Concurso

Concurso #122

Las Historias convoca a su concurso #122 de minificción o microrrelato. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen:

concurso 122

Instrucciones:

1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia.

2) Imaginar cuál es esa historia: qué está pasando allí, por qué, quiénes están presentes, qué hacen. No se trata de explicar la imagen, ni de escribirle un pie de foto, sino de tomarla como punto de partida para imaginar una historia propia.

3) Escribir la historia, en forma de cuento brevísimo (minificción, microrrelato; el nombre es lo de menos), en los comentarios de esta misma nota.

El o los textos ganadores recibirán un trofeo virtual y serán seleccionados considerando la opinión de quienes decidan opinar.

La fecha límite para participar es el 29 de septiembre de 2016. La invitación queda abierta.

65 comentarios. Dejar nuevo

  • Información Bitacoras.com

    Valora en Bitacoras.com: Las Historias convoca a su concurso #122 de minificción o microrrelato. Los interesados pueden comenzar observando esta imagen: Instrucciones: 1) Suponer que esta imagen representa un instante de una historia. 2) Imaginar cu…

    Responder
  • José Alberto Álvarez
    01/09/2016 11:25 am

    Ella era tan pulcra y sana que cuando murió en lugar de colgar los tenis, colgó los guantes.

    Responder
    • Srta. Díaz
      01/09/2016 9:34 pm

      *La visita*

      Salí de su casa tan rápido como pude, después de que me mostrara sus manos despellejadas y me dijese desesperado que aún sentía la textura áspera de los guantes contra sus dedos;en aquel momento no me atreví a decirle que sus guantes blancos estaban encima del viejo ventilador.

      -S. Díaz-

      Responder
    • Constanza Perez Reyes
      17/09/2016 1:54 pm

      Muy bueno. 😉

      Responder
  • guadalupeangela
    01/09/2016 11:57 am

    Esos eran los guantes de XV años de mi hermana. Antes de enterrarla, se los removí, los lavé; en la ventana de su habitación, durante el día, se secaban.

    Guadalupe Ángela.

    Responder
  • Dinorah Isaak
    01/09/2016 1:45 pm

    «Despiste del mimo Celoso»

    El mimo dejó sus guantes secando…
    Y la extraña historia de amor
    inició entre vientos y caricias…

    Responder
  • José García.
    01/09/2016 4:26 pm

    Tarambana.

    Me dijo, «nada formal»;
    yo un reloj de viento,
    ella guantes para amar.

    – José García.

    Responder
  • Apenas entramos en la habitación y la puerta ni siquiera ha cerrado cuando ella ya está sacándome la chaqueta. No quiere perder el tiempo. Se abalanza sobre mí como una loca, me avienta sobre el sillón y se me trepa infantilmente de un brinco. Me besa, me acaricia el rostro, me dice al oído que le excita tanto que sea mucho mayor que ella. Se desabotona la camisa, se desabrocha el sostén y lo manda a volar hacia atrás, por encima de su hombro. Me ofrece lujuriosamente sus pechos, aptretujándolos entre sus brazos y contra mi rostro. Se aparta repentinamente, se da la vuelta y me deja con la boca abierta. Restriega sus nalgas contra mi pene erecto y con solo dos movimientos lo acomoda dentro de mis calzoncillos; entonces va hacia abajo, se hinca frente a mí y comienza a repasar sus manos enfundadas por mi entrepierna, sin quitarme la vista de encima, como una chica mala, muy mala. En este punto estoy tocando el cielo y la sensación de placer se duplica cuando ella lleva sus manos hasta mi pecho y las desliza lentamente hacia abajo, dejándome sentir la tela de esos guantes blancos acariciando mi piel. Estoy a nada de estallar…

    Un claro momento de titubeo me obliga a abrir los ojos. La observo: está luchando contra el botón de mi pantalón. Los guantes le impiden realizar correctamente la maniobra que desea, así que se deshace de ellos y en menos de cinco segundos mis pantalones y cazoncillos ya descansan sobre el piso y su boca ya está llena con mi verga. Yo intento mantener la erección mientras observo los guantes que fueron a parar al ventilador, uno al lado del otro, mientras recuerdo esa primera vez que la vi en la banda de guerra, en la distancia, utilizando esos mismos guantes blancos, mientras trato de encontrar las palabras correctas para decirle: vuelve a ponerte esos malditos guantes, sin parecer un loco, un completo enfermo.

    Responder
  • hola soy David, hay un monstruo que me ve por las noches en la ventana, que está frente a mi cama, aun así no tengo miedo.
    soy muy pequeño para derrotarlo pero no estoy solo, tengo a quien me proteja, de día un par de guantes sobre un ventilador frente a una ventana, de noche mi dragón blanco y dos de mis caballeros, dispuestos a luchar si se atreve a cruzar la barrera de cristal

    Responder
  • Era una mañana cálida, durmió poco y mal, corrió las seis cuadras que separan a la escuela de su casa, no quería llegar tarde ese lunes. Buscó a sus compañeros, caminó hacia la bandera que tenía que llevar, vio sus manos desnudas y en ese momento se derrumbó el sueño de todo el año escolar, sin guantes no hay escolta.

    Responder
  • Arturo Ortega
    01/09/2016 10:34 pm

    Era una mujer de humo y viento. Cuando la desnudaba la vi desintegrarse entre las aspas del ventilador.

    Responder
  • y ahí estaba, secando los guantes, apuntando con el ventilador al ultimo respiradero que quedaba de está inmunda sociedad.

    Exhausto, colgué los guantes que propinaron tantas caricias. me desnudo, es el único placer que queda después de tanta calamidad. Mi piel suele volverse una botarga. Y es qué… he sido declarado, después de ver los restos de mi estirpe, como el ultimo animal urbano, siendo casado, en mataderos que mal llaman fiestas infantiles, donde exponen a los de mi especie, ver sus caritas tiernas, antes de ser despellejados por la ira que puede contener un niño de 8 años. Ser colgados, como trofeos o piñatas al acabar la función.

