmente en esta institución y se las entregaban en forma gratuita, el ahorro que lograría, le permitiría contratar internet con fibra óptica para su casa.

    Ya se imaginaba los cien megas de velocidad que gozaría y esto le impulsaba a entrar al mundo burocrático del servicio social que proporcionaba el gobierno.

    Nunca se imaginó que después de varios días de vueltas para obtener cita y de seis horas en la sala de espera, una enfermera le tomaría la presión, un médico le haría cuatro preguntas y sin levantar la cabeza de sus anotaciones le diría, usted está sano, no tiene hipertensión, le recomiendo que mejore su alimentación, no coma embutidos.

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  • Igual, no te iba a dejar nada tu padre, te lo dije, no le agradas, pues. La voz de mi madre resonaba en mi oído izquierdo. Mis hermanos entraron; habló con cada uno; Al final fui yo, pero ya eran sus últimos minutos. Ni una vida sirvió para conocerlo. Ni un minuto sirvió para despedirme. Lo miré en aquella cama de hospital. Un gancho de ropa sostenía el suero, no había más. Todo era blanco y azulado. Preludio al cielo. Me quieres? dije, todavía con esperanza. Silencio. Segundos como rocas. No, dijo en susurro. Y se hizo más pequeño de lo que era. Salí del cuarto con más años aún dentro del cuerpo. Me miré los pies, mis botitas negras; Noté que estaba justo en el cruce del eje de ese piso liso y gélido. La cuadrícula de ser hija suya. Sonreí. Muy bien.Así que esto era crecer.

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  • Separación

    Él pintó su raya. Ella la pisó. Él cavó una zanja. Ella la cruzó. Él construyó una barda. Ella la escaló. Así, en el estira y afloja, habrían alcanzado la eternidad, pero él extendió sus alas y ella no supo volar.

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  • Justo cuando la cabeza dejó de responderme y se negó a levantarse la vi parada ahí con sus botas negras. Como aparición; como fantasma que se niega a irse de este plano-realidad. Acecha y se me para en seco para detener mis pasos. Mi boca también ha dejado de obedecer y alcanzo a escuchar mi voz en un tono apenas audible: «También te extrañé, culpa».

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  • Plácido Romero
    30/07/2017 8:50 am

    LOS ZAPATOS DE RIHANNA
    Mi mujer está fuera de sí, frenética, furiosa. Ayer fue el cumpleaños de Laurita: quince años. Después de que lo celebráramos con toda la familia, le dimos permiso para salir con sus amigas. Nuestra hija regresó al amanecer. Despeinada, con los zapatos en la mano, exhausta, feliz. Mi mujer la encerró en su dormitorio.
    –¡No saldrás de ahí hasta que no seas mayor de edad! –le gritó.
    Cuando nos quedamos solos le dije que no era para tanto.
    –¿Que no es para tanto? ¡Si serás idiota! Ayer Laura era una niña, una niña inocente, y hoy es ya una mujer.
    –¿De qué te asombras? ¿No recuerdas que yo quería comprarle una muñeca? Tú eras la que se empeñó en regalarle los zapatos de Rihanna.

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  • Erandy Corvel
    30/07/2017 11:44 pm

    Número 4

    Las empleadas de zapaterías están siempre de pie cazando clientes, como las prostitutas pero sin sexo. Con la excusa de orinar, eventualmente van al baño a ponerse de cuclillas para descansar las piernas y el vientre. Como la espalda baja y las nalgas están pasmadas, hay que deslizarlas muy despacio al ras de la pared, sujetándose del lavamanos. La falda semi ajustada se enrolla sobre los muslos, sobre las caderas.

    Ya en el suelo, despegan con los dedos su calzón sudado de entre los labios vaginales; duele un poco, es verdad, pero en recompensa la humedad contenida por las medias y las pantaletas de nailon y algodón, respectivamente, sale de golpe con un vaho de pequeño volcán aburrido. Pobre carnita, piensan ellas, sobándose con tanta piedad que dan ganas de besarlas en los ojos.

    Se levantan poniéndose primero de rodillas para alcanzar un soporte de porcelana, poco útil para su verdadero fin. Hay veces que se refrescan con rocíos la vagina, utilizando los dedos como aspersor; aunque definitivamente, la manera más práctica es mojar la mano y darse palmaditas de apache. Con esa técnica el agua sí se filtra entre la capa de vellos.
    Todo esto sucede en menos tiempo del que, incluso, se necesita para orinar. Siempre ocurre que alguien pide a gritos atender a un cliente recién llegado; el pago de comisiones viene entre líneas junto a esa orden. Por esto jamás hay que reprocharles a las damitas que salgan al ruedo sin enjuagarse los dedos.

    Se requiere mostrarle unos botines a la señora del Schnauzer miniatura.
    El vaho volcánico se impregna en los zapatos negros del número 4, corte vacuno, suela sintética. El cachorro se altera dentro de su hogar itinerante que es una bolsa de mano. Si la clienta no compra los zapatos, se integran de nuevo a la caja de cartón y el aroma de la vulva se disipa con el sobre de neftalina incluido.
    Si por el contrario, la mujer de pies medianos adquiere los botines, la bestiesilla pasa la noche lamiéndolos hasta cansarse.