    Anoche nuestras casas fueron destruidas por adolescentes sobre sus triciclos, nos perseguían, irascibles solo por ganarnos la vida bailando fuera de un mostrador.

    No sé cuanto más pueda aguantar, ayer tuve que darle servicios sexuales a un indigente a cambio de un poco de alcohol; regreso a casa, ya entrada la tarde, mis guantesitos húmedos de restos seminales, denotan toda mi desolación, quitarme la piel, brincar por la ventana, sentir el aire tibio, recordar que aquel aire de libertad solo me lo puede brindar el ventilador.

    Responder
  • Isa González Bretón
    02/09/2016 10:26 pm

    Vestido de novia
    Es un día ardiente; de esos en donde la ropa se pega al cuerpo como calcomanía. Me quito con parsimonia el vestido de novia, réplica exacta de un modelo de la revista Vanidades. Gotas de sudor resbalan entre mis tetas. Me despojo de los zapatos de raso, del liguero, de las medias de seda. Me observo con el tocado de flores y los guantes. Siento el cuerpo pesado, las plantas de los pies se hunden en el piso. Acomodo los guantes sobre el ventilador. Sonrío al imaginar que mis manos despojadas de mi cuerpo se refrescan. Me dirijo a la recámara, abro la puerta corrediza que da acceso al balcón. Me percato que no he regado las plantas en varios días. El calor golpea mi cuerpo desnudo. Coloco el banco cerca del barandal y trepo. El edificio de enfrente emula a un horno de pan. Cierro los ojos, elevo los brazos, mis ojos se derriten en el pavimento.

    Responder
  • Después de aquella cena exquisita, del vino tinto y algunos besos en el callejón, entraron, poco a poco, hasta llegar a la habitación, donde, los únicos testigos silenciosos de aquella noche, fueron un par de guantes blancos, sobre el ventilador…

    Responder
  • Tentación
    A sabiendas de que sus huellas lo delatarían, el estrangulador no pudo resistir la suavidad de su piel…

    Responder
  • Maria Antonieta Montes Ramìrez
    03/09/2016 9:29 am

    Tratò de asirla con los guantes cuando entrò por el tragaluz. Hacia días que la esperaba y cuando la tuvo consigo la envolviò en caricias y atenciones, Desdeñosa, ella se marchò por donde vino.cuando se sintiò sanada, para entonces el viejo ventilador aun funcionaba.

    Responder
  • Tal vez a destiempo pero apenas anoche me acordé y vi la foto. En cualquier caso, pues ya escribí algo:

    «Deben ser de Michael», pensé al ver el par de guantes sobre el ventilador al entrar al departamento. «Mañana por la tarde pintaré la habitación», recuerdo que dijo temprano esta mañana cuando lo ví salir dejando detrás un «te quiero» flotando sobre el aroma de su pasta de dientes. «¿Michael? Creo que compraste los guantes para pintar una o dos tallas más grandes». Dejé mi bolsa sobre la mesa y entré a la alcoba acompañada sólo por el tenue eco de mi voz. Bajé los tirantes y el vestido se deslizó suavemente por mi cuerpo hasta caer al piso. Me dirigí hacia el baño mientras el resto de mi ropa interior también caía, dejando mis prendas un rastro como de patitos que siguen a su madre.

    El agua ya quitaba el remanente de jabón sobre mi piel cuando escuché el ruido de la puerta principal que se abría, y un instante después, un golpe seco y un gemido ahogado. Cerré la llave. «¿Michael? ¿Eres tú?». Vestí la bata de baño y me encaminé hacia la sala. Fue entonces cuando noté los zapatos de Michael que se asomaban, con las puntas hacia arriba, al final del pequeño pasillo de entrada. Me acerqué lentamente, dejando atrás un grito enmudecido. Vi entonces su cuerpo en el piso y su cabeza reposada sobre un charco de sangre que salía de su amplia frente. Todavía una bolsa en cada mano, los víveres desperdigados enmarcaban su figura y agregaban color a la escena, cual motas de confeti. «¿Michael? ¿Estás bien?», me arrodillé y pregunté en voz baja, como si no deseara despertarlo de un plácido sueño. Sentí una sombra que se movía detrás de mí y entonces una mano que me levantaba en vilo por el cabello y me repegaba a un cuerpo, mientras la otra apretaba contra mi garganta uno de los palos de golf de Michael, la punta cubierta en sangre. Jaló de nuevo con repentina fuerza mi cabello e hizo girar mi cuerpo hasta quedar frente a él, frente a su rostro, frente a unos jóvenes labios que dijeron un «te amo» envuelto en olor a alcohol y cigarro, antes de posarse con furia sobre los míos. Mi corazón entonces se agitó.

    –Eduardo Machuca Torres

    Responder
  • Luz Martinez Gonzalez
    03/09/2016 12:13 pm

    Con ellos, se sentía soñada, nunca se los quitaba, creia ser la más bella entre todas las chicas de la escuela, ella los veía blancos muy blancos.
    Todos la miraban y solo risas causaba, eso a ella nunca le importo.
    Caminaba por la calle moviendo ligeramente sus manos y el blanco de esos guantes brillaba aún más, una mariposa posó en su mano… no tuvo tiempo de voltear, su rostro cubierto fue, el aire le faltaba.
    El frío la despertó, su cuerpo desnudo estaba, solo tenía puestos aquellos guantes.
    Nunca la encontraron, solo quedaron aquellos guantes manchados.

    Responder
  • Brenda Pelaez
    03/09/2016 2:10 pm

    Abandono estos guantes, junto con tu recuerdo
    Los dejo secarse
    Que el viento se lleve todo lo nuestro
    Abandono estos efímeros sentimientos
    Que rozaron mis manos, los cubrieron
    Creí llevarlos en el alma
    Pero al igual que ellos en mis manos
    Son superficiales
    Lo falaz he erradicado
    Por eso los he abandonado.

    Responder
  • Arturo Núñez Alday
    04/09/2016 1:42 am

    Hermosa y gatuna, siempre una dama y un misterio. No sé por qué, pero dejaste de ser lo primero el día en que partiste. Desnuda, sin el traje sastre color rojo, te nacieron alas. “Quiero volar libre por la hermosa nube de carbón de la ciudad”, decía el papel encontrado junto a la ventana. Dejaste tus guantes sobre el ventilador para darme una blanca despedida. Si tu esposo supiera que en el cuarto de tu amante se quedaron tus manos y las pastillas antidepresivas, también se arrojaría desde un sexto piso.

    Responder
  • Alain Ríos
    04/09/2016 9:31 am

    Llevo viviendo solo por casi ya 6 meses, realmente solo. Aunque he estado muy ocupado con mi trabajo y me paso todo el día en el laboratorio, en las noches, caminando por las calles, veo a la gente que es tan diferente a mi. De camino a mi departamento, paso a comer a un restaurante en donde mi comida la ordeno por medio de una maquina que da tickets, no es necesario hablar con nadie. Nunca me había sentido tan excluido como en este país que no es el mío. Por lo menos en México podía pasar desapercibido mi aislamiento voluntario, pero aquí, todos se dan cuenta de que estoy solo.

    Una persona que en particular lo notó, fue un hombre con traje de oficinista. Noté que me vio y que inmediatamente supo que yo era un potencial cliente. Una vieja que venía caminando por la calle en sentido contrario se interpuso en el camino del hombre, además , yo fingí no haber visto a este último, a pesar de que pude notar en su rostro una sonrisa de complicidad. El hombre sabía exactamente lo que yo estaba buscando.

    A pesar de la vieja, el hombre por fin me abordo, me preguntó si hablaba el idioma, yo conteste que solo un poco, en todo caso no tuvo que decir mucho, fue suficiente con enseñarme un catalogo muy parecido a los de los supermercado. Me dijo que por el precio indicado al lado de cada imagen, un precio que a mi me pareció bajo, podia recibir los servicios de esas figuras esbeltas de piel blanca y cabellos negros. Conocía su negocio, sabía lo que yo buscaba.

    En esta ciudad todo es estrecho, pero este cuarto es particularmente pequeño. En esta temporada el calor es insoportable, es imposible vivir, y más aún trabajar, sin aire acondicionado, pero al parecer en este negocio debían prescindir de él. Ella estaba sentada en una esquina, ya estaba dispuesta. Tenía las manos mas blancas y suaves que yo haya conocido. Mas tarde me di cuenta por qué.

    Responder
  • Andrés Guerrero Barraz
    04/09/2016 5:07 pm

    Una mujer que siempre había sido invisible puso sus manos sobre el ventilador, pensando que su cabello era tan largo que ya no sentía que lo alzaba el viento; entonces comenzó a cortar mechones que caían al suelo para ser visibles al mundo. Cuando terminó de arreglar su cabellera con las dificultades que implica la invisibilidad, se clavó las tijeras en el pecho. Comenzó a reflejarse poco a poco en el espejo del techo del motel, y confirmó que el corte había quedado exacto a como ella quería. Se quito los guantes que había usado para evitar mancharse las manos de sangre y al fin después de mucho tiempo, supo que era bonita.

    Andrés Guerrero Barraz.

    Responder
  • Tesa Bernal
    05/09/2016 12:04 pm

    Había tenido un día difícil. Hoy después de tantos años de servicio médico había tenido que improvisar. Afortunadamente el paciente no lo notó, tal vez por sus nervios o tal vez porque siempre mantuvo la mirada fija en el suelo.
    – ¿Todo bien?- preguntó su esposa
    – Todo bien, sólo recuérdame reponer mañana el regalo que teníamos para tu madre.- dijo el proctólogo.

    Teresa Bernal

    Responder
  • Darse cuenta.

    Sin los guantes me examino
    Traspasando mis derrotas
    Las tripas son como rosas
    También siento las espinas
    Y de pronto me pregunto
    ¿Quién prendió el ventilador?

    Responder
  • Constanza Perez Reyes
    05/09/2016 6:59 pm

    Terapia

    Extraño a Anteros. No puedo dormir, hace más de tres semanas que mi aljaba está vacía. Ya no me han mandado ni de plomo ni de oro. Ya no soporto este traje militar. Me tuve que disfrazar porque mis manos, desde que ya no me llegan flechas, comenzaron a desaparecer y pensaba que mi padre se acercaría un poco, si me veía vestido así. Además, nunca entendí cómo funcionan los poderes malignos y microscópicos de los fantasmas milimétricos. Esos seres tan extraños que viven dentro de cubos brillantes. Nunca pude ver uno de cerca aunque siempre creí que caían una vez al año del cielo. Pero desde que aparecieron en el mundo Anteros se fue para siempre. Ni siquiera me dijo a dónde. Alguna vez le pregunté a mi padre si había sido su idea. Como siempre: él nunca me escucha, estaba concentrado en un lío terrible por el Mediterráneo, porque lo acusaron de haber iniciado no sé qué desmadre. Mi padre, verdaderamente molesto, dijo que no, que él no tenía nada que ver. Así, se la pasa gritando todo el tiempo. Y a mi madre, pues ni puedo preguntarle nada porque dicen que tiene Alzheimer, eso dice mi padre porque según él se lo dijo un oráculo milimétrico. Yo estoy de malas todo el tiempo también. Solamente tengo un pensamiento en mi cabeza. A veces pienso que es Anteros el que me habla. La fábrica de mis flechas quebró y todo se fue a la chingada. Sé que sueno paranoico y por eso estoy aquí, porque no he podido dejar de pensar que mis flechas estaban hechas de mierda, no de cielo. Todo es un invento social para que la maquinaria de idiotas del mundo funcione y beneficie a dos o tres mortales insoportables, que pasan volando y burlándose de mí. Todo fue creado para que esos tres mortales apestosos se beneficien y tengan poder sobre los que no tienen nada, quienes despiertan y descubren auténticas epifanías de mis flechas en un pedacito mugriento (y hambriento) del dedito de la mano de su hijito, que ya no se mueve porque se ahogó en el mar, y a quién le pegaron un día años atrás. Se está desalmando el mundo y no he podido hacer nada. Ni siquiera tengo de plomo. Desalmados todos: la vida así es. A todos les encanta la mierda brillante y vacía, esa es la nueva espiritualidad. Hacia el caño todos vamos felices.