    De cualquier manera, las dependientas retoman su puesto junto a los aparadores, miran su silueta inocente reflejada en los cristales y planean la siguiente visita al baño.

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  • Erandy Corvel
    30/07/2017 11:47 pm

    Un punto morado no le hacía daño a nadie, de eso no habría que dudar. La maestra ni lo notaría y ya está otro nueve en el cuaderno de Español. Mi madre hacía el quehacer con tanto ahínco como yo la tarea, aunque quizás ella sí mereciera el diez.

    Tantos años después vengo a las palabras y comprendo: un niño de ocho no puede encontrar lo que busca en un par de mujeres aburridas desperdiciando el sábado. Se acercó sigilosamente con el plumón en la mano, ¿o lo tomó frente a mí directo de la lapicera? Le arrancó la tapa blanca, planeó con estrategia la trayectoria y el destino, y plac, el punto morado en mi cuaderno de doble raya. En mi inmaculado cuaderno de manuscritas y acentos donde había horas de esfuerzos, dolorosos nueves, un par de dieces y márgenes derechísimos hechos con el lado rojo del bicolor.
    Pegué un grito patético, llamando a la única figura de autoridad que había en ese momento. Ella soltó el bonche de ropa sucia y con las manos goteando agua enjabonada, se acercó como energúmeno al cuarto de las batallas.

    – ¿Ahora qué?, rugió.

    – ¡Me puso un punto morado en mi cuaderno!, aquí. Señalé.

    Mi hermano contuvo una risilla; en sus ojos pícaros no había duda de que la travesura era menor. Yo de lo que estaba segura era de su alevosía; de su maldad calculada y certera. Qué listo siempre. Qué loca yo.

    – ¿Y qué quieres que haga, niña, que le pegue? Gritó mi madre, francamente exasperada. Sus sábados eran sinónimo de lata y quejas y quehacer acumulado y sueños rotos.

    No contesté. Ascendía el drama como espuma de café hirviendo, a punto de derramarse en la ropa blanca recién lavada. Mi hermano se había puesto serio.

    – ¿Eso quieres, que le pegue? -Insistió. -Pues le voy a pegar.

    Nos tomó del brazo y nos llevó a su habitación. Cerró la puerta, cogió un zapato de plataforma, nos miró el miedo. No es cierto, mamá, el punto ya estaba ahí, te lo juro. Pero ella no se iba a detener aunque en ese momento ya estuviera arrepintiéndose. El tacón golpeó la nariz de mi hermano. La sangré marrón fluyó dejando una mancha perenne en la alfombra. La consideración de haberse equivocado persistió en los tres durante algún tiempo.

    -¿Ya estás contenta?

    Responder
  • Aquiles Narro
    30/07/2017 11:50 pm

    Patitas ¿para que las quiero?

    Despertó y no sentía sus pies. Quitó la sábana y no estaban allí. No era la primera vez que le sucedía pero cuando lo hicieron en ocasiones anteriores regresaron antes del amanecer… Después de un rato de llamarlos se preocupó ya que ni siquiera sabía si estaban cerca… No respondían, por más que les gritaba.. Como pudo se incorporó en la cama, se sentó y vio que los pies entraban corriendo al departamento para esconderse detrás de una cortina.

    – Desde aquí puedo verlos… Es inútil que se escondan si se ven los pies, les dijo, molesto.

    Los pies se dirigieron a la recámara caminando lentamente … despacito… pasito a pasito… suave…

    – ¡Saben que no soporto esa canción!, les gritó. Tienen que obedecer ¡son mis pies! Deben seguir mis órdenes al pie de la letra… No den pie a que los regañe…

    Los pies solamente se colocaron uno sobre el otro como para mostrar que esperaban otro sermón.

    – ¡No me gusta que anden de pata de perro… Menos a altas horas de la noche…!

    Los pies se dieron la vuelta…

    – ¡Y menos me gusta que me ignoren! ¡Ya saben que eso para mí es como una patada en …!

    No acabó la frase ya que salieron, dando un portazo, para poner pies en polvorosa y no regresar jamás…

    Responder
  • Luis Felipa
    31/07/2017 12:00 am

    UN PASO MAS
    Imposible volver atras y huir de su error. El camino equivocado lo llevo frente a la estatua que lo miraba con ferocidad creciente. Paralizado por las consecuencias. mortales que. adivinaba, ser perseguido como una fragil presa, lo invadio el panico cuando la estatua abrio las fauces. Desesperado dio un paso mas, el ultimo de su vida.

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  • Mi vida ha estado llena de malas decisiones, pequeñas malas decisiones que desatan pésimas situaciones. Estaba decidido, me di un puñetazo en el rostro y me lancé con la lengua de fuera para lamer esos sugestivos zapatos.

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Responder a Marivent era mi hermanaCancelar respuesta

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