    Responder
  • Retorno
    El inquilino del cuatro desocupó el departamento sin previo aviso, así, de la noche a la mañana dijo que se iba; cuando me dio las llaves, emitió: —Abandono mi pasado para hacer frente a mi presente—al instante se quitó sus guantes blancos y los colocó sobre el ventilador.
    Desde entonces la calle Bolívar en la Colonia Centro quedó vacía, él era mago y su espectáculo era el más concurrido; la gente lo sigue buscando día con día, sé que volverá, pues aquel tipo, era yo.

    Responder
  • El gato en el sombrero

    El sol no brilla
    Está demasiado mojado afuera para conseguir heroína
    Permanezco sentado en casa
    Pienso: Quizá me baste con este poco de cocaína

    Malditos déjà vus. Ocurren a menudo; pero esta vez el sonido del teléfono me arranca rápidamente la sensación.

    – ¡Hey!, ¡viejo amigo!, ¿cómo estás? – dice alguien del otro lado de la bocina.

    Después de un breve silencio de mi parte, agrega:

    – Soy yo, Geoffrey, de la Random House – y después deja estallar una carcajada en un claro intento por contagiarme con su; evidente; falsa efusividad.

    Adivino sus intenciones y no pienso aguantar ni un solo segundo más de blablería, así que me quito el sombrero, meto la mano hasta el fondo, lo cojo por el cogote y traigo su horripilante rostro frente a mí.

    – ¿Ves esos guantes que están colgados sobre el ventilador? – le pregunto.

    Él asiente con ligeros movimientos de cabeza, aterrado.

    – Están ahí por una sencilla razón, ¿sabes cuál es esa razón?

    Él niega con ligeros movimientos de cabeza, aterrado.

    – Estoy retirado, RETIRADO, ¡RETIRADO!, ¿ENTIENDES?

    Ni siquiera le doy tiempo de responder, lo suelto dentro del sombrero y desaparece.

    Markus Dohle, ¡já!, los empresarios jamás se cansan de lucrar con los culos ajenos. Menos mal que Dr. Seuss ya no está aquí para ver esta mierda.

    Responder
  • Moisés Ricárdez
    08/09/2016 9:10 pm

    ¡Por qué mierdas olvidó sus putos guantes! Le dije que se llevara todo, todo, todo. Y creí que así lo había hecho. Seguí sus instrucciones al pie de la letra, para supuestamente olvidarme de ella.

    -Todo comenzará cuando me veas evaporarme de repente. Tu cerebrito- y aquí me besó la frente como una mamá a su hijito- no lo podrá entender. Es el primer paso para que logres olvidarme. Creerás que todo fue una pesadilla.

    Ahora recuerdo que llegó un martes, al planeta, y a mi casa. No sé que día es hoy, pues he tenido que vivir aislado de la luz del sol por un tiempo nada despreciable-parte del libreto para olvidarla. Aunque, pensándolo bien, no sé si realmente estuvo aquí. Amnad, mi extraterrestre, bien pudo haber sido sólo parte de mis sueños. Después de todo, esos guantes ya los tenía desde antes de que ella llegara.

    Responder
  • Pablo Maldonado
    10/09/2016 3:00 am

    Y las miradas se cruzaron; yo baje la mirada. Ahí estaba todo. El silencio nos acompañaba en aquel instante. El fuego siempre deja cenizas; cenizas que se volatizan, se elevan y recalan en la mirada. La culpabilidad no podría demostrarse con solo eso, pero esos guantes, con los que ella salio de su casa, y con los que la introduje a la mía; estaban ahí, colgados, afirmando todas las hipótesis, demostrando la mejor teoría…

    Responder
  • marcela lópez
    12/09/2016 10:06 am

    Por las noches aprieta mi cuello con sus guantes blancos de seda. Quiere asesinarme y no dejar huellas.Despierto con el último milímetro cúbico de oxígeno. Mi gente dice que es una pesadilla recurrente.
    Yo sé que no.
    Y aquí estoy, en esta especie de limbo entre la vida y la muerte. Cuando me encontraron mi piel estaba amoratada; necesité resucitación cardiopulmonar, pero quedé en coma.
    Estoy conectado a todos estos aparatos que trazan líneas irregulares en las pantallas; sus luces fluorescentes no me dejan dormir por las noches.
    Los de Investigaciones encontraron a los pies de mi cama un par de guantes blancos. Descartaron que el robo haya sido el móvil.

    Responder
  • Voltea la mirada a la derecha, en un ángulo de setenta grados, para ver el rostro de su madre que avanza a su costado, toda emperifollada, con las mejillas llenas de colorete y las orejas adornadas con esos grandes pendientes que pertenecían a la abuela. Regresa la mirada al frente y traga saliva, después se seca el sudor de las manos en los costados del pantalón. El semáforo en la esquina cambia a rojo y los detiene. Su madre aprovecha para humedecerse el dedo pulgar con baba y limpiarle la comisura de los labios. Le dice: no frunzas el ceño, te vas quedar todo arrugado. Hace un esfuerzo por sonreír, aunque más que una sonrisa, aquello que esboza se parece a una espantosa mueca zombi. Intenta borrar su pasado, pensando con todas sus fuerzas, pero no puede, ¡maldita sea! Si tan solo hubiese dejado el frasco de mermelada en su sitio, si tan solo se hubiese quitado los guantes para comer, si tan solo hubiese dejado los guantes con esa pequeña mancha en vez de lavarlos y dejarlos colgados sobre el ventilador, si tan solo hubiese recordado que los había olvidado al salir de casa y no ahora, a más de cinco kilómetros de distancia y a cincuenta metros de la escuela. No cabe duda, la vida del chico más inteligente de toda la escuela, del abanderado escolar, no era otra cosa que una serie de eventos desafortunados. Y lo peor estaba por llegar, cuando su madre se enterara de todo; pues esos nudillos prometían unos coscorrones de miedo.

    Responder
  • Iván Rivas
    15/09/2016 10:45 am

    Podría pedirte perdón. Como tres disparos a mi reflejo en la ventana. Gotas de lluvia sobre los árboles. Aún tengo este frío en las venas, me repele pero me infunde alivio. Ya pasó el ardor. Dejo sobre el soplo del ventilador los guantes que te asfixiaron.

    Responder
  • Como una obsesión que lo consumía cada tarde, cada noche. No podía soportar contener la adrenalina que le provocaba sentir el diámetro de un cuello. La suavidad de la piel que fluidamente imaginaba, porque el algodón de aquellos guantes le impedía tener contacto directo; aquellos guantes que formaban parte del metódico proceso, que le acompañaban desde la segunda vez, que les obtuvo en la primera vez. Como un acto sexual. Consideraba elegante el asesinar, como poesía que lo poseía y que cambiaba de musa cada fin de semana, y alcanzaba su zenit en sus miradas, en los esfuerzos apagados por respirar. Él tenía un nombre, más no un rostro; ellas un rostro, mas no un nombre. Y regresaba cada domingo muy temprano. Cansado y excitado colocaba los zapatos de charol bajo la cama, se quitaba su abrigo viejo, de mal gusto y lo metía en el closet con las demás prendas malolientes. Pero al llegar, frente a la entrada, antes de todo colocaba meticulosa, muy meticulosamente el par de guantes sobre el ventilador de segunda, junto a la ventana. Ahí, los dejaba mirando hacia la calle, contemplando el amanecer.
    Isaías Montes

    Responder
  • Cecilia Colón
    20/09/2016 6:10 pm

    Dejé los guantes de ella sobre el ventilador para verlos todos los días al salir y poder recibir su aroma al regresar. La noche en que ella los olvidó cambió mi vida, su ausencia se hizo más presente y sólo basta cerrar los ojos para verla. A veces oigo su voz entonando la canción… su canción y tengo la impresión de que esos guantes flotan a mi alrededor en un abrazo… Pero despierto y otra vez estoy solo. Me levanto, me baño, desayuno y me arreglo para verlos antes de salir y espero con impaciencia el regreso para percibir el aroma fantasmal que aún sigue allí.

    Responder
  • Sonajero de ruidos blancos
    20/09/2016 11:37 pm

    LA GRAN VERDAD

    ESCUCHA: PARA ENCUBRIRLO TODO NOS HAN HECHO CREER que existen los ventiladores. Enciendo las aspas. Los guantes sobre la rejilla se van inflando para ir a parar sobre mi cuello, tal como lo hicieron con Marcela López. En realidad el mundo es un recipiente cerrado, con materia imperfecta. Los guantes ya están llenos de materia y saltan a mi cuello. La materia del mundo se mezcla en las aspas, siempre. Surge algo nuevo, algo que sólo puede espiarme con el tacto. Luego me aprieta el cuello, espía mis latidos con el tacto imperfecto a través de la tela. Así le gusta, un tacto distorsionado. Aprieta fuerte y espía mis últimas partículas de oxigeno en la garganta. Sabe todas las palabras que podría gritar, sabe lo que mis gemidos podrían causarle a la gente, al mundo. Siento que voy a morir. Es el momento en que me excito. Es el mejor momento siempre. ¿De qué manera podría retribuírselo? ¿Alguién sabe?

    Responder
  • Estaba orgullosa porque gracias a su promedio había sido seleccionada para ser parte de la escolta escolar. Esa mañana estrenó calcetas “Periquita” blancas, con ligeras grecas que se le figuraban a las líneas de condominios en donde vivían desde que podía recordar. Su madre le servía el desayuno mientras le mostraba la manera de mantenerse erguida. Quizás resultó toda tan bien que su regreso a casa debía romper con toda la alegría ese día. A sabiendas de que no hay felicidad completa, corrió de todos modos subiendo de dos en dos los escalones hasta el cuarto piso. Al entrar encontró a su madre tumbada en el suelo, una vez más ella estaba ebria… la ilusión de llegar a contarle cada movimiento se desvaneció al recibir el vómito en su uniforme aún impecable

    Responder
  • Papá era un hombre muy diligente, pensé, tras ver aquel ratón viejo posarse sobre el sillín de su vieja bicicleta.
    Era ese tipo de persona que podía completar mil tareas bien hechas sin hacer presunción de nada, que prefería hacer una crítica en el momento más adecuado en vez de cuando fuese más oportuno, y que de algún modo lograba pasar desapercibido.

    Recuerdo vagamente una ocasión en la que había olvidado lavar los guantes blancos que usaba por ser parte de la escolta escolar. No era la abanderada ni nada de eso, pero todas, las seis, debíamos llevar guantes blancos porque así se nos solicitaba. Y era molesto porque dichos guantes se ensuciaban con mucha facilidad. Y porque no era la primera vez que olvidaba lavarlos.
    Así pues me dispuse a lavar los mentados guantes y, en vez de secarlos con la plancha como acostumbraba, los dejé colgados en el ventilador de la sala, porque esa vez tenía una cantidad inhumana de tarea que hacer. Pero entonces pensé que probablemente no se secarían del todo y moví el ventilador cerca de la ventana, y lo prendí, y lo dejé ahí como si me estuviese quitando una enorme losa de encima.

    Papá no regresaba aún de su taller, pero había fruta suficiente en el refrigerador, y también mucho cereal en la alacena, por lo que la cena no fue inconveniente.
    Justo unos minutos antes de irme a dormir e instantes después de haber terminado la tarea, escuché que la cerradura del departamento se abría y que los pasos quietos de papá rompían el silencio que imperaba en la estancia. O al menos eso creí que era, silencio, porque me había acostumbrado al sonido que hacía el ventilador. Pero ahora el ventilador no suena del todo. Nada, completamente silencioso. Y ahora los pasos de papá acercándose al cuarto y yo fingiendo estar dormida porque de algún modo sé que me espera una buena reprimenda por algún asunto que he pasado por alto. Me tranquilicé un poco al oír que se abría la puerta, que papá no respiraba agitadamente como lo hacía cuando se molestaba, y que la puerta volvía a cerrarse. Poco después de eso me quedé dormida de a de veras.

    Al despertar encontré los guantes blancos, doblados, colocados sobre el buró, con un recado suyo; hoy era uno de esos días en los que necesitaba salir temprano de casa: «La próxima vez que laves los guantes, hazlo con más tiempo, o cerciórate de que las rejillas del ventilador no están demasiado sucias. El almuerzo está en la mesa. En la tarde pediré pizza. Te quiere, Papá».

    Y es que, siempre que pide pizza, acaba llamándome la atención por algo. Ya me lo imaginaba.

    Responder
  • Está de buen humor y eso es difícil de encontrar en ella. Tu abuela dijo que ya había cenado, que no tenía hambre. Ah, y que el ventilador ya funciona, que lo ha arreglado tu padre antes de marcharse. Echas un ojo, y te das cuenta que cambiaron el tomacorriente de manera impecable. Tú sabes que fuiste criado por dos mujeres, algo que la abuela nunca aprobó. Te angustias, pero un instante después, comprendes. Allí están esos estúpidos guantes que usa tu madre Ángela en reparaciones eléctricas, y que ha usado la muy ladina el día de hoy para quedar bien con la incauta suegra, que ya sufre demencia. Ahora te explicas por qué ha estado desapareciendo ropa tuya del armario, para luego aparecer impoluta en el tendedero.

    Responder
  • Esa mañana los policías ingresaron al departamento y revisaron minuciosamente cada espacio. Él los miraba recargado en la pared, en espera de que hallaran las manchas de sangre secas por el ventilador. Siempre se dijo que no era exitoso, que el crimen perfecto nunca lo consumaría. Los agentes se retiraron. Él se sentó, tomó una taza de café y defraudado se quedó mirando fijamente a la ventana.

    Responder
  • Jorge Ernesto Guzmán Hernández
    22/09/2016 11:06 pm

    BLANCO GUANTE BLANCO

    Hay tanta blancura, calor y humedad que la detesto,en especial la mía. Tengo la intención de salir de aquí. La perspectiva en un quinto piso mata.Todos se comportan como no deberían, como si fueran otros y no fueran eso que son que les obliga a comportarse de una manera en la que no lo hacen. Mi hermana nunca opina de nada, dice «pues si» para casi todo. A mi único amigo lo entiendo poco porque parece que trastabillea las palabras, que las retuerce lo suficiente y luego escupirlas en un ciclón espantoso. Quizás por eso lo entiendo. Además no puede hablar sin la autorización del hombre quien llega hasta la tarde, entonces si que le jala la cola a mi amigo y este empieza a escupir palabras a chorros; el pobre es hablador. Y yo que voy y le digo un día: «a que no cantas una canción para mi cuando el hombre llegue», No contestó pero hizo un chirrido extraño, no su voz usual sino como si hablara con el estomago: » a que si».

    Aquella tarde era más calurosa aun, a mi hermana y a mi nos costó trabajo subir hasta donde mi amigo. Nunca lo habíamos hecho. Entonces esperamos pacientes a que el hombre llegase. «A que no», le alcancé a susurrar, mientras hundía uno de mis dedos en una rendija de su cuerpo. No alcanzó para más, me refiero al tiempo y me refiero al hombre. Hubo sólo un momento, sentí su mano sobre la mía, después un retorcimiento horrible en todo mi cuerpo. Uno ya no esta acostumbrada al uso. Y digo que aquí todos se comportan de una forma en la que no deberían; entonces agarra el hombre y dice: «a que no puedes también conmigo», y que empieza a chillar y a gemir y sus ojos casi se le saltan y después todo acaba y mi hermana dice «pues si» y yo que le digo «a que no puedes subir tu sola el ventilador como hace rato», «pues si, si puedo». Y yo que nunca la había visto tan animada. «A que no puedes cantar una linda canción para mi hermana», le digo a mi amigo mientras le tomo la cola. «A que si».

    Responder
  • Cheny Garrido
    23/09/2016 12:23 am

    Esa tonta de mi hija. Soy paralítica, no insensible. Calor, sudor, pestilencia. La necesidad de la camilla por poseer mi cuerpo comienza a desquiciarme. Tic tacs dispara el reloj. La tortura perpetua. Tic, tac, tic, tac. Clavos en mi cabeza mientras me hornean en el edificio para convalecientes. Su boca nunca deja de chillar, como si recibiera premios por cada credo de insignificancias que cuenta. “¡Yagas!” grita mi espalda, “¡Agua!” suplica mi lengua, “¡Mátenme!” mi cerebro. Los mil infiernos de Veracruz se funden en esta habitación, mientras mis ojos rebotan de izquierda a derecha. Me he fundido con las sábanas mojadas; y la ingenua, inepta, poco brillante no prende el ventilador.
    —No me digas… ¡qué tonta he sido!— dice la capitana de lo obvio.
    Levanta su sudoroso trasero de la silla para llevarlo a la máquina de aire. El elefante embriagado cruza el cuarto como si fuera una especie de reina.
    Cierra la ventana.
    El golpe resuena en la construcción demacrada. Retira sus guantes de mal gusto, extensiones de sus manos que aseguran asesinarme como un pollo en cuaresma, y los coloca en el aparato con el orgullo característico de los idiotas. Mi garganta se cierra, mis secreciones invaden mi nariz, mis pulmones exigen su trabajo. Se aplasta en la silla sin si quiera pensar que estoy por ser víctima de su ineptitud.
    —¡Estúpida! —desgarro mi garganta.

    Responder
  • Eduardo G. Garcias
    24/09/2016 6:39 am

    Había leído en algún lugar que ese era el crimen perfecto. Así que decidió acabar con él mientras durmiera.

    Responder
  • Ricardo Camarena Castellanos
    24/09/2016 3:40 pm

    La Dama Elegante no dejaba sin embargo de ser Vieja; tan Vieja como las Buenas Costumbres, tan Decrépita como La Decencia, tan Añeja como El Porte, ese que las Plebeyas de Ahora han perdido al jorobarse texteando estupideces en sus celulares. Los exquisitos modales de Dama Vestigio la orillaron a tratar de secar de su límpido pecho, gratinado de encaje exquisito, un humenate chorrito de té Orange sekoe que derramó de la minúscula tacita de porcelana, a causa de su trémulo e inexorable Parkinson. Dama Casi Apolillada y Olorosa a Naftalina tomó entonces sus finos guantes de cachemira para colocarse frente al ventilador y activarlo. Su violento y grosero remolino por principio la despeinó -inaceptable en una Dama- pero, sucesivamente la desequilibró. Desesperada, Anciana in Distress trató inútilmente de aferrarse al fanal. pero la ventisca inmisericorde la deleznó, al igual que todo lo que polvo es, y en polvo se convertirá; sí, al igual que todo lo que, como dice Sor Juanita, bien mirado, es cadáver, es polvo, es sombra, es nada.

    Responder
  • Mariana había puesto sus guantes viejos de novia sobre el ventilador y cerró la ventana. Su perfume llenaba toda la habitación.
    Mariana, amor mío, ¿después de diez años de muerta?

    Responder
  • Subió las escaleras con la mirada perdida, esta vez no fue necesario el elevador, esta vez no era necesario llegar rápido, no hoy, no ahora, no cabía la premura. Los tres pisos fueron suficientes para que su mente reconstruyera los días anteriores, curioso, uno por piso, curioso, mañana, tarde y noche, curioso juventud, madurez y muerte, curioso, incertidumbre, amor y … Los tres últimos días del verano fueron mas calientes que de costumbre; ahora una ventana y una altura considerable, las zapatillas quedaron en el camino junto con la bolsa y un manto desparramados en las escaleras y en un momento, la frente estampada al vidrio y una mirada baja entrelazando los dedos uno a uno desprendiéndose de algo que ya también estorbaba.

    Responder
  • Leon de calatrava
    29/09/2016 12:11 am

    Lasitud.
    Hay tanto, demasiado café dentro y fuera de él, exhala con sus narices dentro del cráter de una taza bramante, reflejamente recibe soporífero multiplicado su suspiro por la concavidad post hirviente, le sonroja, empaña los anteojos que remueve, cerrando los ojos evoca una vieja escena, una madre perdonando los pecados confesos de un hijo abatido por la violencia de una lucha ilícita entre carnes magras confrontadas en desnudo y con su jugo a flor de piel. A pesar de lo bello del recuerdo hay cierta sobriedad en su consciencia que le sesga la sensibilidad, las lágrimas se abultan y obstruyen las vías exocrinas, se estancan presionando de forma incierta la interioridad de león. A tantos años ya de la última vez en que sintió que llegaba, a casa, a unos brazos, a una taza de café, a una respuesta, a algo pues.
    Laso queda, enfermo queda masajeando la húmeda soledad que entumece sus mejillas en este amanecer gélido, contra punto de una nueva memoria que se proyecta desde sus ojos, un asfixiante humo que emana de sus motivos incendiados en la playa del nuevo mundo del abandono, de la incertidumbre de si, quieto queda después de desvestirse, taciturno, semi vivo o a medio morir, laso.

    Responder
  • ….Dìgame; ¿en que puedo servirle?
    – Doctor he venido a morirme.
    – ¿ motivo ?- pregunta el Galeno.
    – Soy irremediablemente adicto a la vida y
    ya no soporto mas.
    A su derecha esta la ventana, estamos a
    un quinto piso.

    Responder
  • En medio de la discusión, me lanzó un guante. Lo cogí al vuelo. Advertí que estaba mojado.
    –¡Puaj! ¿Qué es esto, guanaco? ¿Quieres que te lo seque?
    Por alguna razón, mis palabras le cabrearon aún más. Se quitó el otro guante y me lo lanzó. Con éste no tuve tanta suerte: se cayó al suelo. Me agaché para recogerlo.
    –¿Puedo quedármelos?
    No me respondió. Advertí que tenía los ojos inyectados en sangre. Le miré las manos, ahora desnudas. Por vez primera le vi las uñas. No eran humanas.

    Responder
  • Miguel Villarreal.
    29/09/2016 4:34 pm

    Sus adulterios los cometía siempre con guantes; pues eran tan flagrantes y frecuentes que, de ser sorprendida, le seria imposible lavarse las manos.

    Responder
  • Retorno
    El inquilino del cuatro desocupó el departamento sin previo aviso, así, de la noche a la mañana dijo que se iba; cuando entregó as llaves, emitió: —Abandono mi pasado para hacer frente a mi presente—al instante se quitó sus guantes blancos y los colocó sobre el ventilador.
    Desde entonces la calle Bolívar en la Colonia Centro quedó vacía… él era mago y su espectáculo era el más concurrido, la gente lo sigue buscando día con día; sé que volverá, pues aquel tipo, era yo.

    Responder
  • Tras noches de insomnio y rachas de derrota, decidió vender todos los muebles, sólo se quedó con lo indispensable: el ventilador y los guantes.

    Responder
  • Su olor siempre ha sido un enemigo, al igual que su apariencia.Por eso el la elegancia impecable y meramente escenográfica, desde los zapatos sin mácula hasta los guantes que se orean mientras el ventilador expulsa penosa, inútilmente, la peste a inexistencia y a encerrado que lo delata. Por eso la vista a la calle y a lo que pudo ser, al espacio abierto que jamás pisará: para ahuyentar el aroma detestable de lo no vivido, que aunque apenas soñado le aniquila más que cualquier recuerdo.

    Responder
  • … unos labios húmedos cuentan con la autorización para someter a un escritor…

    [Ring My Bell]

    Responder
  • Sucedió en los años de la primaria. Yo iba a ser el abanderado de la escolta pero al final ya no me dejaron porque nunca asistí a los ensayos por estar jugando fútbol. Una constancia más de que siempre elijo la actividad equivocada en el momento equivocado. Ese día era como cualquier otro lunes de honores a la bandera. Eran las ocho de la mañana y ahí estaban todos formados por grupo y con el uniforme bien arreglado. Ahora que lo pienso sé que mis errores fueron dos: que me gustara Karla siendo que ella me despreciaba a cada momento y haber hecho enojar a José el viernes anterior. Fue una tontería pero él seguro que no lo olvidó en todo ese fin de semana y ahora yo lo recuerdo después de todos estos años. Así que decidió que la mejor venganza sucedería frente a toda la primaria. No sé de dónde madres sacó unos guantes que tiraban tinta a cada movimiento. Y no sé cómo madres no me di cuenta cuando él me los prestó luego de que yo no encontrara los míos en mi mochila. El asunto es que para la mitad de la ceremonia yo ya tenía la mitad del uniforme blanquísimo hecho una ensalada. Para cuando me di cuenta las risitas eran ya descaradas y yo tuve la brillante idea de interrumpir el Himno Nacional para salir corriendo al baño. De nada me sirvió ser el mejor goleador de la primaria si al primer intento de dar tres pasos rápidos terminé en el suelo como si me hubieran disparado con una pistola de gotcha verde como en una escena del crimen frente a Karla y su estrepitosa risa. Por la tarde no me quedó más que lavar los guantes traidores y secarlos al ventilador para el concurso de escoltas del siguiente día.

    Responder
  • Solo dejaste estos y no aquellos que tanto te gustaban y que combinaban perfectamente con tu piel, los dejaste en el lugar menos indicado para tomar el sol o para refrescarse un poco, solo para que no los perdiera de vista y los quitará, tampoco pudiste decírmelo de frente para evitar lamentos, pudiste escribir una carta y dejarla perdida, solo dejaste estos y no aquellos.

    Responder
  • A destiempo:

    Había adoptado la costumbre de ponerme los guantes de cuero blancos antes de comenzar a escribir y en cualquier momento en que el teclado quedara al costado. Mis manos necesitaban guardarse y de alguna manera ir hacia adentro, acompañando a mis ojos, desconectados ya de cualquier cosa que estuviese rodeándome en el cuarto o más allá por la ventana. Unas medias gastadas de cashmere azules completaban el ritual de preparación antes de sentarme en mi mesa de trabajo, y se quedaban puestas en el proceso a no ser que fuese el verano muy intenso. Esta mañana, abrí los ojos y hubiese hecho lo de siempre, unos ejercicios de estiramiento y un agua con limón que me llevaría conmigo a la mesa. Sin embargo, el frío que sentía lo impidió: cualquier parte de mi cuerpo que escapase al edredón de plumas estaba simplemente congelada. Parecía que un viento del norte hubiese estado jugando durante la noche en mi cuarto dejando escarcha a su paso, en particular sobre mi piel desnuda. Dormir con las ventanas abiertas en esta época del año era normalmente agradable. Sin embargo, mis dedos entumecidos no obedecían las órdenes del cerebro. Ya mi fantasía me llevaba a Reinhold Messner y sus dedos perdidos por frío extremo y congelamiento en sus expediciones de montaña, al niño que dormía cubierto por un manto de nieve de Henning Mankell o al verano que nunca llegó de 1816 y que fue el más frío de todo el milenio. En eso, entró una llamada, ¿tan temprano? Mi vecino del tercero tenía una emergencia, necesitaba que me quedase con su perro hasta que volviera. No había aprendido a quedarse solo sin ladrar y esta vez, se había dado cuenta ya en el carro, no podia llevarlo. Necesitaba que bajase rápido. Agarré un saco que permanecía todo el año en un hombre de la calle a la entrada de mi departamento, para así defenderme de ese chiflón helado que entró por la puerta. ¡Qué raro en esta época del año! Como cosa inusual también, tomé a la volada los guantes que solo usaba para escribir y bajé los cuatro pisos con cuidado intentando despertarme mientras los encajaba en mis rígidas manos. Caminé los treinta metros que me separaban del carro, totalmente expuesta a la inusual lluvia que empapaba hasta lo que llevaba bajo el saco. Tomé al perro. Estos guantes de los treintas, muy probablemete mi abuela nunca los había mojado. Volví sin siquiera intentar el defenderme del agua. Solté al perro, que se sacudió y llenó de microgotas el piso de mi casa, yo colgué mi saco chorreante en la ducha, y me saqué allí mismo toda la ropa que dejé en montón sobre el suelo. Prendí la calefacción y caminé desnuda hasta el viejo ventilador frente a la ventana que daba a los jardines botánicos. Colgué con cuidado los guantes sobre el aparato, me puse algo de ropa encima, las medias de cashmere azules, y me senté en mi mesa de trabajo. Poco a poco, todo y hasta el perro quedaron lejos, en algún lugar bajo el tablero. Tapé mis manos con unas medias que remplazaran los guantes hasta que secaran.

    Responder
  • […] el concurso el cuento “Vestido de novia” de Isa González Bretón, que sugiere un fragmento de vida muy emotivo (y desgarrador) con muy […]

    Responder

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

Entrada anterior
Ganador del concurso #121
Entrada siguiente
Ganadora del concurso #122